Una muestra más del radicalismo de los ecologistas, que anteponen a la vida humana su rechazo a cualquier investigación y modificación genética sin razones científicas.
Prefieren la muerte de 25.000 vidas humanas por la enfermedad del dengue transmitida por mosquitos a permitir poner en marcha un avance científico que permite dejar sin descendencia a la clase de mosquitos que transmite su enfermedad, o prefiere impedir como así ha sido también la exportación masiva de cereal transgénico a países muy pobres como Somalia y Zimbabue y que su gente muera de hambre. Incomprensible.
Artículo de Jorge Alcalde:
El dengue debe esperar
El Ministerio de Sanidad de El Salvador ha informado de la muerte en ese país de tres personas y de la hospitalización de casi 9.000 por causa del mismo mal, cifra esta última un 20 por ciento superior a la registrada en 2009. En Argentina, la provincia de Corrientes se halla en alerta naranja por el número de casos detectados, que también son abundantes en los departamentos brasileños y paraguayos fronterizos.
Estas informaciones nos enfrentan a una enfermedad para la que todavía no se conoce una inmunización eficaz. Entre tanto, al otro lado del planeta, en Malasia un grupo internacional de científicos se ha visto obligado a detener la línea de investigación más prometedora de los últimos tiempos... para evitar la ira de los ecologistas.
En estas semanas estaba prevista la liberación experimental de una variedad de mosquito Aedes aegyptii, transmisor natural del virus del dengue, modificada genéticamente. Estos individuos han sido tratados en el laboratorio para que produzcan una descendencia enferma. En concreto, sus crías mueren muy precozmente. La intención del experimento es clara: si los biólogos logran introducir en el medio suficientes mosquitos modificados, éstos podrán mezclarse con los sanos y procrear variedades de animales sin capacidad de sobrevivir. Es decir, en el transcurso de unas cuantas generaciones pulularían por el ambiente suficientes mosquitos enfermos como para reducir considerablemente la población y, quizás, soñar con su extinción.
Sí, efectivamente, se trata de acabar cuanto antes con una especie animal, portadora de uno de los virus más peligrosos a los que se enfrenta la especie humana. En otras palabras, el objetivo es erradicar el problema del dengue por la vía de exterminar a su insecto transmisor. Y, por supuesto, eso es algo que no pueden permitir ciertas organizaciones ecologistas, siempre preocupadas por la mal entendida protección del medio natural, por mucho que el medio natural genere amenazas para el hombre como el virus del dengue.
El dengue es una enfermedad infecciosa que se encuentra entre las prioridades de todas las autoridades sanitarias de los países cercanos a los trópicos. La picadura del mosquito portador conduce a un episodio de fiebres altas, dolores musculares intensos y convulsiones. En los casos de la variedad hemorrágica, la enfermedad puede conducir a una muerte espantosa. Aunque es un mal propio de zonas templadas y húmedas, en las últimas décadas se ha extendido su prevalencia a áreas más alejadas de los trópicos y más frías. No existe vacuna alguna. El único modo de atajarlo es mediante medidas de prevención profiláctica, sobre todo en zonas urbanas. Al año fallecen más de 25.000 personas en el mundo por su causa.
Son 25.000 poderosas razones que parecen insuficientes a los extremistas amigos de la naturaleza. Pertrechados de grandes dosis de ignorancia científica y de su atávico temor a la manipulación genética, los ecologistas no han parado hasta conseguir que se cancele la prometedora investigación malaya.
Quizás desconozcan que no es la primera vez que se liberan en el medio mosquitos modificados genéticamente. El año pasado, la introducción de machos estériles de Aedes en la isla de Gran Caimán sirvió para erradicar la amenaza de dengue en una población de 3.000 personas amenazadas por continuas plagas. Los mosquitos fueron esterilizados por manipulación genética, ya que parecen especialmente resistentes a la esterilización mediante radiación que se utiliza en otras especies. Los investigadores liberaron 3,3 millones de machos esterilizados. En el plazo de 6 meses, la población de Aedes aegypti se ha reducido en la zona en más de un 80 por 100. No se conoce ningún otro efecto sobre el medio ambiente... salvo que los 3.000 habitantes de las localidades objeto de estudio viven más aliviadas al saber que sus hijos no van a contraer el mal doloroso y mortal.
Los expertos implicados en este tipo de investigaciones coinciden: a medida que los obstáculos tecnológicos para lograr mosquitos transgénicos se van reduciendo, aumentan los obstáculos políticos. Organizaciones ecologistas como Greenpeace se muestran contrarias a cualquier tipo de manipulación genética animal o vegetal sin ofrecer razones científicas de peso. Y la ciudadanía sigue siendo demasiado permeable a este tipo de soflamas. Una encuesta de Zogby International acaba de desvelar que el 60 por 100 de los estadounidenses está en contra de manipular mosquitos para erradicar enfermedades como el dengue o la malaria. Lo hacen, sin duda, en la seguridad de que son males que no suelen atacar a las ciudades ricas del norte ni afectar a los despachos con aire acondicionado en los que elaboran sus programas los dirigentes de Greenpeace. Pero las cosas pueden cambiar. Este año se han registrado casos de dengue en países tan ecológicamente correctos y tan poco tropicales como Holanda y Francia.
Las consignas ecologistas han impedido la erradicación del mosquito Anopheles causante de la malaria o la exportación masiva de cereal transgénico para alimentar a poblaciones hambrientas de Somalia y Zimbabue. Ahora vuelven a detener un avance fundamental, esta vez para acabar con el dengue.
Demasiado poder en manos de un grupo de opinadores para los que la enfermedad del ser humano no ocupa un lugar especialmente destacado cuando se trata de proteger a unos mosquitos.
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