lunes, 8 de agosto de 2016

Donald Trump o el fracaso de la política

Javier Benegas analiza la verdadera causa del éxito en el ascenso de Donald Trump (y de otros tantos), lejos de entenderse por tantos politólogos...

Artículo de Voz Pópuli: 
Las elecciones presidenciales de Estados Unidos de 2016 se acercan. Y los nervios están a flor de piel por culpa de un candidato: Donald Trump, un tipo estrafalario que podría llegar a ser elegido presidente y del que Caren Bass, representante demócrata por California, ha llegado a decir que debería someterse a una evaluación psiquiátrica. Hasta Michael Moore parece haber entrado en fase de pánico.
Sobre el drama electoral norteamericano, Roger Senserrich firmaba aquí una pieza titulada Hillary Clinton: elogio del aburrimiento. No acometía frontalmente contra Trump, tal y como ha hecho, entre otros, Xavier Vidal-Folch, sino que desmitificaba de forma convincente su idea de la política, afirmando que “el cambio social en democracia es algo casi siempre monótono, discreto, repetitivo y miserablemente falto de épica”; que cualquier sociedad moderna es extraordinariamente compleja; y los gobiernos que la hacen posible, instituciones enormemente complicadas. Senserrich trataba así de primar a Hillary Clinton, con su benigna política del aburrimiento, sobre Donald Trump y su aparatosa visión de la política como algo “excitante, audaz, una película de espías llena de momentos dramáticos”.
Un buen intento por desactivar racionalmente a Trump. Sin embargo, el populismo que encarna Trump no es la enfermedad sino el síntoma. Una evidencia a la que casi todos los politólogos parecen hacer oídos sordos. La aparición de Donald Trump y de otros políticos de un perfil semejante podrían ser indicadores de una enfermedad más profunda, serios avisos de que la “política del aburrimiento” hace tiempo que no funciona.

¿Debe ser la política tan tediosa y farragosa?


Es verdad que la política es en gran medida compleja y aburrida. Pero esta idea se podría trasladar a otras muchas actividades que, a primera vista, pueden parecer apasionantes, incluso a hitos históricos que los cronistas, en su empeño por engrandecerlos, trasladan al conocimiento general como epopeyas, relatos heroicos llenos de momentos electrizantes. Difícil imaginar a quien no sea académico o estudioso, imbuyéndose de cualquier suceso histórico si es descrito de manera hiperrealista, prosaica, pormenorizada y sin ninguna concesión literaria. Hasta el acontecimiento en apariencia más apasionante daría lugar a un relato soporífero, rebosante de datos, digresiones, tiempos muertos y momentos que a primera vista no conducen a ninguna parte.
Desde esta perspectiva, Stefan Zweig jamás habría escrito su Momentos estelares de la humanidad, porque ninguna de las proezas que ahí relata habría superado el impávido filtro del realismo. Porque la realidad es extraordinariamente prosaica el 99,9% del tiempo, también en lo que concierne a los hitos más apasionantes. Si las peripecias vividas por Cyrus West Field para realizar el primer tendido de cable telegráfico a través del océano Atlántico hubieran sido contadas tal cual, la búsqueda de financiación, las mil y una puertas a las que hubo de llamar, las dudas, las esperas, los contratiempos, el abatimiento, los tiempos muertos, el fracaso y la vuelta al principio, su historia no parecería épica sino terriblemente aburrida y descorazonadora, de hecho, podría resultar patética en vez de apasionante.
En la vida real, crear una gran empresa, desarrollar un sofisticado producto, inventar un medicamento milagroso, proyectar una colosal obra de ingeniería, descubrir genes fundamentales en la lucha contra alguna enfermedad, aunque puedan derivar en un gran logo, incluso, en una revolución que transforme el mundo, son la mayor parte del tiempo actividades aburridas que llevan implícitas miles de acciones menores y repetitivas, interminables reuniones nada emocionantes y la implementación de procesos soporíferos, exactamente igual que gobernar una nación o influir en la política desde el activismo. Sin embargo, no carecen de épica.

Cuando la política lleva tiempo cabreando a las personas pero nadie se da por enterado 

 

Ahora bien, entender la política como un complicadísimo tedio sólo al alcance de esforzados especialistas o, peor aún, decidir que la evolución social es una tarea reservada a esos especialistas, es lo que produce a largo plazo efectos no deseados, tal cual es la frustración de la gente que, al final, le importa una higa lo complejo que sea el marco institucional de su gobierno o las legiones de especialistas y funcionarios que deban ponerse de acuerdo en la implementación de cualquier medida. Por más que la práctica sea en esencia aburrida, compleja y, en apariencia, sólo al alcance de expertos, el particular se revolverá si los políticos y sus políticas se convierten en un grave problema y, para remate, se inmiscuyen en sus decisiones cotidianas más particulares.
En efecto, cuando la política deja de lado las grandes cuestiones y se convierte en esa actividad prosaica e irritante, donde hasta la forma en la que nos desplazamos para ir al trabajo (si usamos automóvil particular, transporte público, bicicleta o un patinete), lo que comemos o bebemos, si tenemos hijos o no y, de tenerlos, cómo los educamos, nuestras preferencias sexuales, creencias religiosas, filias y fobias, convicciones más íntimas, cuánto de lo que ganamos o poseemos debe ir a parar al Estado, incluso cómo y qué debemos pensar, cómo y qué debemos expresar… cuando todas estas cosas, decía, se convierten en cuestiones a dirimir por especialistas y activistas en beneficio, se supone, de un bien mayor, tarde o temprano se desencadena una reacción social, un cabreo sordo y creciente del que sacan tajada los populistas. En este sentido, el magnífico discurso pronunciado por Michelle Obama en favor de Hillary Clinton, contenía, sin embargo, esta frase terrible que pasó desapercibida: “Estas elecciones tratan sobre quién tendrá el poder de formar a nuestros hijos los próximos cuatro, ocho años de sus vidas”. Sin comentarios.
La inflación de la política
Diríase que padecemos una inflación de acciones políticas, políticos, tecnócratas, especialistas y activistas. Que por cada medicamento que se patenta, por cada producto sofisticado que se desarrolla y llega al mercado o por cada gran obra de ingeniería, surgen decenas de causas sociales; toda una industria de la ingeniería social que cada vez demanda más y más recursos, más y más mano de obra, en detrimento del desarrollo equilibrado y espontáneo de las personas. Tal vez la política entendida como actividad compleja, aburrida, socialmente intrusiva y propia de especialistas se nos ha ido de las manos.      
La realidad es tediosa, cierto. Pero detrás de ella, sobre ella o en alguna parte de ella, debe haber una idea, una visión y una misión que de verdad sirva a todos, y no a según qué grupos sociales, y no a según qué convicciones. Cuando el buen narrador nos relata un momento estelar de la humanidad, lo que hace es desenterrar es gran logro transversal de debajo de toneladas de prosaica realidad, para que sus claves no se pierdan entre tanto despropósito.
Cualquier persona sensata intuye que el horizonte de la sociedad se pierde más allá de lo conocido y de lo que creemos cuantificable. Y que el drama se desencadenará si anulamos el pensamiento lateral y el especialista político acapara todos los procesos de la vida. Cyrus W. Field no era ingeniero, no sabía nada de electricidad, de hecho, jamás vio cable alguno. Pero, como relataba Zweig, llevaba la audacia en su sangre. Allí donde el técnico sólo vio la meta inmediata, es decir, comunicar Nueva York con Terranova, él vislumbró algo más. Sin embargo, era un hombre sensato. Y es que el verdadero sueño, escribía Nietzsche, es la capacidad de soñar sabiendo que se sueña.
No, en mi opinión la política no tiene que ser aburrida. Es más, que sea aburrida, extraordinariamente compleja y, sin embargo, insoportablemente intrusiva es lo que probablemente, en parte, está alentando el populismo.

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