martes, 18 de noviembre de 2014

La austeridad como liberación económica

 Peter St. Onge analiza en el siguiente artículo la cuestión de la austeridad, de qué estamos hablando cuando nos referimos a ella, la propaganda en su contra y sus razones, así como la refutación a uno de los argumentos más empleados para gastar y gastar más. El denominado "multiplicador". 
George Soros está de nuevo en las noticias diciendo a Alemania a quién rescatar esta semana. Soros está especialmente enfadado con los alemanes por promover austeridad, así que es un buen momento para preguntar: ¿hace la austeridad crecer una economía?
¿Por qué nos importa? Los inversores quieren saber si la austeridad es buena o mala para una economía, si es posible que estimule el crecimiento o apresure una recesión. Y para los votantes es importante saber si es el momento de más o menos austeridad.
Primero, queremos asegurarnos siquiera de qué estamos hablando. La palabra “austeridad” se usa a menudo para describir dos cosas: o reducir el gasto público o aumentar los impuestos. Por supuesto, estas cosas son opuestas: menos gasto significa menos recursos empleados por el gobierno e impuestos más altos significa más. Lo que tienen en común las dos ideas es la pregunta: ¿deberíamos dar menos recursos al gobierno?
Como la fábula de la rana y el escorpión de Esopo, los compradores keynesianos de votos buscan diligentemente razones por las que la compra de votos es buena para todos. Uno de sus gritos de guerra es que no podemos “recortar nuestra vía a la prosperidad”. Como toda la propaganda, esas afirmaciones son equívocas: la austeridad no son “recortes”. Son transferencias. En concreto, transferir el control de los recursos productivos de los burócratas a las personas y las empresas.
Echemos un vistazo a los argumentos de los compradores de votos. Como su objetivo es probar por qué es buena para todos la compra de votos, su idea favorita contra la austeridad es que el gasto público crea un “multiplicador”. Así que un gasto público de un dólar crea, digamos, dos dólares de valor. Lo que estaría bien (como los unicornios, el movimiento perpetuo y el helado gratis para siempre). Y significaría que el colapso de la Unión Soviética sigue siendo un misterio económico, ya que estaba plagada de ese multiplicador productivo.
Más en concreto, Bob Murphy ha destrozado estupendamente este supuesto multiplicador. En dos palabras, cualquier “multiplicador” que pueda existir se ve precisamente anulado por el “multiplicador negativo”, ya que los recursos provienen de algún lugar. Si se da un dólar al gobierno, se gasta un dólar menos en el restaurante. Ambos dólares tenían un “multiplicador” en direcciones opuestas. Se anulan.
Hasta aquí el helado gratis.
Pero, por supuesto, la cosa empeora: tenemos buenas razones para esperar un multiplicador negativo. Es decir, el gobierno toma un dólar y lo convierte en, digamos, 80 centavos. O quizá 5. ¿Por qué? Porque los gobiernos son muy buenos desperdiciando recursos.
Paremos y pensemos qué es realmente una economía (los “microfundamentos”, como dicen). La producción no cae del cielo, como un culto cargo. Más bien, la producción consta de recursos (fábricas, materias primas, trabajadores y empresarios, cemento y acero). Estas cosas se combinan para generar bienes de consumo, de inversión u otras cosas ahorradas para más tarde. Lo que significa que solo hay 3 cosas que puedes hacer con un recurso productivo: consumirlo, invertirlo o ahorrarlo para después.
Al tiempo, solo hay tres categorías de gente para realizar este consumo, inversión o ahorro para después. Son personas, empresas y gobiernos.
Así que la pregunta de si la austeridad es buena o mala es simplemente una cuestión de si los gobiernos son mejores custodios de recursos. ¿Hará el gobierno inversiones más productivas, ahorrará más prudentemente que personas y empresas?
Salvo que vivas bajo una roca, ya sabes la respuesta: los gobiernos son asombrosamente derrochadores. Las “inversiones” públicas aparecen en The Onion y los “ahorros prudentes” de los gobiernos están en una tierra exótica y lejana.
Así que si el gobierno es un administrador relativamente malo de recursos, de esto se deduce automáticamente que todo recurso arrancado de las condenadas garras del gobierno no hace más ricos. Es verdad que tendremos menos guerras, menos bienestar corporativo y menos investigación en ardillas-robot (algunos pagaríamos por perder estas “inversiones” concretas). Y, por el contrario, aquellos recursos irían a inversiones más productivas y prudentes de gente que gaste su propio dinero, que tienen un conocimiento competente y motivado sobre cómo se usan esos recursos.
La afirmación básica sobre la austeridad (que los recursos deberían trasladarse de los gobiernos a las personas y empresas) es verdadera al ser los gobiernos malos custodios de los recursos productivos. Mientras continúe ese diferencial de productividad (lo que tardará un tiempo), seguirá siendo cierto que la austeridad aumentará, no disminuirá, una economía. Y por tanto podemos liberar alegremente nuestra economía, echando al gobierno de nuestro camino a la prosperidad.

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