Artículo de Desde el Exilio:
Nasreddin Hodscha, el antihéroe sufi del islam, apostó en su día con el sultán de Persia que en sólo 20 años conseguiría enseñar a hablar a su asno. Dado que el sultán contaba entonces con la nada desdeñable edad de 75 años, el pícaro antihéroe contaba con la muerte del venerable dignatario –o la del asno– antes de que concluyese el tiempo establecido en la apuesta.
Los diferentes escenarios de Calentamiento Global presentan una sobrecogedora similitud con el juego de Hodscha: los “expertos” se aseguran protección frente al fracaso de alguna de sus predicciones. Son tantas y tan variadas que, no lo dudan, alguna se cumplirá de forma cierta en los próximos siglos.Hoy, sin embargo, la semilla de la duda crece irremediablemente entre los “ignorantes” -el común de los mortales- y, lo que ya es más serio, entre muchos de los verdaderos expertos en clima.
Los Informes del IPCC (Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático) o de la WMO (Organización Metereológica Mundial), ambos alimentados de los dineros de la ONU, son Manifiestos Políticos y Sagrada Escritura en uno. No caigan en la candidez de esperar más integridad moral en las filas de los “motivados” funcionarios científicos de la ONU que en las filas de aquellos mandatarios de las iglesias que no dudaron un momento en convertir en oro las promesas de salvación eterna para las almas. Y no pierdan de vista la contundencia impositiva y subvencionadora con que la política se enfrenta a supuestos escenarios de miedo aparentemente validados por “la ciencia” y cuyas “soluciones” se revisten del blanco del “bién común”.
Voltaire estará revolviéndose en su tumba viendo cómo, 300 años después de su famoso discurso en favor de la libertad de expresión, el debate climático se emponzoña víctima de las mismas perversiones que él entonces denunciaba. Los medios han sido los máximos culpables de las aberraciones a las que asistimos desde hace ya más de 20 años. Los medios son quienes más han contribuído en la creación de una espesa capa de corrección política congelada que impide ver la verdaderamente existente pluralidad científica , dificultando así los necesarios cambios ideológicos para mejorar, o abandonar si se diera el caso, las carísimas e inefectivas políticas climáticas.
Los mensajes apocalípticos asociados al Calentamiento Global han servido para asociar nuevos y antiguos milenarismos, redescubiertos tras la derrota del socialismo real y ahora empeñados en la búsqueda de nuevos dogmas de fe. El CO2 parece perfecto a la hora de configurarse como producto final de la explotación capitalista y mensajero del castigo biblico merecido.
El uso del miedo como instrumento político es un método sobradamente probado desde que existen los jefes de tribu, los chamanes, los sacerdotes, y los políticos profesionales. Las actuales políticas medioambientales y energéticas, dictadas por los ideólogos del ecologismo posindustrial, son sólo viables desde el uso certero de los miedos ancestrales anidados en nuestra condición humana. Y es desde el miedo que recibimos con los brazos abiertos, y pagamos con las carteras descerrojadas, todas aquellas medidas reglamentarias y coercitivas estatales que puedan salvarnos de aquello que tememos desde siempre: inundaciones, sequías, hambre, tormentas, huracanes, … El miedo es irracional y nos impide ver cómo en los últimos siglos nuestra capacidad de adaptación y nuestro ingenio nos han traído el desarrollo de tecnologías que mitigan los efectos del calor, el frío, las aguas desenfrenadas o los vientos desatados.
Detrás de todo esto se esconde un principio tan antiguo como nuestros miedos. La protección del medio ambiente es apenas una disculpa, lo que queda demostrado viendo cómo la desaparición de un problema ambiental (los osos polares no están en vías de extinción, la biomasa del planeta aumenta en lugas de disminur) o la determinación de que no había ningún problema (los bosques europeos no desaparecieron bajo la lluvia ácida) no supone renunciar a ninguna de las reglas, impuestos y restricciones que se habían impuesto a los ciudadanos para solucionar las consecuencias de los pecados cometidos. Todo es cuestión de educación. El hombre debe aprender a través de la realización regular de ciertos rituales y el pago de los mismos que él es un pecador medioambiental que debe constantemente arrepentirse de los productos de su existencia. Se trata de obligar a la gente a rituales medioambientales innecesarios, para que no pierdan sus miedos y sentirse obligados a votar en las próximas elecciones a quienes puedan protegerles.
El papel de los medios en este negocio político es simple: el miedo vende periódicos, aumenta audiencias. Suprimiendo cualquier noticia que pueda atenuar el grado deseado de ansiedad se mantiene el nivel deseado de atención pública. Dando titulares a cualquier noticia, por falsa que sea, que ahonden en los miedos del lector se refuerza la necesidad del rito, la contricción, el arrepentimiento.
Y es así como como millones de personas comparten hoy una “preocupación incondicional”: salvar al mundo del inminente colapso climático o, en el sentido más amplio de la Ecoreligión, evitar la destrucción del medio de vida humana. El carácter cuasi-religioso se manifiesta en la calidad de esta preocupación: se trata nada menos que de ¡salvar el mundo! Juntos como hermanos, miembros de una iglesia, iluminados por la nueva Revelación: sí, la contaminación, la destrucción, el apocalipsis – todo combinado en la imagen de un mundo que sobrecalentamos con nuestro pecado, hasta convertirlo en un infierno global. Pero además de pecadores, los humanos somos cobardes.
Más que un líder necesitamos un salvador, un protector, un héroe sobrehumano. Infalible, poderoso, sostenido por el sacrificio de todos: el estado. Y éste en manos de los políticos, extasiados desde su vocación altruista.
Volvemos a rendirnos a la sinrazón. Y por ello que olvidamos que la irritante tozudez con que los políticos se afanan en solucionar los problemas equivocados es sólo muestra de la debilidad de sus políticas, supuestamente basadas en principios morales y solidarios, pero incapaces de generar plusvalías en el mundo que dicen querer salvar.
No sea como el Sultán del cuento. Usted es más listo que los que los nuevos Nasreddin le quieren hacer creer.
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