martes, 7 de abril de 2015

Mitos libertarios: El liberalismo defiende a los empresarios

Uno de los extendidos mitos libertarios con el que se pretende desacreditar al liberalismo para no tener que entrar en la lucha de las ideas es aquel en el que se dice que el liberalismo defiende a los empresarios o les privilegia por encima de otros grupos.

Lejos de esto, el liberalismo solo defenderá a aquellos empresarios y empresas que son capaces de satisfacer las necesidades del ciudadano-consumidor (mediante acuerdos voluntarios), nunca aquellas privilegiadas por el poder político que ganan dinero u obtienen cuota de mercado mediante el apoyo del político (que limita y restringe la libre competencia de otras empresas o impone precios favorables al margen del precio del mercado o les subvenciona regalándole dinero de terceros y no como mérito por satisfacer mejor las necesidades). Todo lo contrario precisamente a lo que se observa comúnmente hoy en día y favorecen los distintos partidos. Lo desconcertante para muchos es que no se posiciona en favor de nadie puesto que de la misma manera que critica los privilegios coactivos de empresarios, critica cualquier tipo de privilegios impuestos por el poder en favor de cualquier grupo (sean empresas, funcionarios, consumidores, políticos...), lo que crea antipatía de los distintos grupos de interés y redes clientelares que se acercan al poder político para obtener rentas a costa de terceros.

En el siguiente artículo Javier Martín desmonta y profundiza en este mito y en el porqué de esta creencia.

Incluyo en negrita y cursiva entre paréntesis alguna puntualización para mejorar la comprensión.

Artículo de Libertario.es:

Uno de los grandes problemas que azotan al liberalismo es su pérdida de identidad, sus rivales han sido capaces de desvirtuarlo, convertirlo en una caricatura, hacerlo caer en el olvido, apropiárselo y crear una gran confusión en cuanto a lo que realmente significa. Hoy día no se sabe exactamente lo que representa, así que a lo largo de una serie de artículos se tratará de acabar con la densa niebla que empaña al liberalismo, aclarando su significado y desmintiendo todo un complejo de dogmas y mantras que se repiten hasta la saciedad con el fin de desacreditarlo sin entrar en una lucha ideológica en la cual sus detractores saldrían malparados.

Una de las grandes confusiones es la creencia de que el liberalismo, al defender el capitalismo, es la ideología de los empresarios y capitalistas, y que intenta privilegiarlos frente al resto de la población. Esta acusación es completamente falsa, el liberalismo precisamente lucha contra cualquier tipo de privilegio, venga de donde venga, y por lo tanto busca el interés general.
 
La raíz de esta mentira reside en la oposición de los liberales a medidas gubernamentales que a priori parecen ser buenas para toda la sociedad, a las que los capitalistas se oponen por ir en contra de sus intereses, como podrían ser la implantación de un salario mínimo (por ley, si bien hay capitalistas a favor de ello cuando han conseguido éxito y su productividad es mayor, puesto que dicho salario por ley actúa como barrera de entrada en nuevas empresas en crecimiento y por lo tanto limita la competencia), subida de salarios (por ley, no teniendo en cuenta la productividad marginal del trabajo), impedir despidos si no hay pérdidas, reducción de la jornada laboral (impuesta por ley sin considerar los acuerdos entre las partes y la libertad de empresa), protección del comercio nacional frente al internacional, etc. La oposición no se halla en la defensa del interés particular de los empresarios, sino en el conocimiento de que estas acciones son irracionales, que la gente sólo se fija en lo que se ve mientras descuida las consecuencias invisibles en el corto plazo y devastadoras en el largo, en los ejemplos anteriores el salario mínimo terminaría generando paro, al igual que la reducción de la jornada y el aumento de salarios por ley, y el prohibir despidos hasta pérdidas degeneraría en la quiebra de una gran cantidad de empresas (no se va a detallar en este artículo el porqué esto ocurre, pues no es su finalidad, sólo se quería ilustrar el punto).
 
Así que en realidad la crítica iría contra los sacrificios momentáneos que pide el liberalismo a cambio de una recompensa mayor de la que se podría imaginar. La mentalidad cortoplacista y miope aplaude a los demagogos que ofrecen todo tipo de mejorías gratuitas, y su fracaso continuo sólo sirve para aumentar la creencia de que el culpable es un sistema inexistente como el capitalismo y la ideología que lo apoya, el liberalismo.
 
¿No hay capitalismo? Depende de la definición que se dé del término, aquí tomaremos el concepto liberal, pues es el más apropiado en cualquier situación. El capitalismo es una economía de mercado, basada en la propiedad privada, no dirigida por nadie en particular (ausencia de políticas estatales), sino por las decisiones que toman (o dejan de tomar) todos los individuos, estas decisiones sirven como faros que iluminan el camino por el que tienen que ir enfocadas las políticas de los empresarios. Los empresarios capaces de interpretar estas señales serán los que oferten mejores productos y servicios a los consumidores, de tal manera que los que no tengan una visión tan buena o no logren adaptarse a las demandas cambiantes de los clientes terminarán quedándose fuera. La división del trabajo juega un papel importantísimo. El nombre de capitalismo deriva de que se basa en la acumulación e inversión de grandes cantidades de capital privado (principalmente fijo y humano), es decir, inversión de riqueza para generar más riqueza. Es el único sistema económico avanzado compatible con el liberalismo, pues respeta los derechos de vida, libertad y propiedad.
 
Actualmente, gran parte de la propiedad es privada, pero la economía no se dirige de manera espontánea, sino que la controlan los gobiernos, que creen poseer mejor información que la que tiene cada individuo. Así que estaríamos en una economía mixta, dirigismo estatal y propiedad en cierta medida privada. La economía mixta surge con la intención de recoger lo mejor del capitalismo y el socialismo para crear el sistema económico perfecto, ahora que se sufren las consecuencias de tamaño error, la socialdemocracia se inclinará hacia uno de los dos sistemas de los que bebe, y todo apunta a que el socialismo ganará fácilmente esta batalla.
 
Una de las ventajas de las que parte el socialismo es que a esta economía mixta se le denomina indistintamente capitalismo, pero como ya hemos visto, la definición no se ajusta a la realidad. Aún así sería legítimo considerar que nuestra era es capitalista tanto en cuanto toda la riqueza de la que disfrutamos es consecuencia de las instituciones capitalistas, hoy se puede disfrutar de una gran cantidad de servicios y productos que antes solo estaban al alcance de los ricos. Pero para no liar al lector, lo correcto sería decir que el sistema actual es capitalismo corporativista o “de amiguetes” o socialismo “de ricos”.
 
Este corporativismo dota de privilegios a ciertos sectores de la población, principalmente grandes empresarios o lobbies (sindicatos, partidos políticos, Iglesia, ciertas ONGs…), al concederles situaciones de monopolio, políticas especiales, subvenciones, etc. El liberalismo siempre se ha opuesto a esto, nunca va a defender a ningún capitalista (o no capitalista) cuya posición no se deba a su buen hacer sino a su cercanía al gobierno de turno.
 
El que el liberalismo no se case con ninguna clase social, racial, religiosa, etc. es algo que descoloca a sus oponentes, pues su mentalidad no concibe una ideología que no sea partidista de unos intereses particulares (obreros, empresarios, nacionales…). La creencia de que los propietarios seguirían con sus pertenencias eternamente en un sistema capitalista ignora que en una economía capitalista la propiedad está en constante movimiento, pasando siempre al mejor gestor. Para mantener el patrimonio hay que reinvertirlo continuamente de manera útil para la sociedad. Esta amenaza de perderlo todo si no eres capaz de dar lo mejor al resto de ciudadanos supone una gran molestia a los ricos, que precisamente querrían conservar su patrimonio sin tener que competir de manera ilimitada, y por lo tanto son los principales defensores del intervencionismo estatal. Como ejemplo podría servir el caso del mercado eléctrico, en el que la dura competencia llevó al empresario Samuel Insull, a finales del siglo XIX, a pedir al gobierno de Estados Unidos que regulase los precios, en teoría para proteger al consumidor, pero la finalidad era obtener mayores beneficios poniendo barreras de entrada a futuros competidores.
 
En conclusión, el liberalismo no es un paladín de los ricos ni del capital, es un defensor de la libertad individual, y esta no entiende de clases. Carece de símbolos, himnos, colores y líderes, pero tiene un principio claro y unos argumentos sólidos para defenderlo.
 
Ser liberal significa entender que los privilegios no se pueden sostener en el largo plazo sin el uso de la violencia, que derivaría en una guerra sin fin en la cual no ganaría nadie excepto la miseria y el malestar general.

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