sábado, 30 de enero de 2021

Vacune a un político, siente a un pobre en su mesa y sonría para la foto

Rubén Arranz analiza la servidumbre de la prensa y su responsabilidad en el constante y creciente abuso de los políticos, a raíz de su abuso de poder para vacunarse antes que los ciudadanos cuando no les tocaba, en una nueva muestra de corrupción (y muchos sin dimitir). 

Artículo de Voz Pópuli: 



El consejero de Salud de Murcia, Manuel Villegas. EFE


Cuando todo esto haya pasado, quizás tenga cierta gracia echar la vista atrás y recordar la pillería de esos representantes políticos que decidieron vacunarse antes de tiempo contra el coronavirus. Se dirá que España era en esa época un territorio donde cualquier cacique de medio pelo podía gozar de una vida plena gracias a esa versión autóctona del sueño americano por la que cualquier gañán semi-alfabetizado y con traje de Hugo Boss podía aparentar ser competente y medrar en las instituciones.

No ocurre este fenómeno por arte de magia, pues los hijos malcriados suelen ser fruto de la despreocupación o de los complejos paternales; y del afán de crear una democracia moderna derivó una clase política que goza de las juergas, pero no padece las resacas. Su territorio es una inmensa sala de fiestas en la que cualquier cosa puede pasar, pues las labores de limpieza y reconstrucción siempre las paga otro.

Esto no sucedería si la prensa no hubiera realizado una constante labor de engrasado a los 'profesionales del sector', cosa que se explica en los ingentes fondos de publicidad institucional, pero también en el interés de las empresas que conforman el capitalismo de amiguetes -grandes anunciantes- en que el cacique de turno se mantenga en el poder por su capacidad para mirar hacia otro lado sobre los 'asuntos incómodos'. Porque, a estas alturas, no es ningún secreto que las grandes empresas influyen en las elecciones a través de la prensa, y no precisamente por ideología.

Vacuna a la murciana

Los sucesos que han acontecido esta semana han vuelto a demostrar que no hay especie invasora con un mayor poder depredador que la política. Primero, trascendió que el consejero de Salud de Murcia -ya dimitido- se había vacunado antes de tiempo. Poco después, Jorge Sainz reveló en Vozpópuli que también la mujer del tipo había recibido la inyección. En los días previos, algunos políticos socialistas y uno de JxCat hicieron lo propio. Y, por cierto, todavía siguen con mando en plaza.

Era evidente que en un país en el que los asientos en las instituciones otorgan privilegios, habría algún impresentable que se pondría la vacuna de tapadillo y antes de que le tocara. Antes incluso que la inmensa mayoría de la población de riesgo. Riesgo de morir. Ésta es una forma chusca de corrupción que no es lucrativa, pero que permite observar con claridad una de las fuentes de podredumbre más contaminadas del país.

Hay muchas formas de hacer las cosas y, una vez más, este país en decadencia ha optado por la más patética. Joe Biden se vacunó en directo para animar a los ciudadanos a que hicieran lo propio. Aquí se actuó de forma mucho más cutre, la que es marca de la casa. La que inspiraría a Berlanga y a sus descendientes. Se eligió a Araceli porque era muy anciana, vivía en un geriátrico (el gran foco de la negligencia gubernamental) y, además, habitaba en una ciudad donde gobierna el PSOE. Moncloa organizó una producción cinematográfica dominguera y evitó que ninguno de los ministros diera ejemplo ante las cámaras, como el presidente estadounidense. Era más poética la señora adorable.

Aquí se prefiere la fórmula caciquil, que es la de pincharse de tapadillo, como el consejero murciano o esos dos alcaldes socialistas de Alicante que aseguraron que habían sido vacunados “porque sobraban” dosis. Y ojo, no todo acaba aquí, pues la guinda del pastel la puso ese médico que preside la Junta de Extremadura, Guillermo Fernández Vara, quien justificó el ritmo lento de la campaña de vacunación en la poca seguridad sobre su eficacia. Mi reino por un caballo.

La prensa que calla

Este bandidaje sería menos frecuente si la prensa se encargara de acotar el radio de acción de toda esta tropa. El problema es que sus responsables hace mucho tiempo que se emborracharon con el licor del interés ajeno; y sus profesionales son presas del temor, la cobardía y un concepto demasiado elevado sobre sí mismos y sobre su labor social.

Los ejemplos sobre el despiste general del sector son múltiples. Sin ir más lejos, este miércoles, tras derrumbarse un edificio en Madrid, los reporteros corrían detrás de los políticos congregados en los alrededores. ¡No se ausentó ni uno! El alcalde, el ministro, el delegado del Gobierno...faltaba el obispo para bendecirlos. Mientras tanto, los protagonistas eran ignorados, pues lo importante eran las declaraciones políticas.

Estos ingredientes han configurado un país que sufre un fenómeno similar al de Arabia Saudí, cuyos ciudadanos son presa de los constantes y cada vez más estúpidos caprichos y egoísmos de una realeza de una dimensión desmesurada. Aquí la política concede acceso a un licor que está vetado para el resto y que, siguiendo la lógica caciquil, resulta difícil de rechazar. Ya lo escribió Baudelaire sobre el vino, en sus Paraísos prohibidos. “Si el vino desapareciera de la producción humana, creo que en la salud y el intelecto del planeta se produciría un vacío (…). ¿No es razonable pensar que las personas que jamás lo beben son imbéciles o hipócritas? (…) Un hombre que no bebe más que agua es porque tiene un secreto que oculta a los semejantes”.

Quien no participa en ese sistema quizás se exponga a que piensen que es un infiltrado.

Y todavía, estos, son los que reclaman dignidad para la clase política. Y todavía el periodismo que los fotografía de buen perfil se define como el cuarto poder. Claro, claro...

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