Alejandro Hidalgo resume cinco extendidas críticas al trabajo de Thomas Piketty, entre otras muchas y de gran peso, recogida en su obra, El Capital en el Siglo XXI.
Artículo de Voz Pópuli:
El Capital en el Siglo XXI, del economista francés Thomas Piketty quien, junto con Emanuelle Saez, alcanzó gran relevancia y reconocimiento por sus aportaciones al estudio de la desigualdad, ha trascendido mucho más allá del ámbito académico, de tal modo que ha sido considerado recientemente como “Libro del Año” por el diario Financial Times. Y no es para menos cuando Piketty muestra, con una avalancha de datos, el singular incremento de la desigualdad producido durante el último tercio del siglo XX, medida ésta como la diferencia entre el peso de los ingresos obtenidos por los propietarios del capital frente al de los trabajadores.
Según el autor, este incremento se ha debido a que la rentabilidad del capital o riqueza, es decir, los ingresos que obtienen los propietarios por su capital invertido, es superior al aumento de los salarios reales de los trabajadores. Como, según Piketty, esta tendencia es inherente al sistema capitalista, y la riqueza se hereda y por ello se acumula, la solución es trasvasar rentas desde los propietarios a los trabajadores a través de elevados impuestosal capital. Si esto no se hiciera, el futuro descrito por el autor es, cuando menos, apocalíptico, con claras analogías a las conclusiones que Carlos Marx apuntó en su libro del que Piketty tomó prestado su título. Por todo ello, es evidente que el libro “hiera” ciertas sensibilidades, creando recelos y apasionadas críticas tanto a la obra como a su autor.
Sin embargo, desde la academia se suele criticar este tipo de análisis de una forma menos apasionada. La publicación de trabajos como éste exige que tanto el método como las conclusiones sean sometidos al escrutinio de los pares. No ha sido este trabajo una excepción ya que numerosos colegas han elaborado críticas tanto a los supuestos del modelo económico en el que se basa como a la lógica con la que alcanza sus conclusiones. Estas críticas, que han sido muy numerosas y variadas, pueden resumirse como sigue.
En primer lugar, la valoración del “capital” incluye la vivienda. Aunque esta definición de capital no es incorrecta y para ciertos análisis debe incluirse, sí sesga al alza la estimación de la desigualdad que Piketty calcula para último tercio del siglo XX. Este sesgo al alza viene motivado por la excepcional subida de los activos inmobiliarios. Sin embargo, dicha subida no es inherente al funcionamiento del sistema capitalista, sino más bien debido al mal funcionamiento de ciertas instituciones, que condicionan de tal modo a los mercados financieros que generan tales consecuencias. Así, la subida del precio de estructuras residenciales ha sido consecuencia tanto de un aumento del crédito como de la facilidad de acceso al mismo. Más aún, durante los primeros años de este siglo, gran parte de este aumento tiene su origen en burbujas financieras infladas por expansiones monetarias extraordinarias alentadas por los bancos centrales. En consecuencia, trabajos que no han incorporado las viviendas en el cálculo del valor del capital muestran una menor tendencia a la concentración de riqueza.
En segundo lugar, sus conclusiones se basan en que la rentabilidad del capital reacciona débilmente a los cambios en el stock de capital. En román paladino: cambios en la oferta de capital apenas afectan a su precio. Este hecho tiene una consecuencia directa. Si los propietarios del capital tienen cada vez más capital, pero el precio no cae lo suficiente, la renta de que disponen dichos propietarios será cada vez mayor. Por lo tanto, esta hipótesis es fundamental para alcanzar las conclusiones del autor francés. Sin embargo muchos economistas, en particular Larry Summers, discrepan de esta hipótesis, ya que no hay evidencia de que esto suceda una vez se hayan tenido en cuenta no sólo el precio y los ingresos del nuevo capital instalado sino también sus costes, en particular la depreciación, algo que no valora Piketty. Por lo tanto, si a largo plazo el peso del capital aumenta, la rentabilidad “neta” del capital puede caer limitando o revertiendo el avance del peso del capital en los ingresos totales.
En tercer lugar, Acemoglu y Robinson, autores de la obra ¿Por qué fracasan los países?,muestran que en el modelo de Piketty es necesario que los “capitalistas” ahorren todo sus ingresos, algo que evidentemente no ocurre. El economista Sala-i-Martín describe una analogía que facilita la compresión de este supuesto. Según el economista catalán, que un capitalista pudiera transmitir el 100% de sus ingresos es como si sus herederos recibieran el 100% de los ingresos del primero obtenido a lo largo de su vida, algo que claramente se aleja de la realidad.
En cuarto lugar, Piketty presta especial atención al 1% más rico para medir la desigualdad. Sin embargo, ¿lo que es verdad para el 1% lo es para el 99% restante? Es obvio que no. De hecho, lo que ocurre para ese 99% está bien estudiado por colegas de no menos prestigio que Piketty. Así, economistas como Acemoglu, Autor, Lemieux, Fortin, DiNardo, Card, etc… han dedicado años al estudio de la desigualdad salarial y en renta, apuntando al cambio tecnológico, a la globalización y a las instituciones como principales razones para su aumento. En ningún caso se niega que los trabajos de Piketty y Sáez, en la línea de lo mostrado en el libro, no sean relevantes. Pero es una explicación más, limitada singularmente a las “super-rentas”, pero incapaz de explicar otras fuentes de desigualdad. En consecuencia, el análisis de Piketty debe considerarse como específico para una determinada realidad, concreta y para nada general.
Y quinto, su definición de capital no incluye el humano, lo que considero su supuesto más comprometido. Aunque Piketty ofrece razones, para quién les escribe no es nada convincente. El capital humano es tan real como otro tipo de capital, además de ser en gran parte propiedad de los trabajadores. Aunque la dificultad de su valoración sea elevada, debido a la no existencia de un “mercado” directo de cualificación, el capital humano debe ser considerado como parte de la riqueza de una sociedad aunque no pueda transmitirse, venderse o heredarse. Cuando una persona adquiere educación está invirtiendo en su futuro. Cuando un trabajador adquiere experiencia, también está realizando una inversión. En ambos casos, dicha inversión genera retornos en el futuro, a modo de mayores salarios. Según estimaciones mías y de otros muchos economistas, en España tener un año más de educación implica entre un 4% y un 7% más de salario anual. Resultados en línea para otros muchos países. Al cabo de los años esta rentabilidad se va acumulando por lo que el efecto es ampliamente significativo.
Además, el capital humano vincula estrechamente al trabajador con el capital. Así, los trabajadores cualificados que trabajan principalmente con capital tecnológico se beneficiarán de su acumulación, ya que ambos factores se complementan. Por el contrario, los no cualificados serán perjudicados, pues son factores sustitutos. Así pues, la participación en renta del trabajador será distinta en función de su cualificación si existe una acumulación de capital. Por último, el capital humano es el germen de la movilidad social y explica la creación de la clase media durante el siglo XX.
En definitiva, Piketty pasará a la historia como uno de esos economistas que alcanzan la fama por escribir un libro que leerán legos en la materia. Sólo por esto se debe un reconocimiento a su labor. Sin embargo, para gran parte de sus colegas este libro es simplemente una singular aportación más. Más aún, en el caso de estar expuesto a la valoración de los pares para su publicación, muy posiblemente sería rechazado.
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