jueves, 5 de septiembre de 2013

Egoísmo y capitalismo. (Economía, Política. 1.935)

Un interesante artículo de Paul Laurent sobre el egoísmo atribuido al capitalismo, el injusto desprecio al que se le ha tratado, la falsa solidaridad, y los grandes beneficios que el buen egoísmo aporta a la sociedad, a la cooperación y al bienestar de la comunidad.

Artículo del blog Odiseo en Tierra:

egosimo ycapitalismo

Quienes son contrarios al sistema de economía de mercado y al estado liberal de derecho, sostienen que el capitalismo —el cual es conjunción de ambos— quebranta y debilita la idea de solidaridad y todos aquellos conceptos análogos a éste. Presuponen que al dejar al individuo en libertad de acción se estará creando un sistema en el cual el hombre sólo le importará aquello que a él, como individuo, le concierne, sin tomar en cuenta a sus semejantes. Los adversarios del liberalismo conciben que un sistema político que opte porque los hombres satisfagan sus necesidades y anhelos, por cuenta y riesgo, sólo conducirán a aquel imaginario que Hobbes planteara en el siglo XVII: el de la guerra de todos contra todos; el autor del Leviathan consideraba que el hombre en su propia naturaleza es un ser que por el afán de la competencia se ve impulsado a atacar a otro hombre por beneficio propio.[1]

Han pasado más de dos siglos y medio desde que los postulados capitalistas han sido expuestos, y en aquellos países donde se los puso en práctica se ha demostrado la falsedad de los postulados hobbesianos. El hombre primitivo nada tiene de individualista. Quien agrede a otro no puede estar seguro de su status, pues corre el riesgo de seguir la misma suerte que su ocasional rival. El hombre individualista de Hobbes está imposibilitado de vivir en sociedad, es un ser antisocial por naturaleza.
En las sociedades complejas como las nuestras, compuesta por millones de personas, los conceptos de solidaridad y de egoísmo varían en demasía del de las sociedades primitivas.

En un estadio de civilización primario, en el cual el jefe de la tribu conoce las necesidades de sus semejantes, se podía desarrollar un tipo de organización de sociedad en la cual la cooperación entre sus miembros se diera de una manera total, no importando si la cooperación fuese compulsiva o no, ya que el resultado final no variaba: la satisfacción de las necesidades de la colectividad. En este estadio de la sociedad, los argumentos en favor de la solidaridad y la cooperación podían ser discutidos y aceptados, defendiéndose los medios a aceptar y los fines a alcanzar, en la medida en que ello sólo es posible en organizaciones humanas de reducido número, tal como lo es una tribu.

En cambio en la Gran Sociedad[2] es imposible que millones de personas se pongan de acuerdo y manifiesten su voluntad sobre los medios y fines, tal como lo hacía el hombre primitivo. Del mismo modo resulta imposible que la sociedad moderna sea dirigida por un «jefe de tribu», es decir, un individuo (o un grupo de individuos) que conozca las necesidades y requerencias de esos cientos de miles o millones de seres humanos. Quien plantee en la actualidad que las sociedades se basen en los principios de solidaridad, tal y como fueron conceptualizados en las sociedades primitivas, estará argumentando en contra de aquello que su ingenuo razonar anhela, por la sencilla razón de que ésta se basa en el consentimientos y aceptación de los individuos que conforman la sociedad. En el falso supuesto de que fuese factible que un hombre conozca las necesidades y deseos de aquellos que gobierna, los hombres de tal sociedad estarán a merced de aquél, la voluntad de las personas en tal sistema de organización no le importará en nada al todopoderoso gobernante. El argumento en favor del principio de solidaridad pierde sentido y se torna peligroso para todos aquellos que anhelan un régimen de libertad, si es que lo relacionan con el asentimiento que le dan todos los individuos que conforman la sociedad para desarrollar los medios que se utilizarán para alcanzar los fines trazados como ente colectivo, por la sencilla razón de que ello es imposible en las sociedades de gran complejidad como las nuestras.

La solidaridad no surge como imposición de unos hombres contra otros, ésta surge como actividad consciente y voluntaria de los individuos. Es por ello que en un régimen liberal o capitalista tal término adquiere su auténtico significado. Solidaridad y coacción son incompatibles.

En cuanto al egoísmo creemos que se le ha tratado con injusto desprecio. Inclusive se ha calificado de «filósofos menores» a quienes han argumentado a su favor, y se ha advertido de lo perjudicial que sería una teoría que se sustente en él.[3]

Sin duda que no les falta razón a los enemigos del capitalismo cuando señalan que el egoísmo es un sentimiento propio del liberalismo. Ello se debe a que en una Gran Sociedad, en la cual todo intento de ordenación y planificación fracasaría de antemano, el individuo egoísta termina siendo factor decisivo para cubrir las necesidades humanas. Un hombre egoísta, sin ninguna duda, buscará sacar el mayor de los provechos a cuanta oportunidad se le presente, pero para obtener los beneficios deseados en una sociedad moderna deberá satisfacer a una gran cantidad de personas, a través de bienes y servicios que las masas requieran a bajo precio y mejor calidad. El capitalismo en sí busca que los hombres tengan este sentimiento egoísta, pues de tal manera, por un afán de lucro personal serán muchos los beneficios con este tipo de egoísmo, que en su afán de ganancia deberán satisfacer los requerimientos de sus conciudadanos, de la sociedad.  En el sistema capitalista cada “individuo en particular pondrá todo su cuidado en buscar el medio más oportuno de emplear con mayor ventaja el capital de que puede disponer. Lo que desde luego se propone es su propio interés, no el de la sociedad en común; pero estos mismos esfuerzos hacia su propia ventaja le inclinan a preferir, sin premeditación suya, el empleo más útil a la sociedad como tal”.[4] Es decir que, “siguiendo cada particular por su propio camino justo y bien dirigido, las miras de su interés propio, promueven el del común con más eficacia, a veces, que cuando de intento piensa fomentarlo directamente”[5]. He aquí lo que Adam Smith quería cuando nos hablaba de la mano invisible, que se produce cuando aquél que busca su propia ganancia logra “promover un fin que nunca tuvo parte en su intención”[6].

Hablar de egoísmo en una sociedad en extremo compleja, es buscar el fortalecimiento de la sociedad misma, es hablar de división del trabajo, sistema que surge por el deseo de los individuos de obtener los máximos beneficios a través del intercambio y del comercio, los que redundan en beneficio de todos. En una sociedad donde el intercambio del comercio es escaso o nulo, la miseria es evidente; pero en una sociedad rica en ellos, será una sociedad fuerte y sana.

Por lo desarrollado, es absurda toda concepción que busque oponer egoísmo a solidaridad. Plantear esto es desconocer la naturaleza de la sociedad, el por qué de su existencia y su necesidad para los individuos.

Los hombres no podrían subsistir sin ningún tipo de asociación de individuos, éstos no tendrán cómo cubrir sus necesidades si escapan a la vida en sociedad. Él es la “criatura que más ardiente deseo de sociabilidad tiene en el universo y está dotada para ello con las mayores ventajas. No podemos concebir deseo alguno que no tenga referencia a la sociedad”[7].

Felizmente las cosas no se presentan como si los fines que un individuo opta tuviera efectos contrarios si es que apostara por un interés propio o acaso el de sus semejantes. Si así pasaran las cosas no existiría la sociedad. La vida en sociedad es posible porque existe armonía entre los intereses de los individuos que la componen. Un individuo que vive en sociedad y logra mejorar su situación, produce un efecto benéfico en la sociedad toda. En sociedad, el bienestar de cada uno es bienestar de la condición de los demás.[8]

Si partimos de la idea que el egoísmo es un sentimiento afín al capitalismo, no podemos aceptar que por ello se desprecie, en tal sistema, la idea de solidaridad, cooperación, altruismo y demás. El egoísmo se hace fuerte con el amor a los hijos, a los hermanos, a los padres, a los amigos, y a todos los demás elementos que se ubican dentro de nuestro egoísmo, de ese yo que nos eleva por sobre las dificultades, haciéndonos superiores, y, sin ello, a nuestros semejantes. Es por esto necesario para toda sociedad que anhele superar su situación dar rienda suelta a esos yos, que los aleje de toda coacción humana, pues la civilización misma es producto de un proceso que consiste en que los hombres estén libres de otros hombres, siendo su única obligación el respetar la libertad de los demás seres, negando y rechazando todo intento de sometimiento entre ellos.

Los argumentos individualistas o egoístas distan mucho de causar perjuicios a las sociedades. Toda teoría que los tome en cuenta estará basando sus postulados en la realidad de la naturaleza humana. Nadie negará que el hambre y la sed son, junto con la desnudez, los primeros tiranos que nos hacer mover como seres humanos. Pero son el afán de lucro y la vanidad individual los que mueven las ruedas del comercio y la industria, y que solamente tiene su razón de ser en el cubrir las necesidades de los hombres. El empresario en la sociedad, al igual que el comerciante, está pendiente de los pedidos de los consumidores, que somos todos; no es más que un esclavo de estos, dispuesto a cumplir las órdenes que dicte las preferencias de esas mayorías. Tendrá éxito si satisface a la mayor cantidad de gente posible. Son los consumidores en libre elección en el mercado los que determinarán quien será el empresario elegido, a quién harán millonario y alentarán a seguir produciendo; o a la inversa, decirle, con su no elección de productos, que se dedique a otra cosa, pues no ha sabido satisfacer los deseos de las mayorías.

Por lo dicho, cada fracaso del individuo puede convertirse en un «crimen de lesa majestad social»,[9] si es que las mayorías no se ven complacidas en sus deseos. Pero el hecho de lucrar en una sociedad libre nos permite enmendar la ruta si es que la pasión del interés personal aún nos envuelve.

En conclusión, el egoísmo tal como lo entendió Hobbes y lo aceptan los enemigos del capitalismo, no existe ni existió nunca. No es buen egoísta el que mata, el que roba o estafa, pues mañana él puede ser víctima de los mismos actos. Es buen egoísta, excelente individualista —egoísta perfecto—, el que evita con su comportamiento y accionar todo acto antisocial, que ponga en riesgo la existencia de los demás.

Las acciones o conductas privadas no deben preocupar a nadie, pero si dejamos a los encargados del gobierno en libertad de comportamiento, sin sujeción a ninguna norma positiva, la sociedad estará en peligro, y el mismo gobierno perderá autoridad. Los vicios privados desembocarán en virtudes públicas si los gobernantes son conscientes de sus efectos en el conjunto de la sociedad.[10] Pero los vicios del funcionario público causará el efecto contrario si es que no se los limita efectivamente en su accionar, pues la función pública no existe para beneficio personal alguno, si no en beneficio de todos, a través del control, vigilancia y sanción de cada uno de los actos contrarios a los intereses de la sociedad.

El capitalismo ha demostrado en la práctica que fortalece a la sociedad en su conjunto dándole verdadero sentido a la solidaridad y al deseo de cooperación, pues éstos son consecuencia de una elección libre y voluntaria; comportamientos que son base del sistema liberal desde el punto de vista jurídico y económico.

Una sociedad se hace fuerte cuando sus individuos son libres y no cuando son esclavos. He aquí la diferencia entre liberalismo y socialismo; entre un sistema que se basa en la libertad de los hombres y el control del gobernante, y el sistema que se basa en la libertad del gobernante y la sumisión de los individuos que gobierna.

(Publicado originalmente en Ortodoxia Liberal, Boletín del Círculo de Estudios Ludwig von Mises, N° 2, Lima, 1994, pp. 6-9)

[1] “si dos hombres desean la misma cosa, y en modo alguno pueden disfrutarla ambos, se vuelven enemigos, y en el camino que conduce al fin tratan de aniquilarse o sojuzgarse uno a otro”, Thomas Hobbes, Leviatán o la materia, forma y poder de una república eclesiástica y civil, Vol. I, Sarpe, Madrid, 1984, p. 134.
[2] Este término es propio de Adam Smith. Así como el término sociedad compleja o sociedad de millones de personas, serán utilizadas como sinónimos.
[3] Vid., Mario Bunge, «¿Está en decadencia la vergüenza?», en El Dominical, suplemento del diario El Comercio, Lima, 3 de julio de 1994, p.19. Es tanto el desprecio que tiene este intelectual al liberalismo que afirma que “el estudio de la economía estándar daña la salud moral y social”.
[4] Adam Smith, Investigación de la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, T.II, Orbis, Barcelona, 1986, p. 189.
[5] Id., p. 191.
[6] Loc. cit.
[7] David Hume, Tratado de la naturaleza humana, Libro segundo, Orbis, Buenos Aires, 1984, pp. 552-553. Tal vez Bunge no tome en cuenta, al momento de catalogar de “menores” a los pensadores que defienden el egoísmo, que uno de los más grandes filósofos de todos los tiempos –como es Hume– sea un ferviente defensor del individualismo filosófico. Por el contrario, creemos, valgan verdades, que es el filósofo argentino el que tiene el honor de pertenecer a esa inferior categoría.
[8] Cfr. Ludwig von Mises, Socialismo, Western Books Foundation, Nueva York, 1983, pp. 407 y 445.
[9] Honoré de Balzac, Ilusiones perdidas, Bruguera, Barcelona, 1986, p. 66.
[10] Bernard Mandeville, La fábula de las abejas o los vicios privados hacen la virtud pública, Fondo de Cultura Económica, México, D. F., 1882, p. 248. Algo parecido en Smith (ob., cit., p. 77): “Nunca llegan a empobrecerse las grandes naciones de la prodigalidad y mala conducta privada en algunos individuos particulares, pero sí con la prodigalidad y disipación pública”. La influencia de Mandeville en Smith es notable."

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