domingo, 24 de febrero de 2013

El dilema es menos déficit o más deuda (Política, Economía. 1.286)

Esta reflexión recoge perfectamente la situación. O se reduce el déficit o se incrementa aún más la deuda. Y hasta ahora, se ha tendido a incrementar de forma disparatada el endeudamiento sin corregir el déficit (muuy suavemente). De hecho, este 2012, la deuda pública creció otros 146.000 millones de Euros y el déficit como estima Bruselas alcanzará ya el 10,2% (7% más el 3,2% que suma el rescate bancario).

Pero dicho endeudamiento tiene sus limites, que estamos ya superando, y las consecuencias económicas de esta superación son dramáticas:


"En la situación actual no hay alternativa a más endeudamiento, que está cerca del límite.

Entre las muchas contradicciones que estamos viviendo con motivo de la crisis económica, hay una que resulta difícil explicar. Por una parte, se está presionando para que Bruselas autorice una relajación del déficit del Presupuesto, que en 2012, según todos los indicios, será superior al 6,3 por ciento comprometido y para el 2013 se solicita que se amplíe el límite fijado del 4,5 por ciento. Por la otra parte, se pone el grito en el cielo porque el año pasado la deuda pública creció 146.000 millones de euros, lo cual no había ocurrido nunca en nuestra historia, y ha hecho que el endeudamiento público superara los 882.000 millones, que viene a ser el 84 por ciento de nuestro producto interior bruto. La contradicción está en que el aumento del déficit supone un aumento de la deuda pública para equilibrar los gastos, y al aumentar el endeudamiento público aumenta el volumen de intereses que hay que pagar, lo cual aumentaría de nuevo dicho endeudamiento. Ante una contradicción de esta naturaleza, se hace necesario analizar y valorar la razón de ser de ambos fenómenos para descubrir cuál sería el mal menor para nuestra ciudadanía.

Como hemos podido comprobar, para reducir el déficit no hay más que dos caminos: o reducir el gasto público o aumentar los ingresos. La reducción del gasto lleva consigo eliminar servicios públicos, que lógicamente deberían ser los menos necesarios para el bienestar de los ciudadanos. Y para aumentar el ingreso público hay que recurrir a los impuestos de distinta naturaleza que reducen el poder de compra de los ciudadanos en el caso, con mucha probabilidad cierto en las actuales circunstancias, de que no aumente el crecimiento económico. También aquí habría que ponderar, con mucha atención, que se escogieran los impuestos que menos dañaran a la población en su conjunto. En uno y otro caso, lo que resulta evidente es que, lo mismo si se reduce el gasto que si se aumentan los ingresos, la reducción del déficit público causará perjuicios a determinados grupos sociales.

¿Y qué ocurre si en vez de reducir el déficit se mantiene o incluso aumenta a costa de mayor endeudamiento? La respuesta es que, antes o después, habría que frenar este proceso, porque el aumento de la deuda pública tiene sus límites y el no respetarlos causaría también graves daños a los ciudadanos que, a fin de cuentas, tendrían que soportar los costes que hemos visto que exige el saneamiento presupuestario.

Para comprender por qué tiene un límite el endeudamiento público y cómo se fija, hay que distinguir si el país en cuestión tiene una moneda propia, sobre la que decide con más o menos libertad según sean las atribuciones de su banco central, o si, como es nuestro caso y el del resto de los países de la zona euro, pertenece a una unión monetaria con un banco central que es independiente de los Gobiernos de los países con la moneda común.

En una situación monetaria como la de nuestro país, el coste de la emisión de deuda soberana depende de la valoración que hagan los mercados de la situación económica y financiera de ese país y, a medida que se vaya degradando la valoración de su solvencia, tendrá que pagar intereses más altos para que se acepten sus emisiones. Esta tendencia puede provocar que se llegue a la situación extrema de que los mercados extranjeros no acepten esos valores, por mucha que sea su rentabilidad, con lo que se produciría la quiebra del país.

En el caso de que se tuviera moneda propia, y el banco central estuviera sometido a las decisiones de los políticos, el Estado no tendría que estar pendiente de la aceptación de su deuda por los mercados porque, como ocurría en tiempos del franquismo, con las emisiones de moneda se cubrían los gastos, aunque a costa de la pérdida del poder de compra de los ciudadanos por la inflación. Pero también aquí se llegaría a un límite por la devaluación que sufriría esa moneda en el mercado de divisas, de forma que las importaciones de los bienes necesarios para el funcionamiento de la economía resultarían carísimas, aunque las exportaciones disfrutaran de la ventajas de una moneda devaluada, que compensara los elevados precios motivados por la inflación.

Como vemos, a través de procesos distintos, también serían los ciudadanos los perdedores, en última instancia, si, en vez de corregir los desequilibrios presupuestarios, se intentara evitar sus repercusiones en la población, recurriendo al endeudamiento público. La respuesta, en consencuencia, a la contradicción apuntada al comienzo de este artículo dependerá de la inminencia y gravedad de las distintas alternativas y, por la situación de nuestro país, pensamos que la alternativa del endeudamiento está muy cerca de sus límites, si no los ha traspasado ya."

Fuente: El Economista

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Twittear