miércoles, 19 de febrero de 2020

El asalto del socialismo a los Estados Unidos

Carlos Barrio analiza el asalto del socialismo a los Estados Unidos.
Artículo de Disidentia:
Los Estados Unidos son la democracia moderna más longeva del mundo y su constitución todavía en vigor, la de 1787, muy breve (7 artículos) ha sido solamente reformada en veintisiete ocasiones en los más de 226 años que lleva en vigor. Una constitución que, como puede apreciarse de la lectura de los artículos de El Federalista, fue diseñada con el firme propósito de garantizar la libertad de sus ciudadanos frente a las arbitrariedades y los abusos del poder político. John Adams, uno de los llamados “founding fathers”, tenía muy presente la idea de que no sólo un monarca podía constituir una forma de tiranía.
También la democracia, en sus manifestaciones más extremistas como las vividas en algunos momentos de la época clásica, podía constituir una amenaza para la libertad. Adams tenía muy presente las prevenciones que con respecto a la democracia había presentado el Barón de Montesquieu en El Espíritu de las leyes. De ahí que Adams al diseñar la constitución de Massachusetts, y posteriormente el modelo federal, tuviera muy presente los riesgos asociados a dicha forma de gobierno. La constitución americana, por lo tanto, parte de la idea de que el poder político para ser legítimo debe tener un respaldo popular pero que éste no puede ser en ningún caso absoluto.
Su sistema político ha soportado presidencias autoritarias como la de Andrew Jackson, la terrible herida de una guerra civil que partió a la Unión en dos y cuyas cicatrices se prolongaron durante la llamada era de la reconstrucción, una división brutal en el seno del partido demócrata en los años 60 durante la llamada lucha por los derechos civiles, la infiltración del marxismo cultural durante los años de la guerra de Vietnam, el famoso caso Watergate o más recientemente la crisis derivada de la intervención armada en Irak, sólo por citar algunos de los episodios más traumáticos de la historia de este país.
Nadie, ni los paternalistas progres de la envejecida socialdemocracia europea, puede dar lecciones de cultura democrática a los norteamericanos. Los Estados Unidos, con sus fallos y sus aciertos, nos han permitido a los europeos entre otras muchas cosas librarnos de dos sanguinarios totalitarismos en el siglo XX o poner fin a dos cruentas guerras mundiales. La democracia moderna más antigua del mundo ha logrado sobrevivir a presidencias cuestionables, abusos de poder, brutales ataques terroristas y al más primario antiamericanismo de la aburguesada izquierda europea, sin embargo hoy se escuchan discursos muy alejados del espíritu de los padres fundadores, de candidatos a la nominación demócrata como Bernie Sanders o Elisabeth Warren que abrazan una noción tan confusa como contradictoria como es la del llamado socialismo democrático.
Ni el candidato demócrata más escorado a la izquierda de la historia, Mike Dukakis, que se presentó a las elecciones en 1988, se ha atrevido nunca a catalogarse como socialista. Incluso Obama no pasó de reconocerse como fabiano y liberal (progresista) pero jamás como socialista.Sin embargo, en esta carrera hacia la nominación demócrata parece que prácticamente todos los candidatos, con las excepciones de Joe Biden o Michael Bloomberg, coquetean en mayor o menor medida con la expresión socialismo.
El cambio sociológico experimentado en los últimos cuarenta años en los Estados Unidos, con unas universidades tomadas al asalto por versiones postestructuralistas de la llamada New Left, la crisis de legitimación del capitalismo a raíz de la crisis financiera del 2008 o la transmutación del socialismo desde posiciones obreristas hacia el cultivo del voto de las minorías, son factores que explican el auge del socialismo en los Estados Unidos. Lejos quedan los certeros análisis del sociólogo Sombart que destacaba la imposibilidad de que el socialismo calara en aquellos parajes americanos. Mucho antes que Sombart, Tocqueville ya advertía que la sociedad americana descansaba en una visión individualista de la democracia.
Según Alexis de Tocqueville, en los Estados Unidos el pueblo reina sobre el mundo político americano, como Dios sobre el universo”. Por el contrario, la izquierda europea siempre se inclinó por el despotismo democrático que exhibiera Rousseau “Para descubrir las mejores reglas de sociedad que convienen a las naciones, sería preciso una inteligencia superior”En la utopía rousseauniana, la comunidad política es concebida como una comunidad de hombres virtuosos que han “renunciado” a los egoísmos particulares, de forma que están dispuestos a confluir en una sola “voluntad general”, en virtud de la cual anteponen el bien del otro, el bien general, al suyo propio. Esta voluntad general no es una voluntad cuantitativa, obtenida a partir de la suma mayoritaria de las voluntades particulares. Se trata de una noción “ética”, no “aritmética”. Quien determina en la visión rousseauniana, de la que es heredera la izquierda actual, qué ha de ser el interés general no es la voluntad libre expresada en el voto. Es el legislador pedagogo que decía Rousseau, o la vanguardia del proletariado en la versión marxista-leninista.
Sanders, que parece tener todas las papeletas para convertirse en el elegido por el Partido Demócrata para disputar a Trump la presidencia de los  Estados Unidos, se ha dado cuenta en parte de eso y ha virado en la forma, más que en el contenido de su discurso que sigue siendo rabiosamente anticapitalista y profundamente contrario a los valores que sirvieron de inspiración a los padres fundadores a la hora de diseñar la democracia representativa más estable que ha conocido la modernidad.
Sanders ha añadido a sus soflamas en favor del socialismo, esas que lleva pregonando con poco éxito desde comienzos de los años 70, el apelativo “democrático” en un intento de convencer a buena parte del electorado de centro del partido demócrata de que su apuesta está en consonancia con buena parte de la tradición del socialismo democrático de corte escandinavo. Sanders ha logrado pasar de ser un outsider del sistema político norteamericano a convertirse en una firme amenaza para los valores del sistema político norteamericano, caso de resultar elegido presidente de los Estados Unidos.
El socialismo, aunque se catalogue de democrático, sigue siendo socialismo. La principal diferencia entre el llamado socialismo autoritario y el democrático es puramente estratégica: relativa a los medios con los que implementar su programa. El socialismo descansa en una visión elitista de la política, su aversión al emprendimiento y al funcionamiento libre de los mercados y sigue siendo presa de las críticas epistemológicas que Mises hizo respecto al cálculo económico y la planificación centralizada. El socialismo sigue hipostasiando la idea abstracta de “justicia social” por encima de cualquier mecanismo institucional o derecho individual que pueda constituir un obstáculo a la acción política colectivista.
Aunque importantes columnistas de medios americanos, como Krugmann, Jonathan Chait o Matt Fuller, intenten ahora presentar a Sanders como un liberal (progresista en el sentido europeo) verde, comprometido con las minorías y el feminismo, lo más peligroso del discurso de Sanders sigue siendo su apelación al socialismo como receta con la que curar los males o supuestos males de la sociedad americana.
Sombart alegaba que la sociedad americana había abrazado con gran entusiasmo el capitalismo en buena medida porque había abandonado el “sentimentalismo y el romanticismo superfluo” que estaba en la base de buena parte de los discursos socialistas que había germinado en el viejo mundo. No deja de resultar paradójico que la reintroducción en la sociedad americana de esos mismos valores caducos europeos se haya producido a través de la nefasta influencia del pensamiento francés de corte postestructuralista, y que ahora estén cerca de poder constituir una alternativa política que acabe con el sueño de los padres fundadores.

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