Guillermo Rodríguez analiza y expone por qué socialismo más peligroso es el socialismo en sentido amplio, explicando qué es.
Artículo de El American:
En una memorable entrevista el caudillo estatista argentino Juan Domingo Perón explicaba las preferencias políticas de los argentinos citando porcentajes de liberales, conservadores, socialistas y demás, que reflejaban las encuestas, cuando la sorprendida periodista notó que los porcentajes sumaban 100 % sin incluir al peronismo, le preguntó “¿Pero general, cuántos argentinos son peronistas?” A lo que el caudillo, sorprendido por la para él absurda pregunta respondió “¡ah, peronistas todos!”.
La anécdota pasa fácilmente por chiste, pero me confirmó el jurista argentino, Ricardo Manuel Rojas que es estrictamente cierta. Y lo interesante es que la respuesta de Perón no fue jactancia, ni siquiera exageración sobre lo mayoritaria que en efecto era su fuerza política, sino la expresión cruda de una realidad sutil: el peronismo, como cultura política, había permeado, incluso, a la abrumadora mayoría de sus opositores, llegando a ser la cultura política de la casi totalidad de los argentinos. Es lo que pensaba Perón y la historia nos señala que por desgracia tenía razón.
Uno de los pensadores más significativos del siglo XX, el economista y teórico político Friedrich von Hayek, expresaba la misma idea respecto al socialismo en la postguerra de mediados del siglo pasado al dedicar su polémico y exitoso libro Camino de servidumbre “a los socialistas de todos los partidos”. Lo que advertía Hayek en ese libro —que ofendió y escandalizó a toda la intelectualidad de izquierda de su época y la nuestra— era que las ideas socialistas había permeado a tal punto en la cultura occidental que era inevitable calificar de socialistas en sentido amplio a la abrumadora mayoría de políticos de la mayoría de las democracias.
Era un gran peligro entonces y lo sigue siendo hoy, porque todavía en la gran mayoría de las democracias del mundo la mayor parte de los políticos que no se autodefinen como socialistas, lo son en un sentido amplio.
¿Qué es el socialismo en sentido amplio y por qué sería el más peligroso de los socialismos?
Pues el economista Ludwig von Mises consideraba acertadamente hacia el primer tercio del siglo pasado que “El socialismo es el paso de los medios de producción de la propiedad privada a la propiedad de la sociedad organizada, el Estado”. Y aclaró que “si el Estado se asegura una influencia cada vez más importante sobre el objeto y los métodos de la producción, si exige una parte cada vez mayor del beneficio (…) al propietario (…) sólo le queda (…) la palabra propiedad, vacía de sentido, pues la propiedad misma ha pasado enteramente a manos del Estado”.
Hoy en día el economista Jesús Huerta de Soto define el socialismo “como todo sistema de agresión institucional al libre ejercicio de la función empresarial”. Y es una buena definición económica del socialismo en sentido amplio, porque identificando al libre ejercicio de la función empresarial como condición sine qua non del equilibrio dinámico del mercado asume que el proceso de mercado requiere un marco institucional sin el que el proceso en sí no operaría.
El socialismo, en ese sentido tan amplio, es la distorsión voluntarista del marco institucional –entendiendo por instituciones a los usos y costumbres institucionalizadas por su propio éxito evolutivo– del proceso de mercado. Y que es justamente lo que Bruno Leoni explicaba que era el Derecho como realidad evolutiva consuetudinaria y no como voluntad del legislador.
Hayek en La fatal arrogancia fue quien mejor explicó al socialismo en sentido amplio, señalándolo como un error de hecho sobre la forma en que surge y opera la información necesaria para el orden espontaneo de una sociedad compleja. Yo mismo, siguiendo a Hayek, lo definí en algún libro como un artificioso intento de planificación teleológica centralizada sobre sistemas evolutivos auto-regulados, cuya enorme complejidad inherente no los hace abarcables para la razón humana, por lo que dónde quiera que identifiquemos una artificiosa interferencia en el orden espontáneo de la civilización, habremos encontrado un caso particular de la predecible inviabilidad del socialismo.
Mises había identificado la inviabilidad del socialismo como sistema económico por impedir el surgimiento de precios. Precios que son la única fuente posible de información para el cálculo económico que pretende centralizar el socialismo. Hayek entendió la teoría de la inviabilidad económica del socialismo de Mises como caso particular de una teoría general sobre la información que requiere el funcionamiento del orden espontáneo de las sociedades complejas.
En resumen: todo socialismo es inviable porque todo intento de planificar teleológicamente un orden social complejo impide el surgimiento de la información que requería para planificarlo. Únicamente podríamos especular la factibilidad evolutiva de intervenciones extremadamente prudentes sobre ciertos aspectos de sistemas evolutivos interdependientes del orden espontáneo, siempre y cuando se orienten muy cuidadosamente a la armonización evolutiva institucional dentro del orden espontáneo de algunos resultados previsibles buscados, sin que los inevitables resultados no intencionados e imprevisibles –que pueden ser tanto positivos como negativos– cuando sean negativos, superen en costes las ventajas alcanzadas.
La influencia del socialismo en sentido amplio ha sido fatídica en el desmontaje de los socialismos totalitarios colapsados. Por ello son pocos los éxitos completos en los intentos de introducir —desde la destrucción material y moral que deja el socialismo— un marco institucional capaz de orientar el orden social espontáneamente hacia la economía de mercado en lo económico y al orden republicado en lo político.
En términos simples, el socialismo en sentido amplio es la errónea creencia en la capacidad de los gobernantes para planificar y dirigir mediante mandatos sociedades cuya complejidad supera la capacidad de la razón humana, porque surgieron de un proceso evolutivo espontáneo —producto de la acción pero no la voluntad humana— en el que las interferencias voluntaristas inevitablemente causan un daño imprevisto que siempre supera al bien que pretenden y rara vez alcanzan.
Esa fatal arrogancia del imposible es lo que comparten con los socialistas declarados infinidad de personas que no se consideran a sí mismas socialistas. Y es por ello es la forma más peligrosa de socialismo.
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