martes, 21 de abril de 2015

Interés propio no es egoísmo

Gary Galles analiza las diferencias tan generalmente confundidas y mezcladas entre el interés propio y el egoísmo y la típica (y errónea) crítica de egoísta o codiciosa que se realizan a las relaciones de mercado. 
Artículo de Mises Hispano:
Las relaciones de mercado se critican constantemente como egoístas o codiciosas, con recompensas al egoísmo que las hacen éticamente dañinas. Como dijo Friedrich Hayek: “la creencia de que el individualismo aprueba y estimula el egoísmo humano es una de las muchas razones por las que le desagrada a mucha gente”. Sin embargo esa acusación es falsa.
Los mercados si implican gente con intereses propios avanzando conjuntamente hacia sus objetivos, a menudo sin siquiera conocerse, pero buscar el interés propio no es lo mismo que ser egoísta.

La gente tiene intereses poderosos

Los economistas suponen que los individuos tienen intereses propios. Eso significa sencillamente que hay algunas cosas que preocupan a la gente: algunos fines les importan más que otros. Su consecuencia es que cada persona preferiría mandar (es decir, tener el poder para decidir sobre su uso) sobre más recursos que sobre menos, porque eso nos permite avanzar hacia cualquier fin que valoremos más en la práctica de lo que podríamos en otro caso. Pero valorar el mando sobre la disposición de más recursos no es un enfoque monomaníaco cobre uno mismo.
Hayek entendía esta confusión escribiendo que:
Si lo exponemos concisamente diciendo que la gente está y tendría que estar guiada en sus acciones por sus intereses y deseos, esto será al tiempo mal entendido o distorsionado en la falta idea de que está o tendría que estar guiada por sus necesidades personales o intereses egoístas, mientras que lo que queremos decir es que se les debería permitir a ellos prosperar en cualquier cosa que piensen que es deseable.
Si todo lo que preocupa a una persona se limita a sí misma, el interés propio de esa persona podría igualarse a egoísmo. Pero si alguien se preocupa por algo o alguien más allá de sí mismo, esto difiere del egoísmo en varias formas distintas.
Por ejemplo, cuando la Madre Teresa usó el dinero de su premio Nobel para construir una leprosería, estaba actuando en interés propio, porque esos recursos se usaron para avanzar en algo que a ella le importaba. Pero no actuó de una manera egoísta.

Los mercados libres obligan a la cooperación a los verdaderamente egoístas

Otra forma de caracterizar la distinción es que mientras que la gente egoísta tiene intereses propios (se preocupan por sí mismos), tener intereses propios no conlleva ninguna implicación de egoísmo. Y el interés propio, sea egoísta o no, es lo que permite que mejore la cooperación social y se beneficien otros, por comportamiento voluntario de mercado. Por eso incluso si alguien implicado en los mercados resulta ser egoísta, de ello no se deduce que los mercados les hagan más egoístas, ni que los mercados amplíen el ámbito del egoísmo en los asuntos humanos.
Como ejemplo, supongamos que Stan es completamente egoísta. Dado que se respetan los derechos de propiedad de otros, Stan solo puede inducir a otros a cooperar voluntariamente con él en impulsar sus planes haciendo que estén mejor que con sus alternativas. No puede coaccionarlos. Así que, a pesar de no preocuparse en absoluto por otros, Stan actúa para avanzar en sus intereses como medio para avanzar en los suyos. Ese es el milagro descrito en la metáfora de la mano invisible de Adam Smith.Aunque alguien sea egoísta, sigue teniendo incentivos para beneficiar a otros cooperando mejor con ellos y mejorando las opciones de estos.

No podemos ignorar lo que hace la gente buena con su dinero

La crítica del “egoísmo” del comportamiento del mercado también se posibilita centrando la atención analítica solo en los intercambios del mercado que tienen lugar. En una visión tan estrecha, no hay diferencia analítica entre el egoísmo y el interés propio, permitiendo a la gente sencillamente olvidar evidencias que desmienten un egoísmo universal. Sin embargo, si consideramos el comportamiento de la gente más allá de una visión microscópicamente estrecha de los intercambios del mercado, vemos enormes evidencias de comportamiento no egoísta, desde preocuparse por familia y amigos a dar cientos de millones de horas y cientos de miles de millones de dólares a caridad, a acciones aisladas de amabilidad. Prácticamente todos exhiben alguna generosidad. Y el potencial para manifestar los espíritus generosos de las personas se expande, no se contrae, por los beneficios mutuos que proporciona el mercado.
Adam Smith lo expone bien en la Teoría de los sentimientos morales, argumentando que:
Por muy egoístas que se suponga al hombre, hay evidentemente algunos principios en su naturaleza que hacen que le interese la fortuna de otro y le resulte necesaria su felicidad, aunque no derive nada de él, salvo el placer de verlo.
Y lejos de apoyar el estrecho egoísmo, concluía que “restringir nuestro egoísmo y consentir nuestros afectos benevolentes constituye la perfección de la naturaleza humana”. En otras palabras, nuestro interés propio incluye el desarrollo de nuestra naturaleza benevolente. El llamado padre de la economía rechazaba el egoísmo en que insisten los críticos del mercado de que este se construye como presunción general y como parte de una buena vida humana.
Está claro que los participantes del mercado no pueden caracterizarse apropiadamente como motivados por la codicia. ¿Qué explica entonces esos falsos ataques? Los ataques vienen cuando alguna gente piensa que sus preferencias deberían imponerse a las preferencias de los propietarios y el control de estos sobre su propiedad. Aun así, son incapaces de conseguir el consentimiento voluntario de los propietarios. Así que dichos propietarios y propiedad deben denigrarse y así los autodenominados reformistas pueden imponer sus preferencias a los propietarios sin advertir que esto pone en evidencia su propia codicia.

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