Excelente análisis de Horacio Giusto sobre el ecologismo, como fenómeno netamente cultural.
Artículo de Fundación Libre:
Comprender qué es el ecologismo implica reconocerlo como una forma de exteriorización de la nueva izquierda. En este punto resulta oportuno recurrir a los autores Agustín Laje y Nicolás Márquez, que introducen esta idea de “nueva izquierda” o “izquierda cultural”. En su obra “El libro negro de la nueva izquierda”[i] se explica cómo el marxismo sigue vigente en pleno Siglo XXI, pero lo que ha cambiado en las últimas décadas ha sido la forma de manifestación de dicha ideología. Para Marx, en su método histórico, la lucha de clases era el dato relevante de la historia. En el marxismo clásico, el eje del sistema era la economía y por tal sentido, todos los embates contra el sistema capitalista debían darse desde dicho campo hasta conseguir la dictadura del proletariado. La revolución comunista no alcanzó nunca a asentarse en las sociedades más productivas donde el hombre promedio, gracias al capitalismo, ostentaba mejores condiciones de vida conforme pasaba el tiempo. Ante tal situación, los intelectuales del marxismo tuvieron que cambiar el foco de su pensamiento, debiendo utilizar recursos teóricos que le permitieran salir de la lucha económica para ingresar a la cultura. Con Gramsci y la Escuela de Frankfurt[ii] se construye una nueva visión para la izquierda, donde se abandona la postura tradicional del proletariado para empezar a hablar de la hegemonía cultural. Surgen entonces nuevos sujetos revolucionarios, ya no se sigue el arquetipo de la clase obrera sino que han emergido actores enrolados en el feminismo, el ecologismo, el pacifismo o el indigenismo.
El movimiento social del ecologismo es mostrado al mundo como constructo teórico a partir de 1960, destacando como sus principales artífices Petra Kelly, Rachel Carson y Barry Commoner. Paulatinamente al movimiento ecologista se le añadirían distintas concepciones provenientes de corrientes afines, como es el caso particular del indigenismo o la Teología de la Liberación en América Latina. Pero siempre se mantendrá como eje principal la relativización de la propiedad privada y las libertades individuales, en pos de las llamadas “libertades positivas”.
Siguiendo la teoría de Antonio Negri respecto a “las multitudes”[iii], se puede aseverar que el ecologista responde a esa lógica de construir un nuevo sujeto donde, a pesar de los diversos reclamos singulares (proteccionismo, abolicionismo de la propiedad privada, ambientalismo, pacifismo o indigenismo), se construye el nuevo sujeto político. Utilizar dicha teoría permite comprender el amplio abanico que conforma al “ecologista”, ese actor político que se alía con toda minoría afín que le permita enfrentarse a su enemigo en común: el capitalismo.
La subversión del discurso
Todo aquel que se diga ecologista necesariamente incluirá en algún punto de su discurso las ideas de lucha contra el capitalismo. El antagonismo neomarxista del Siglo XXI es, entre otros, la lucha entre el hombre de industria y la naturaleza. Tal es así porque el ecologismo no posee identidad propia, como sucede en la Teología de la Liberación, el feminismo o el indigenismo, sino que su construcción teórica es exclusivamente en oposición a las nociones de capitalismo, y por ello es que la ideología del ecologista se encontró emparentada a otras formas de expresiones comunistas que le sirven en su lucha (“políticos verdes” – “ecofeminismo” – “diversidad cultural”).
Una de las principales características del neomarxismo es la importancia que tiene Lacan en su construcción teórica. Siguiendo sus enseñanzas respecto a “lo real, lo simbólico y lo imaginario”, parten de la idea que lo real no se conoce, entonces alcanza con cambiar lo simbólico (lenguaje – cultura) para alterar lo imaginario (lo identitario de la persona). Por ende, una subversión cultural ecologista implicaría que constantemente se atacara desde diversos medios al “capitalismo”, para transformar en hegemónico el ideal colectivo de que la forma de producción capitalista es nociva para el planeta, sin importar los datos empíricos y objetivos que aporta la realidad.
Tal punto de análisis es propio de disciplinas semióticas, pero es válido en todo caso mostrar que al “ecologista” poco y nada le interesa en verdad el cuidado ambiental. Sus discursos benevolentes y proteccionistas del planeta no resisten el más mínimo análisis, ya que basta mirar las estadísticas aportadas por “The Heritage Foundation”[iv] para comprender que las Naciones con mayor libertad económica, es decir, mayor capitalismo, promueven ampliamente el consumo de energías renovables y en forma constante disminuyen sus niveles de polución.
La necesidad de alianza anticapitalista
Si bien es cierto que han existido multiplicidad de líneas ecologistas, que van desde el ecofeminismo hasta el ecoterrorismo, la sociedad rara vez se detiene a reflexionar por qué, en líneas generales, todo ecologismo es en primer orden abolicionista de la propiedad privada, siendo que la economía estatista es la que históricamente más contaminó[v].
Para comprender este fenómeno de la diversidad de “foquismos” en las luchas ecologistas, es menester considerar que los conflictos locales y las alianzas con otras minorías anticapitalistas son praxis propias de la nueva izquierda. El nuevo anticapitalismo reconoció la necesidad de respetar la pluralidad de tácticas y aplicar una política para cada situación, teorías que aporta Naomi Klein[vi], particularmente en lo que hace al llamado “calentamiento global” y las formas de generar resistencias locales al capitalismo que lo genera. Antonio Negri y Michael Hardt ayudan a profundizar estas ideas en relación a que todo capitalismo debe ser resistido en lo singular del contexto del sujeto, aunque la lucha anticapitalista es global. Esta hipótesis, que ellos sustentan con valor de verdad, la plasman en el libro “Imperio”[vii], donde ambos autores afirman que el capitalismo se estructura como poder global y sus efectos superan los límites territoriales (ej.: “contaminación atmosférica”), estableciéndose en instituciones transnacionales que afectan la cultura del individuo (ej.: las políticas económicas que aconseja el FMI – el consumo que ofrecen las empresas multinacionales – los tratados jurídicos internacionales).
La alianza ecologista en el mundo.
En Latinoamérica el movimiento ecologista encontró un fuerte aliado en la “Teología de la Liberación”. Leonardo Boff, al ser uno de sus principales teóricos y por su gran influencia en la construcción de la Encíclica Papal Laudato Si[viii] (Encíclica católica vinculada expresamente al cuidado ambiental), sirve como referente ideal en el análisis de la interdisciplinariedad del ecologismo con otras corrientes ideológicas de izquierda. En sus vastos escritos, principalmente en su libro “Ecología: grito de la tierra, grito de los pobres”[ix]se encarga de exponer su tesis respecto a que la ecología está emparentada con la integridad del hombre y desde esa complejidad debe ser tratada. La tesis de Boff plantea un paradigma cosmopolita totalmente falaz e imposible de sustentar en la realidad económica. Sigue una constante crítica al sistema productivo, planteando que la destrucción ambiental responde a una forma de opresión internacional de países productivos del norte contra economías subdesarrolladas del sur, similar a lo que plantearía Eduardo Galeano en “Las venas abiertas de América Latina”[x]. Simultáneamente resulta contradictorio para este hombre de fe predicar el amor a la naturaleza y el respeto íntegro a la vida, siendo que ha tenido una postura justificadora en el tema aborto[xi], una característica general de todo ecologista promedio que pondera la vida animal por sobre la humana. El ecologismo y la Teología de la Liberación son de las corrientes neomarxistas que mejor permiten entrever la lucha de clases en una nueva dialéctica, ya que trasladan de forma expresa toda responsabilidad del malestar cultural a su teoría de opresión imperialista del norte, símbolo que intentan imponer para desfigurar la idea del capitalismo.
En Europa, el ecologismo encontró una alianza fuerte con el feminismo, corrientes que son unidas principalmente por Petra Kelly. Ella es el ejemplo paradigmático del surgir del ecofeminismo y la referente por excelencia del ecologismo europeo. De origen alemán, Petra Karin Lehmann (posteriormente Kelly al tomar el apellido de su padrastro) es reconocida por ser una de las principales ideólogas ecologista (llevó una lucha que también enarboló las banderas del pacifismo y del feminismo simultáneamente a lo largo de su vida). Ocupó un lugar de suma importancia en la Comunidad Económica Europea asignada a asuntos sociales, medio ambiente, salud y educación, lo que le daría una increíble fuerza a su voz al momento de divulgar sus ideas. Se destaca que una de sus principales actuaciones en vida fue ser cofundadora de Die Grünen (Partido Verde alemán). Uno de sus principales legados, con una fuerte influencia en las generaciones venideras, ha sido el libro “Por un futuro alternativo”[xii] publicado en el año 1994, posterior a su fallecimiento. Tal material intelectual, desde su comienzo, realiza una apertura a la nueva izquierda, esa forma de neomarxismo que rompe con las estructuras dogmáticas de un comunismo arcaico que había generado un fuerte desencanto en las generaciones más jóvenes (aunque es preciso aludir que comparte con la izquierda tradicional su método histórico). Petra Kelly ve a la mujer como el principal sujeto en la lucha emancipadora contra occidente. La mujer, según afirma la misma autora, aún dentro la izquierda clásica se encontraba subyugada a los deseos del intelectual revolucionario y relegada a meras actividades domésticas, por responder a los patrones culturales del momento. Para Kelly, todas las injusticias del mundo se entrelazan y encuentran como nodo en común la opresión del régimen patriarcal. Las ideas de destrucción ambiental, guerra y pobreza, las asocia directamente con el racismo y el sexismo. Expresamente establece “mientras los varones blancos tengan el poder social y económico, las mujeres y las personas de color continuarán siendo discriminadas y la pobreza y la mentalidad militarista continuarán sin disminuir”[xiii]. En la obra antes mencionada se observa que ella es heredera de una corriente anticapitalista posmoderna que surcaba los años sesenta, llega a proponer modelos de mínimo consumo sin considerar las variables del desempleo o las inversiones en los planos macro económicos. De forma constante realiza una arenga en contra del consumismo y promueve la ralentización de la economía como forma de boicot al sistema productivo europeo y americano. Lo repudiable de esta corriente es que esa forma de congraciarse con lo mínimo e indispensable, no solo restaría expectativa de vida individual e iría en contra del plan de vida del ciudadano promedio, sino que al imponer esa moral del consumo mínimo generaría un estado de pobreza absoluto en cualquier país que ose seguir esos encuadres económicos. Siguiendo en los enfoques simbólicos en el plano económico, ella es enfática en las teorías de explotación desde los países más productivos del norte sobre las economías subdesarrolladas del sur. Propone a su vez un desmantelamiento de toda industria armamentista, química o de riesgo para cualquier especie, ignorando por completo el realismo político de las naciones (sus estructuras, sus estrategias defensivas, las amenazas de otras potencias). Cerca de la década de los noventa, Petra Kelly empieza a impulsar (en forma expresa y documentada en el libro antes mencionado) la acción directa para detener la industria armamentista, causal de contaminación irreversible según su hipótesis. Es oportuno hacer mención que el anticapitalismo moderno tomó como una de sus características principales la acción directa[xiv], y en tal sentido Petra Kelly fue congruente con tal praxis. Desde la desobediencia en bases militares hasta la resistencia a tributar al Estado, estos ejemplos de acción directa responden a una práctica, que a fines de los años ochenta se volvía más común en diversos militantes ecologistas. El nuevo anticapitalismo reconoció la necesidad de respetar la pluralidad de tácticas, separándose de las estructuras jerárquicas de la vieja izquierda, aunque es dable recordar que Petra Kelly fue cofundadora del Partido Verde Alemán, lo que oficializó la agenda ecologista en el centro de Europa. Con gran influencia de Henry David Thoreau, Gandhi y de Martin Luther King, vio ella también en la desobediencia civil una manera en que cada individuo podía quebrar, en forma abierta, el accionar político que fuera contrario a su ideología. A decir de la propia Petra Kelly: “Ser tierno y al mismo tiempo subversivo: eso es lo que significa para mí, a nivel político, ser “verde” y actuar como tal. Entiendo el concepto de ternura en sentido amplio. Este concepto, para mí también político, incluye una relación tierna con los animales y las plantas, con la naturaleza, con las ideas, con el arte, con la lengua, con la Tierra, un planeta sin salida de emergencia. Y, por supuesto, la relación con los humanos.”[xv]
En Estados Unidos el debate ecologista fue más allá de una lucha de clases disfrazada de lucha de pueblo emparentado con la tierra (Teología de la Liberación) o una lucha antipatriarcal (ecofeminismo). En este sector del mundo cobra una gran relevancia el debate moral y la ontología del hombre y la naturaleza. El ecologismo, ante la fructífera industria norteamericana parece haber considerado como mejor estrategia inmiscuirse culturalmente a través del proteccionismo animal. Entre tantos autores es posible rescatar a Steven M. Wise[xvi] quien sostiene que los animales tienen derechos y es uno de los expositores con mayor vigencia en el mundo contemporáneo, llegando a influenciar sus estudios en la creación de cátedras universitarias (ej.: “Derecho y protección animal” Facultad de Derecho, UNC). Ya Santo Tomás de Aquino planteaba lo inmoral que era el maltrato animal, por cuanto no hay nobleza en hacer sufrir una vida sin necesidad alguna[xvii]. Las bases morales de occidente tiene un fuerte resguardo en la filosofía tomista, corriente de pensamiento que establece que el ambiente es patrimonio de la humanidad, y el deterioro al mismo no es ilícito por cuanto una planta o un animal posean un derecho inherente a su naturaleza, sino que es por el respeto entre los hombres que se debe preservar el buen trato a la fauna y la flora. El problema moral surge que, si se sigue la línea de pensamiento del abogado Steven Wise[xviii], el derecho deja de considerar como eje central la regularización de la conducta humana y pasa a poner en un plano de igualdad la ontología jurídica del hombre con la bestia. Abrir el debate jurídico a estas nociones excede la mirada loable que se debe tener en defensa de una vida susceptible de sufrimiento. Si se amplía el abanico jurídico a lo que va más allá de lo humano, el ecologismo en todas sus vertientes tendrá acceso directo a reformular el sistema legal en base a lo que perciban como necesario de protección, alterando toda seguridad jurídica y destruyendo por completo el sistema de derecho en occidente. Asignar categorías ontológicas de hombre a un animal es propio de un relativismo moral que se asienta en el subjetivismo de la posmodernidad, donde sólo importa la percepción del sujeto en relación al mundo y no la verdad objetiva de su contexto.
El ecologista y su subversión cultural.
El ecologismo no debe ser entendido como un simple movimiento social. Si bien existe multiplicidad de ecologismos, que han mutado desde el ambientalismo hasta el proteccionismo animal, las raíces se encuentran necesariamente en las décadas de los sesenta y setenta enmarcadas en una clara corriente anticapitalista. Aun cuando a nivel mundial se trabaja en la búsqueda de energías renovables (las que proviene de fuentes naturales e inagotables), el discurso políticamente correcto consiste en establecer la industrialización capitalista como germen de todos los males del planeta, siendo que la realidad ha demostrado que el capitalismo es el principal motor de la búsqueda de energías que abaraten costos y sean más eficientes al mercado en el paso del tiempo[xix]. Como se demuestra en los datos aportados por The Heritage Foundation (http://www.heritage.org/), la evolución de la libertad económica está ligada a la reducción de consumo de energías perjudiciales para el ambiente, mientras que las economías más socialistas, y en consecuencia más atrasadas, son las que más dependen de hidrocarburos contaminantes[xx]. Es predecible que la sociedad internalice ciertos patrones culturales como propios y los reproduzca sin realizar algún tipo de análisis profundo. En forma constante se establece un atropello al lenguaje (el campo simbólico – la cultura) para identificar al capitalismo como esa industria contaminante que sólo le interesa destruir la Tierra para generar más riquezas. Lo real y concreto es que los países socialistas son aquellos que mayor irregularidad tienen en la explotación de recursos naturales, mientras que aquellos que giraron a una economía de mercado libre disminuyeron drásticamente sus niveles de polución[xxi].
El ecologismo es una de las tantas corrientes posmodernas que surcan y amenazan la vida en libertad de occidente. El devenir de un nuevo sujeto que se alía con distintas facciones de la nueva izquierda (el indigenismo – el feminismo – el pacifismo) presenta un orden de pensamiento que sólo ataca a la sociedad capitalista de occidente, ya que en ese relativismo cultural nada se dice de los fenómenos económicos y culturales de las naciones socialistas. El ecologista ha devenido en un ser relativista, que enrolado en las ideas fomentadas por el neomarxismo, pondera la vida de una planta por sobre la viabilidad y condiciones de vida del propio humano.
Arne Næss, creador de la corriente de “ecología profunda”, es el ejemplo paradigmático del ecologista que promueve la diversidad cultural en desmedro de occidente[xxii]. Su visión biocentrista[xxiii], en posición antagónica con la tradición antropocentrista de occidente, plantea reducir la población humana para dar lugar a un mejor devenir de la naturaleza, poniendo en las plantas y en los animales un plano de cuasi superioridad al humano; por ello es que los seguidores de la ecología profunda abiertamente plantean la necesidad de legalizar el aborto o permitir matrimonios grupales sin hijos.
No se puede dejar de mencionar, si de subversión cultural se trata, al anarquista Murray Bookchin, propulsor del proyecto “ecología social”[xxiv], quien plantea una regresión al pensamiento utópico marxista. A su vez, toma el mayo francés como fuente de inspiración al transformar la frase “Seamos realistas, hagamos lo imposible” en “Si no hacemos lo imposible deberemos afrontar lo inconcebible”.
Son numerosos los intelectuales anticapitalistas que vieron en el ecologismo la forma en que culturalmente iban a socavar los cimientos de occidente. Solo con nombrar a André Gorz (padre de la ecología política francesa, discípulo y amigo de Jean-Paul Sartre, anticapitalista, crítico del viejo marxismo), Ivan Illich (teólogo que cuestionó las instituciones escolares, sociales y productivas de la cultura occidental) o Brian A. Dominick (teórico que plantea el veganismo y la liberación animal como forma de revolución social) se puede observar que la nueva izquierda presenta una crítica al sistema productivo actual más una tesis separatista al viejo comunismo, como estrategia que les permita criticar al capitalismo sin hacerse cargo de los fracasos que el sistema marxista experimentó en el mundo. Lo que justamente une al marxismo clásico y la nueva izquierda es su visión destructiva sobre el sistema capitalista de occidente.
Por todo lo expuesto, la principal conclusión es que no se puede considerar al ecologismo como una corriente de pensamiento preocupado por el desarrollo sustentable y armonioso del planeta. Muy por el contrario, el ecologismo nada tiene que ver con los factores productivos o económicos. El ecologismo es un fenómeno netamente cultural que utiliza premisas científicas falsas para imponer una nueva visión del hombre. La mirada humanizadora de la naturaleza implica deshumanizar al hombre, quitarle toda posibilidad de crítica racional a los fenómenos culturales y sentarlo en un plano de igualdad simbólica a una especie no-humana. Ser ecologista es ser un subversivo cultural que intenta destruir un sistema que funciona bien.
[i] Nicolás Márquez – Agustín Laje (2016), El libro negro de la nueva izquierda, Buenos Aires, Argentina: Grupo Unión.
[ii] Max Horkheimer – Theodor Adorno (2010), Dialéctica del Iluminismo, La Plata: Terramar. p. 14. “Lo que los hombres quieren aprender de la naturaleza es la forma de utilizarla para lograr el dominio integral de la naturaleza y de los hombres”.
[iii] Negri, A. (2001). Decir de un nuevo sujeto. Logos. Anales del Seminario de Metafísica, 3, pp.9-21.
[vii] Negri, A – Hardt, M. (2000), Empire, Cambridge, Massachussets: Harvard University Press.
[viii] http://w2.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20150524_enciclica-laudato-si.html#_ftnref26
[ix] Boff, L. (2013), Ecología: grito de la tierra, grito de los pobres, Buenos Aires, Argentina: LUMEN ARGENTINA.
[x] http://www.infobae.com/2015/04/13/1721977-el-dia-que-eduardo-galeano-renego-las-venas-abiertas-america-latina/
[xii] Petra Kelly (1997), Por un futuro alternativo, Barcelona: Paidós Estado y Sociedad.
[xiii] Petra Kelly (1997), Por un futuro alternativo, Barcelona: Paidós Estado y Sociedad. Pp. 26
[xiv] Adamovsky, E. (2013). Acción directa y desobediencia civil. In: E. Adamovsky, ed., Anticapitalismo, la nueva generación de movimientos emancipados, 1st ed. Buenos Aires: Era Naciente S.R.L., pp.119-121.
[xvii] Suma teológica – Parte II-IIae – Cuestión 64
[xviii]http://www.lavanguardia.com/lacontra/20110813/54199021451/los-animales-son-tratados-como-cosas-por-la-ley.html
[xx] http://opinion.infobae.com/nicolas-cachanosky/2013/12/02/el-libre-mercado-y-la-critica-del-papa-francisco/
[xxi] Andrei Shleifer – Daniel Treisman (2014), Normal Countries: The East 25 Years After Communism.
[xxiv] Murray Bookchin (1985), El concepto de ecología social, Revista Comunidad Nº 47, Montevideo.
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