jueves, 27 de mayo de 2021

Los errores de Ana Iris Simón

Juan R. Rallo analiza el discurso tan mediatizado de la escritora Ana Iris Simón, focalizando los errores en los que cae en su discurso y en sus argumentos.

"La escritora Ana Iris Simón atribuye a la globalización, la desindustrialización y la precariedad laboral la baja natalidad dentro de nuestro país. ¿Qué hay de cierto en su famoso discurso en La Moncloa?"




Incluyo el artículo del autor en El Confidencial, donde resume el contenido del vídeo: 

En qué se equivoca Ana Iris Simón

El discurso de la escritora Ana Iris Simón dentro de la Moncloa ha sido uno de los asuntos que más han agitado el debate público durante los últimos días. En esencia, lo que Simón planteó fue que la natalidad en España se halla por los suelos debido a la fragilidad económica de nuestros jóvenes, la cual no ha sido provocada en los últimos años por una hiperglobalización que ha desindustrializado a nuestro país. La tesis de Simón es, sin embargo, problemática por varios motivos.

 

Primero, ningún país rico —salvo Israel— alcanza un índice de fecundidad suficiente como para garantizar el reemplazo demográfico (2,1 hijos por mujer). Es verdad que nuestro país es uno de los peores del mundo a ese respecto y que probablemente haya cierto margen de subida si las condiciones económicas de los jóvenes mejoraran (los motivos económicos y laborales suelen ser la razón a que aluden entre un tercio y la mitad de las mujeres españolas para tener menos hijos de los deseados), pero incluso los 'ejemplares' países nórdicos apenas alcanzan los 1,6-1,7 hijos por mujer. Por consiguiente, en ausencia de inmigración y de otros cambios de cariz no económico, España seguiría despoblándose aun cuando la situación socioeconómica de los jóvenes se estabilizara.

Segundo, los problemas económicos de nuestros jóvenes no han empezado durante los últimos años, si bien es cierto que ha llovido sobre mojado. La tasa de paro juvenil desde la década de los ochenta ha oscilado entre el 30% y el 50% de la población activa (según la fase coyuntural); a su vez, la extrema temporalidad que azota especialmente (aunque no exclusivamente) a los jóvenes arranca con la reforma laboral del año 84 (ante la incapacidad política de crear empleo de calidad, se optó por crear empleo de mala calidad), si bien desde 2007-2008 los contratos de muy corta duración han ido volviéndose cada vez más numerosos, y la caída de los ingresos de los jóvenes con respecto a los años ochenta viene causada no por un descenso del salario por hora, sino por una fuerte caída del número de horas trabajadas (en parte porque se han repartido las pocas horas de trabajo demandadas entre los jóvenes, en parte porque se ha alargado su tiempo de formación y muchos jóvenes no buscan durante su etapa universitaria empleos a jornada completa). Acaso la gran diferencia con respecto a los años ochenta sea el encarecimiento en términos reales de la vivienda (como consecuencia de la restricción política de su oferta): en 1985, hacían falta unos cinco años de salario a jornada completa para comprar una vivienda de 100 metros cuadrados; en 2019, 8,75 años. Mismas (o peores) condiciones laborales con vivienda más cara son una pésima combinación para los jóvenes.

Tercero, no ha sido la globalización quien ha desindustrializado España, sino el aumento mundial de la productividad manufacturera. El peso del sector manufacturero dentro de nuestro país no ha dejado de descender desde los años ochenta, pero sería un error pensar que ese descenso se ha debido esencialmente a que los países del Tercer Mundo se han quedado con nuestra industria. A largo plazo, y al igual que sucedió con la agricultura, la demanda manufacturera no es suficientemente elástica como para absorber todo el incremento potencial en la capacidad productiva del sector secundario, de ahí que los trabajadores y la actividad migren progresivamente hacia el sector servicios. Por eso, por ejemplo, en las últimas tres décadas el peso de la industria ha caído más de 10 puntos en países tan exportadores como China o Alemania, y por eso su relevancia en el PIB español es análoga a la que tiene en el PIB de EEUU o de Reino Unido.

 

En definitiva, el discurso de Ana Iris Simón posee la gran virtud de resaltar algunos de los más graves problemas de nuestra economía —la muy complicada situación socioeconómica de los más jóvenes—, pero ofrece un mal diagnóstico de los mismos —ni son culpa de la globalización ni de la desindustrialización— y les atribuye probablemente demasiada responsabilidad en el cambio de régimen demográfico que hemos experimentado en las últimas décadas. Al final, la escritora nos ofrece una imagen falsa e idealizada de un pasado salvífico hacia el que el intervencionismo estatal debería llevarnos de vuelta: en lugar de prepararnos para el futuro, buscamos un refugio en un ilusorio pasado.


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