domingo, 12 de julio de 2020

Su violencia es su derrota: el motivo por el que la extrema izquierda acabará fracasando

Elentir expone cómo el uso sistemático (y creciente) de la violencia por parte de la extrema izquierda (que además trata de posicionarse como moderada) es el motivo por el que acabará fracasando. 


Artículo de Contando Estrelas: 

En la esfera política podríamos dividir a las distintas formas de pensar en dos grandes grupos, en cuanto a su confianza en el éxito de sus propias convicciones.

Por un lado están los que piensan que la mejor forma de que triunfen sus ideas es convencer a los demás de su validez mediante la palabra. Eso implica una constante revisión de los propios postulados: si el contraste con la realidad demuestra que tus ideas no son correctas, tal vez el equivocado seas tú y debas ajustar tus planteamientos. Ésta es una labor crítica que consigue que tus ideas sean más convincentes. De hecho, el fanatismo empieza cuando uno sostiene ciegamente postulados que eluden todo contraste y que los demás deben aceptar porque sí. Alguien que cae en el fanatismo suele pasar al segundo grupo.

En ese segundo grupo están los que piensan que convencer a los demás es innecesario y que el uso de la violencia está justificado para imponer sus ideas. Generalmente, esta justificación empieza como algo excepcional, como un último recurso contra personas que se resisten a someterse, personas a las que se considera perversas por el mero hecho de discrepar legítimamente de un planteamiento cuestionable. Hace años se consideraba que esta postura era la propia de totalitarios, ya fuesen fascistas o comunistas. Sin embargo, hoy en día hay mucha gente que se cree demócrata y que pertenece a este segundo grupo, pues considera que todo el que opina distinto es, sin más, un “fascista” y se merece una paliza.

A decir verdad, quienes consideran legítima la violencia -ya sea una agresión o la mera coacción- para imponer sus ideas a otros son personas que demuestran una gran inseguridad aunque parezcan ciegamente convencidas de su forma de pensar. Si confías tan escasamente en la bondad de tus planteamientos que te ves obligado a imponérselos a otros por la fuerza, seguramente el problema es que tus plantamientos son inválidos y en el fondo tienes miedo de que no resistan el más leve cuestionamiento. En último término, los partidarios de la violencia política son personas que tienen un enorme temor a que se conozca la verdad.

En la historia ha habido regímenes políticos que se han correspondido con alguna de estas dos formas de entender la transmisión de las propias convicciones. Se podría decir que las dictaduras totalitarias son regímenes que le tienen un terrible miedo a la verdad, y por eso confían su dominio sobre la sociedad al ejercicio constante y sistemático de la violencia. Saben que en cuanto levanten la presión violenta, todo su sistema se puede venir abajo ante la menor grieta. La conciencia de no tener la razón les mueve a engañarse a sí mismos y a no tolerar que nadie les cuestione. En el fondo, todos los totalitarios empezaron a perder la batalla cuando utilizaron por primera vez la violencia, porque al hacerlo demostraron su debilidad.

la extrema izquierda le ocurre lo mismo. Es un movimiento intolerante que no acepta ningún debate sobre sus dogmas ideológicos. Si discrepas no eres un mero rival en un duelo dialéctico, sino un enemigo, alguien al que hay que anular para que deje de cuestionar esos dogmas, por mucho que tus objeciones sean razonables y válidas. La extrema izquierda usa indiscriminadamente palabras como fascismohomofobiatransfobiamachismo y otras para impedir que nadie la cuestione. No admite la discrepancia. Y el fruto previsible de ese fanatismo, de ese rechazo al contraste de ideas y al debate sereno y racional, es la violencia. Sin la violencia, la extrema izquierda no es más que una fuente de disparates.

Sólo mediante la violencia, el amedrentamiento, el acoso, la amenaza y la agresión al discrepante, es como puede mantener la ilusión de que esos disparates son algo que hay que tomarse en serio y que hay que aceptar sin rechistar. Pero mal que le pese, a la extrema izquierda le pasa lo mismo que a los comunistas, los fascistas y los nazis: su derrota empezó la primera vez que uno de ellos agredió a alguien para que no discrepase. La ultraizquierda lleva ya muchas palizas en su haber. Podrá tardar más o más tiempo, pero está acabada. No hay violencia que se pueda sostener tanto tiempo como para sepultar la verdad y la razón. Hay esperanza, mal que les pese.

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