miércoles, 19 de mayo de 2021

¿Por qué los funcionarios son intocables?

Alberto Olmos expone y ejemplifica de qué manera se roba y dilapida el dinero de los ciudadanos cada día, de eso llamado "lo público"...

Artículo de El Confidencial: 


Concentración de funcionarios en Madrid ante el Ministerio de Economía. (EFE)

Hace muchos años, me invitaron a dar una charla en el Instituto Cervantes de Tokio. Volaba junto a otros dos ponentes, así como en compañía de tres funcionarios de Presidencia del Gobierno. Al subir al avión, y dirigirnos hacia nuestros asientos en clase turista, vimos a los funcionarios ya sentados en primera clase. Luego se exculparían sin mucho dramatismo. Había sido un error que ellos volaran 1.000 euros más caro que nosotros.

 

Años más tarde, me invitaron a un viaje por Estados Unidos, una gira literaria pautada por las sedes allí establecidas de esa agencia turística que es el Instituto Cervantes. Eran como 15 días, y nos daban 100 dólares por jornada. Uno de los autores con los que compartía expedición escribió a los responsables para quejarse: con 100 dólares/día no teníamos “ni para taxis”, clamó. Nos dieron 100 euros al día. También exigió viajar tres días antes de la primera charla o conferencia, que era en la lejana Seattle, con el irreprochable motivo de “poder disfrutar más del viaje”. Se lo concedieron. Un alto cargo de la embajada española en Washington, ciudad donde parábamos hacia el final de la ruta, me dijo: Tú a mí me has costado 20.000 dólares”.

 

Poco después, un grupito de escritores me invitó a viajar con ellos a Brasil, igualmente haciendo posta en cada sede del Cervantes que hay abierta allí. Rechacé el viaje. Pero entendí que, simplemente, estos autores tenían mano en Viajes Cervantes y, nada, querían ir a Brasil con todos los gastos pagados y propusieron la gira, y coló. Nadie en España —ni por supuesto en Brasil— se enteró de este viaje de promoción de la literatura española.

Otra cosa: en una feria del libro en provincias, un famoso poeta pidió un 'gin tonic' de Tanqueray. Eran las cinco de la tarde. A la mesa en la terraza del bar, estábamos diversas personas que participábamos en alguna charla en las casetas de la feria ese mismo día, junto a los organizadores, que amablemente suelen pagarte un café en la primera toma de contacto, obviamente a cuenta del ayuntamiento de la ciudad. Por el modo de pedir el 'gin tonic' de Tanqueray, deduje que el famoso poeta llevaba alrededor de 20 años sin pagarse una copa de su bolsillo; que, en definitiva, se las estabas pagando tú.

Se roba cada día

No he sido un autor muy solicitado en las ferias y viajes internacionales propios del oficio, pero he visto este puñado de abusos. Imagino que la desvergüenza y la desfachatez con que el mundo editorial trata el dinero público deben de ser aún mayores, lindando en el cohecho. Aunque apenas puedo señalar excesos en otros sectores, los intuyo muy parecidos en el deporte, la industria o el periodismo. O acaso aún más escandalosos.

En España, el dinero público se dilapida cada día, se roba cada día, se malgasta cada segundo; va a las peores manos, de las peores maneras y con las peores mañas. Estamos tirando el dinero, nos lo están robando y solo esperamos nuestro turno para participar en el saqueo. La gente exhibe su habilidad para estas mordidas y sinecuras con absoluto envanecimiento. Quien se lleva el dinero público es un Don Juan, no de amores, sino de caudales; nos hace gracia. Quien muestra repulsa al gasto excesivo y al sobrecoste es un curilla maloliente. Incluso ahorrar dinero al Estado es difícil, no te dejan, da mucho papeleo. Yo quise rechazar los 100 euros y quedarme en los 100 dólares, y no me lo permitieron. Solo conseguí ahorrar al Estado dos noches de hotel en Seattle.

 

En el mundo educativo, los profesores pueden invitar a escritores a dar charlas por 300 euros. Masivamente se invita a amigos, novios, hermanas, amantes. No pocos profesores —socialmente intocables, santos; qué digo: arcángeles del saber supino— se pillan bajas médicas casi sistemáticas, lo que indica que hay miles de médicos dispuestos a dárselas a nada que les duele el borde de la sombra. Es habitual que un interino esté tres o cinco meses de baja (esto es, sin trabajar un minuto pero cobrando del Estado puntualmente) y el último día lectivo milagrosamente se cure de lo que sea que se había inventado que tenía. Así cobrará los meses de verano, haciendo lo mismo que en los tres o cinco meses previos: robarnos a todos.

Basta conocer a un funcionario para enterarse de este tipo de trapacerías y picarescas, ya sea porque las comete y exhibe, ya porque las observa y le encabronan, y las va contando. Anoten también la cantidad de profesores de la educación pública que llevan a sus hijos a colegios privados, y la cantidad de ellos que, pudiendo elegir entre sanidad pública o privada (uno de los incomprensibles privilegios del funcionariado), eligen la privada. Así las cosas, debemos preguntarnos: ¿qué defiende uno cuando defiende lo público? ¿Qué es lo público? ¿Un privilegio? ¿Un bufé libre para pícaros? ¿El mínimo común denominador de la miseria, necesario para ese dispendio paralelo y consabido?

Pillaje público

En España, no existe 'lo público', solo existe un pillaje multitudinario al que llamamos lo público. Lo público es esa marea de dinero a la que quieres aportar lo menos posible y arrancarle la mayor cantidad imaginable. Las gestorías no dan abasto con la cantidad de gente a la que tienen que orientar para pagar menos impuestos. El sector inmobiliario agota toneladas de sobres de dinero negro en todas las direcciones, incluida la que va del comprador particular al vendedor particular. La gente pide y consigue constantemente becas, subvenciones, exenciones y ayudas que no le corresponden. A quienes sí les corresponderían no les llegan nunca. Tenemos a todas las amantes, a todos los cuñados, a todos los hijos tontos y a todas las ovejas negras viviendo del dinero público por todos los ayuntamientos, diputaciones, asambleas regionales y ministerios y secretarías y observatorios y casetas de información turística de España. ¿Eso es lo público?

Si eres alguien o tienes amigos o familiares en el lugar adecuado, te puedes saltar las colas de espera de los hospitales, los rígidos criterios de admisión de los colegios y hacer desaparecer multas de tráfico, atestados policiales o cualquier otra burocracia o normativa vigente para la mayoría de los ciudadanos. ¿Eso es lo público?

 

Cada semana se nos alecciona moralmente sobre una fe o una ética bonita y a la moda, que afecta al clima, al lenguaje inclusivo o al apropiacionismo cultural, pero nunca se nos alecciona sobre la sacralidad del dinero público. El dinero público es el origen de toda posibilidad. No hablo de 3.000 millones de euros, hablo de un euro, de un céntimo, de un folio comprado con dinero público, de un lapicero o una grapadora. ¡Está todo el mundo haciendo fotocopias en las fotocopiadoras de la Administración pública! No sé cómo siguen abiertas las copisterías.

La mayoría de la gente se cree decente solo porque conoce a alguien que roba más que ella. Lo público es para muchos un negocio familiar. De 350 diputados que hay en el Congreso, 200 se ríen de nosotros. De 22 ministerios que conforman el Gobierno, por lo menos cuatro son exclusivamente extractivos.

 

En España no se suben los impuestos para hacer frente al pago de los servicios públicos, sino para hacer frente al pago de una desvergüenza nacional incalculable. Lo público ya está pagado; lo que nunca acabamos de pagar es todo lo que robáis a lo público.


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