jueves, 25 de agosto de 2016

La doble función del Burka: su utilidad religiosa y su utilidad liberal

Buen artículo sobre la cuestión del Burka y burkini, centrado en la crítica al mismo y a sus defensores, especialmente a aquellos liberales que lo defienden como opción voluntaria, olvidando u obviando todos los condicionamientos y circunstancias que implican. 

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El burka es una prenda que cubre el cuerpo de las mujeres musulmanas cuando estas están fuera de casa. Pero su uso no tiene que ver tanto con la religión como con las estrategias genéticas y los mecanismos biológicos que operan en el interior de los animales. El Corán no tiene en su código ningún requisito expreso que obligue a las mujeres a vestirse con esta tela. Dicho requerimiento fue interpretado de muchas maneras diferentes por los ulemas y las comunidades musulmanas. El uso extendido del burka tiene que ver sobre todo con el sexo fuerte y las imposiciones masculinas, como parte de una tradición que sirve de espita para dar salida a la naturaleza machista y abusiva que detentan los hombres de la manada con el objeto de acaparar el mayor número de hembras fértiles (o la fidelidad de cualquiera de ellas), y asegurarse de ese modo una descendencia amplia.
Con todo, en la actualidad el burka ha adquirido un segundo uso todavía más asombroso. Los liberales, aquellos que dicen ser los mayores guardianes de la libertad y el respeto mutuo, utilizan esta prenda como justificación para defender una suerte de liberalismo aberrante, basado en el principio de la propiedad privada y el derecho subjetivo, que termina aceptando esa indumentaria siempre que la mujer se muestre de acuerdo, y que acaba desembocando en el relativismo más absoluto y la permisibilidad más atroz. Con estos compañeros de viaje, a uno casi se le quitan las ganas de llamarse liberal.
El burka no solo es el símbolo que mejor representa a la religión islámica, una tiranía abyecta que lleva siglos sirviendo de escusa a todos los depravados y subhumanos que vienen al mundo a jurar en nombre de Ala, es también la herramienta más degradante que utilizan los hombres para humillar, dominar, coaccionar, reprimir y en último lugar apalear y matar a sus mujeres, sus hermanas y sus madres. No estamos hablando solo de apología. Su uso es la confirmación y culminación de una educación y una crianza detestables. Sinceramente, me importa un bledo que la mujer use esa herramienta contra sí misma de forma voluntaria. Me importa un bledo que la religión y las tradiciones obliguen a sus seguidores a cubrirse el cuerpo con esa indumentaria. Me importa un bledo que los liberales justifiquen su uso en base a una interpretación superficial e infantil del principio de propiedad. Solo me importan las millones de niñas que van a tener la desgracia de nacer en el seno de una familia que las educará para que se conviertan el día de mañana en esclavas voluntarias.
Durante los años más oscuros de la historia de Estados Unidos, decenas de miles de negros asumían su roll de forma absolutamente voluntaria. Habían nacido con esa condición. Eran los caballos de tiro del hombre blanco. No entendían la vida de otra manera. No concebían su vida sin su amo. Veían el látigo como una forma de instrucción más. Se sentían como animales y querían que les tratasen como tales. Si acaso les entraba alguna duda sobre la justicia a la que eran sometidos, apenas se atrevían ni siquiera a pensar que podrían alguna vez mirar directamente a los ojos de sus propietarios. ¿Justifica todo esto la esclavitud? Evidentemente no. ¿Justifica el uso del burka el hecho de que las mujeres que lo llevan decidan enfundárselo voluntariamente? Tampoco. ¿De qué estamos hablando entonces? ¿Cómo pueden los liberales aprobar esa vejación con la escusa de que nadie la obliga? Claro que existe obligación. El burka es el resultado de una imposición omnímoda, tan grande y eficaz que ha acabado lavando el cerebro de todas sus víctimas, como la esclavitud lo hizo antaño con el negro. A uno le sorprende que la esclavitud haya sido derogada hace tan solo unos años. Pero viendo la mentalidad de los liberales, casi parece lógico.
El criterio para determinar si un acto es legítimo, o por el contrario se debe penalizar de alguna forma, no puede fijar su atención en el grado de voluntariedad del sujeto que opera de tal manera. La voluntad particular no es un valor objetivo. El verdadero criterio de demarcación tiene que consignar todos los factores que inducen a actuar de un modo determinado, y no solo la acción momentánea del individuo en cuestión. Una persona puede estar actuando voluntariamente con total libertad en el momento presente, pero puede haber sido conminada a actuar así por medio de una serie de imposiciones y adoctrinamientos tan eficaces y perversos que solo podían conseguir que dicha persona interiorizase las humillaciones a las que era sometida hasta el punto de creer que eran buenas para ella. En ese caso, la voluntariedad nos está señalando algo muy diferente. No refleja el grado de libertad de las personas. Muy al contrario, lo que pone de manifiesto es la perfección de la maquinaria que les ha lavado el cerebro y las ha convertido en zombis vivientes y siervos sumisos.
El liberal austriaco, defensor acérrimo de la propiedad privada y la acción individual, aspira a purificar su teoría al máximo, y a veces corre el riesgo de acabar defendiendo una completa inanidad. Suele tener la manía de fijarse únicamente en la voluntad vigente que manifiesta la persona en un momento dado, obviando todos los condicionamientos y circunstancias que están detrás de cualquier acción. De esta manera, tiende a comportarse como aquel cretino que solo ve la superficie especiosa de los fenómenos y resuelve que la tierra es plana, o que el sol danza en círculos en torno a nuestras cabezas. Tanto quiere pulir su principio de la propiedad para que refulja bajo el sol que acaba convirtiendo el brillante en un montón de polvo, y defendiendo una afirmación que, de simple, termina siendo completamente inútil.
Si yo viera en la playa a una mujer con grilletes en los tobillos, y con una mordaza en la cara, que, ante mi sorpresa, me jura y perjura que se ha atado ella misma de forma voluntaria, y si luego conociera a su marido y a su familia, y constatara que la mujer solo puede ir a la playa de esa guisa, ¿qué sería lo que debería pensar?, ¿me limitaría a decir que su situación es completamente respetable, como hacen algunos puristas liberales?, ¿afirmaría que no podemos hacer otra cosa que ver como la mujer se arrastra por la arena hasta alcanzar el agua? Yo desde luego no estoy dispuesto a ser tan liberal. No señor.
Reconozco que es bastante difícil erradicar las costumbres que se generan en el seno de una familia cualquiera, ocultas en el ámbito privado, detrás de las paredes de una casa, protegidas y defendidas por todos los miembros del clan, engrandecidas por el fanatismo de una religión. Tan difícil como erradicar la violencia de género. Pero nadie dice que los maltratos físicos o psicológicos sean dignos de respeto. En cambio, muchas personas (socialistas y libertarios) creen que debemos mantenernos neutrales ante la visión fantasmagórica que nos ofrece el burka o su versión acuática (el burkini). Te conminan a que expliques cómo vas a prohibir una prenda religiosa que aceptan incluso aquellas mujeres que se la ponen, una indumentaria que forma parte de una visión fanática y que está ampliamente infiltrada y asumida en las creencias de todos los musulmanes. Cuando luchamos contra la delincuencia, no lo hacemos con la esperanza de erradicarla completamente, sino para atajar esa enfermedad social en la medida de lo posible. Las trabas que se pongan al uso del burkini no eliminarán la violencia religiosa en el seno de la familia. Pero es una medida de dignidad en cualquier sociedad libre. Y en todo caso, no es tan complicada de llevar a la práctica. Mucho más difícil fue la reconquista española y la expulsión de los moros, y no he visto que nadie criticase las luchas intestinas que permitieron que hoy España forme parte de Occidente y no contribuya a aumentar el territorio que ocupa ese atajo de tiranías y teocracias que prosperan al sur del Mediterráneo. La proporcionalidad de la pena está recogida en todas las constituciones de los países libres. Nadie va a pasar cinco años en la cárcel por llevar el burkini. Pero, carajo, tampoco podemos quedarnos paralizados, de brazos cruzados, mientras la enseña mas ignominiosa de las sociedades más fanáticas y violentas de la Tierra se pasea por las playas de medio mundo, lugar sagrado para los occidentales, que simboliza muchos de los éxitos que el hombre libre ha conseguido abrazar, el disfrute merecido después del esfuerzo que ha supuesto un combate de siglos, las vacaciones y el descanso justo posterior a la lucha a capa y espada que ha permitido eliminar de raíz precisamente esa visión fanática que ahora pretende entrar de nuevo en nuestras vidas por la puerta de atrás, a través del portón que abren deliberadamente todos los libertarios que gustan de defender ese respeto autonegador y suicida que protege cualquier acción individual por el mero hecho de serlo. Desde luego, que no esperen mi apoyo. Yo no soy tan estúpido como para matar la libertad apoyándome en ella. Trabajo nos ha costado llegar al bikini para que ahora nos salgan con el burkini. Encima tenemos que aguantar que utilicen una parte del término que designa la prenda que representa por antonomasia la liberación de la mujer, para construir el nombre de ese engendro represivo y maloliente que los musulmanes obligan a ponerse a sus esclavas sexuales desde bien niñas. Yo no he venido a este mundo para defender tamaña barbaridad. Ahí se quedan los libertarios con su libertad. Yo me bajo del carro.
No sé exactamente cómo podemos combatir esa lacra, si hay que prohibir completamente su uso o castigarlo con algún correctivo menor. Pero no voy a tararear el himno del liberal cada vez que vea a una mujer paseándose por la playa tapada hasta las orejas, mientras su marido disfruta del aire libre y la temperatura veraniega. De joven conseguí, a base de mucho esfuerzo, curarme de esa enfermedad mental que va corroyendo el cerebro poco a poco, esa patología espongiforme que llaman socialismo y que acaece, no con la vejez y la senectud, sino peor aún, con la lozanía y la pubertad, cuando todavía tienes tantas cosas que mostrar al mundo, esa enfermedad que viene a asfixiar cualquier esperanza de una vida plena y alegre. Por consiguiente, tampoco me será difícil zafarme ahora de esa otra versión del igualitarismo, la de los anarcocapitalistas que afirman que todas las actitudes individuales son igualmente respetables y que por tanto tenemos que dejar que la sociedad evolucione de la manera que sea. Ya tuve el virus en mi cuerpo una vez. Estoy vacunado. Tengo defensas.

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