martes, 19 de enero de 2021

Reciclar votos de la basura

Jorge Vilches hace un perfecto diagnóstico de Pablo Iglesias (Unidas Podemos) y sus intenciones y objetivos, a raíz de su reciente entrevista en La Sexta. 

Artículo de Voz Pópuli: 



Pablo Iglesias Europa Press


El papel del partido pequeño en un Gobierno de coalición es el de ser imprescindible para tener mayoría. El problema surge cuando esa mayoría no es mayoritaria; es decir, la suma de dos no da la absoluta. Esto exige acercarse a otros grupos que la aseguren. En el caso español obliga a tender una mano a ERC, JxCat, PNV, Bildu y otros grupúsculos. El asunto es que podría darse el caso de que sin apoyo de estos grupos parlamentarios el rodillo transformador de la “coalición progresista” sería imposible.

¿Qué hacer?, que diría Vladimir Ilich Ulianov. Fácil. Ese partido pequeño, populista y transversal, complaciente con la autodeterminación de los pueblos, coincidente con los rupturistas en la necesaria destrucción del orden constitucional, en el entendimiento del terrorismo, en la doble vara de medir respecto a la violencia contra las instituciones; en fin, Unidas Podemos, se convierte en el puente entre el PSOE y los nacionalistas.

La entrevista a Pablo Iglesias el domingo 17 en La Sexta estaba preparada para hacer una demostración de fuerza y asentar una posición política. El caudillo mostró a la izquierda que sin él, el PSOE de Sánchez habría pactado con Ciudadanos. Por lo tanto, fue él, Iglesias, quien escuchó a la militancia socialista reunida en Ferraz en la noche del 10 de noviembre que aullaba “Con Rivera, no”. Aseguró que Podemos había evitado esa alianza del PSOE con el enemigo del nacionalismo catalán y vasco; esto es, sin su persona, sin Iglesias, el país tendría un Gobierno contrario a la “plurinacionalidad” y al “diálogo con los golpistas”.

La parte rentable de las minorías parlamentarias es la que representan ERC y JxCat, no solo porque permiten formar un Gobierno en Cataluña tras las autonómicas, sino porque su suma asegura una mayoría en el Congreso de los Diputados. De ahí que Pablo Iglesias nombrara a Jaume Asens, un independentista en las filas podemitas, como interlocutor con los nacionalistas. No olvidemos que la suma de PSOE, UP, ERC y JxCat es justamente 176 diputados. La clave, una vez más, es Cataluña. En consecuencia, veremos cosas para mantener la mayoría que nos helarán la sangre constitucional.

La equiparación de Puigdemont con los exiliados republicanos, mitificados porque había de todo, es un guiño burdo al nacionalismo catalán. Por eso Iglesias dijo a continuación que los golpistas presos deberían estar en la calle dirigiendo la política de Cataluña, y pactar con ellos una solución, como si no hubiera hecho ya. No olvidamos las visitas de Iglesias a Junqueras en la cárcel.

Callejón sin salida

Esa vía dialogada con el golpismo, que no puede ser otra que “avanzar en el autogobierno” y acercarse al referéndum, no contaría con la opinión ni la consulta de la oposición constitucional porque, afirmó, es “la agresividad de la derecha” la que había llevado “el problema político catalán a un callejón sin salida”.

Una vez establecidos los lazos con los independentistas catalanes, Pablo Iglesias necesitó en la entrevista marcar diferencias con el PSOE. ¿Cómo? Apuntando que el verdadero debate político en España se hace en el Consejo de Ministros, entre los socialistas, que no rompen la inercia para la transformación, y ellos, los verdaderos progresistas. Estamos en el cuento de bolcheviques bravos contra tímidos socialrevolucionarios.

Marcada esa posición, Iglesias insiste en presentarse como el auténtico izquierdista, apuntando que España debería ser el paraíso de las empresas públicas -como Polonia, país en una grave deriva autoritaria-, que habría que usar los Fondos de la Unión Europea para cambiar el modelo económico, o derribar la monarquía. Porque la izquierda persevera en la fórmula que siempre fracasa: mucho Estado, confundiendo lo público con el bien común, y economía planificada y artificial.

Junto a esto, por supuesto, el ninguneo a la oposición que, según dijo, no tiene ideas ni propuestas, sino insultos. Lo suyo es democracia, y el resto es fascismo. Por eso distinguió en la entrevista la violencia que perpetró contra la derecha y las instituciones, como “Rodea el Congreso”, de los escraches que sufre su familia en Galapagar custodiada por la Guardia Civil o del asalto al Capitolio en Estados Unidos. No entenderlo como él es “banalizar el fascismo”. Münzenberg, el maestro de la propaganda estalinista, estaría muy satisfecho de su pequeño discípulo.

Como buen bolchevique se quejó de que haya gente que también tenga poder que bloquee sus decisiones. Dijo que vivimos en una “democracia limitada” por poderes que “no ha votado nadie”. Es lógico que un comunista proteste por el funcionamiento de una democracia liberal, en la que el gobernante debe estar maniatado por la ley, controlado por las instituciones, y contestado por los intereses sociales. Lo contrario, la concentración de poder incontrolado en el gobernante, justificado por la evanescente “voluntad popular”, con una sociedad silenciada, es el sueño húmedo de Iglesias: un régimen totalitario.

Este es el papel que se ha atribuido Podemos, embarrar y destruir. No importa que las encuestas digan que sus decisiones no reportan votos directos, porque sí apuntalan los votos indirectos de esa mayoría Frankenstein en la que Unidas Podemos es la costurera imprescindible. Por eso está decidido a reciclar los votos de la basura anticonstitucional, los de aquellos que siempre trabajaron para romper el orden democrático y liberal. Sin ese reciclaje, esa política “sostenible”, este ecosistema de la “coalición progresista” no sobreviviría.

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