Una crítica de Lorenzo B. de Quirós hacia las conclusiones de Thomas Piketty cuyos propios datos no sostienen su tesis, no considerando además diversas variables de importancia, mostrando su enorme ignorancia en teoría económico y en el papel que juega el capital, reflejando "las anteojeras ideológicas del autor".
Artículo de El Mundo:
«Una economía de mercado, libre de interferencias, contiene poderosas fuerzas de divergencia que son potencialmente amenazadoras para las sociedades democráticas y para los valores de justicia social sobre la que están basadas». Este argumento no es de Karl Marx, sino de Capital in the Twenty-First Century, escrito por el economista francés Thomas Piketty y recién publicado en ingles por Harvard University Press, que lleva camino de convertirse en el Nuevo Testamento de la izquierda. Piketty predice un futuro terrible de claro sabor marxiano: el inevitable colapso del capitalismo a causa de una creciente concentración de la riqueza en manos de unos pocos. En esta centuria, los ricos serán cada vez más ricos y los demás cada vez más pobres. Esta dinámica es inevitable si algún factor externo al sisntema no lo impide.
En pro de su tesis, Piketty realiza una reconstrucción de los datos de distribución de la renta desde el siglo XVIII hasta la actualidad y avanza una conclusión: cuando r –la tasa de retorno del capital– es superior a g –la del crecimiento de la economía–, la riqueza acumulada se incrementa más que el PIB y los salarios. Esta ha sido y es para el autor la «ley fundamental del capitalismo», sólo rota por las dos Guerras Mundiales y por las grandes crisis económicas registradas entre 1914 y 1950. Esos fenómenos fueron igualitarios, porque la destrucción física de capital, las nacionalizaciones, el aumento de la tributación, la inflación y las quiebras provocadas por ellos arruinaron a una porción sustancial de capitalistas. En ausencia de esos procesos catárquicos, la desigualdad siempre se ha incrementado.
De entrada, la ingente masa estadística utilizada por Piketty no soporta sus apocalípticas profecías. Así, por ejemplo, la ratio capital/PIB en Francia y en el Reino Unido en los siglos XVIII y XIX permaneció estable aunque r superó por muy amplio margen a g durante largos periodos de tiempo. Esta misma conclusión se aplica al porcentaje de la renta nacional absorbida por los propietarios del capital. En Gran Bretaña, ésta era prácticamente la misma en 1910 que en 1770 y en el Hexágono era menor en 1900 de lo que lo había sido en 1820. En EEUU la renta controlada por el 10% de los más ricos se ha mantenido estable, entre el 40% y el 50% de la total, de 1910 a 2008. Estas cifras no son producto de la invención de quien escribe estas líneas, sino las utilizadas por Piketty en su libro. Por último, en la mayoría de los países avanzados, el incremento de la ratio capital/PIB es atribuible al aumento de la vivienda en propiedad. Si se descuenta este hecho, la participación del capital en la renta nacional dibujada por Piketty disminuiría de manera significativa y, con ella, la desigualdad.
Pero hay más. El autor de Capital examina la evolución de las rentas durante las pasadas décadas antes de ser sometidas a tributación y sin tener en cuenta la masiva expansión de los programas de transferencias después de impuestos, existentes en casi todas las economías desarrolladas. Durante los últimos 40 años éstos han crecido en relación al PIB mucho más de lo que lo han hecho los ingresos de los ricos. Al mismo tiempo ignora otra variable fundamental: el aumento del consumo por las capas de la población con rentas medias y bajas es incompatible con la hipótesis del empobrecimiento relativo de esos segmentos poblacionales. Si, como sostiene Piketty, la concentración de la riqueza ha elevado el poder político de quienes la poseen, es inexplicable la brutal expansión del gasto público y de los impuestos que se ha producido desde principios del siglo XX.
El paso de la descripción de un problema –la creciente brecha entre ricos y pobres– a su solución refleja las anteojeras ideológicas del autor de Capital, un eximio representante de la inteligencia gauchista gala. Plantea un tipo impositivo mundial del 60% a partir de los ingresos superiores a los 200.000 dólares al año, que se elevaría al 80% cuando éstos superen los 500.000. Para más inri esa fiscalidad confiscatoria no tiene por meta elevar los ingresos del Estado para crear más oportunidades para los pobres o las clases medias –Piketty reconoce la escasa capacidad recaudatoria de esas alzas impositivas– sino simplemente para «poner fin a esas rentas». Esto implica que sólo es cuantificable la productividad y el valor del trabajo menos cualificado. Por tanto, cualquier otra fuente de renta no está justificada y puede ser confiscada; de nuevo, el tufillo marxiano es innegable.
La ignorancia de Piketty es abrumadora. Pensar que la fiscalidad confiscatoria propuesta en su libro carece de efectos económicos y sociales no resiste un análisis elemental. Contradice toda la literatura y la evidencia empírica disponible sobre la materia. De aplicarse, eliminaría los incentivos a trabajar, ahorrar e invertir no sólo de quienes ganan más sino de quienes quieren ganar más. El resultado sería una economía incapaz de impulsar la productividad y el crecimiento, único camino para elevar el nivel de vida de la población. En las sociedades avanzadas, la terapia pikettiana conduciría con suerte al estancamiento; en las en vías de desarrollo sería sencillamente letal. Eso sin contar que, salvo que una fiscalidad de esa naturaleza se impusiese coercitivamente a escala mundial –lo que es utópico–, muchos Estados establecerían impuestos bajos para atraer el capital de aquellos a los que Piketty quiere confiscar su riqueza.
En un libro titulado Capital resulta sorprendente el profundo desconocimiento del papel jugado por ese factor de producción en la economía. Su acumulación junto al progreso tecnológico en un marco institucional garante de la propiedad privada, del imperio de la Ley, del cumplimiento de los contratos, de la competencia interna y externa han sido las causas determinantes del espectacular crecimiento del PIB per cápita experimentado por Occidente desde los albores de la Revolución Industrial hasta nuestros tiempos. La exportación de ese modelo a numerosos países del antiguo Tercer Mundo se ha traducido en el mayor descenso de la pobreza experimentado en la Historia de la Humanidad.
En la práctica, Piketty pretende dar apariencia y consistencia científicas a un a priori ideológico: el capitalismo es malo y sus contradicciones internas terminarán por destruirlo. Otra vez el fantasma de Marx con una diferencia sustancial. El viejo Topo creía en la inevitabilidad del colapso de capitalista y Piketty aspira a acelerarla con su fiscalidad confiscatoria."
Y si se estableciese los mismos impuestos a nivel mundial?? y se acabase con los paraísos fiscales. El mundo iría mucho mejor.
ResponderEliminarDesgraciadamente todo lo contrario. La competencia fiscal es fundamental para evitar mayor asfixia impositiva por parte de los gobiernos. Si actualmente vemos incrementos constantes de gasto e impuestos. Establecer mismos impuestos, primero es intervenir sobre la libertad de cada país a establecer sus decisiones fiscales imponiendo las de un tercero. Y segundo, dicho establecimiento daría rienda suelta a los gobiernos a imponer crecientes impuestos sobre sus ciudadanos llevando a la explotación y esclavitud o totalitarismo, pues no habría freno alguno o posibilidad de escape de dicho infierno fiscal. Precisamente la competencia fiscal pone freno a dicha barbarie, pues si los suben excesivamente, la gente con todo su derecho se fuga a que no le roben el fruto de su trabajo.
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