Argimino Barro continúa su ilustrativo y detallado análisis de la doctrina Woke (DE OBLIGADA LECTURA si se quiere conocer qué está sucediendo y por qué en la sociedad) que se está imponiendo en EEUU, mostrando la segregación racial que están llevando a cabo en sus escuelas desde muy temprana edad (esta entrega está centrada en el desembarco de esta ideología fundamentalista en las escuelas primarias).
Un proceso de ingeniería social de tinte marxista (y de origen filosófico e ideológico) que conlleva un adoctrinamiento tóxico, que genera división y odio en la sociedad, con gravísimas consecuencias.
Artículo de El Confidencial:
Hay un policía asesino sentado en cada escuela donde aprenden los niños blancos (...). A los niños blancos se les deja sin supervisión y tranquilos en sus escuelas, casas y comunidades para que se unan, refuercen y protejan sistemas que arrebatan la vida negra. (...). Estoy harta de que los blancos se regodeen en su depravación autorizada por el Estado (...). ¿Dónde está la urgencia para reformar las escuelas donde se adoctrina a los niños blancos en la muerte negra y se les protege de las consecuencias? (...). Id a reformar a los niños blancos. Porque ahí está el problema: en los niños blancos que son criados desde la infancia para violar cuerpos negros sin remordimientos ni rendición de cuentas. Ese policía no aprendió a quitarle la vida a George Floyd en su entrenamiento policial o en el trabajo. Pasó toda su vida preparándose para ese momento, con sus padres y su familia, profesores, entrenadores, vecindarios e iglesias”.
Este artículo, escrito el pasado junio por Nahliah Webber, directora ejecutiva de Orleans Public Education Network, circuló entre los padres y profesores de la escuela Collegiate School, en el Upper West Side de Manhattan. La propia escuela los animó a leerlo, dos veces. La segunda vez, la madre de dos alumnos, Megyn Kelly, decidió quitar a sus hijos del centro.
Conocemos el testimonio de Kelly porque es una mujer rica, famosa, acostumbrada a la polémica y dueña de una empresa mediática. Hasta 2017 fue presentadora del canal conservador Fox News y hoy tiene su pódcast, donde explicó las razones por las que había quitado a sus hijos de Collegiate School. El artículo en cuestión, como le contó después a Bill Maher, solo fue la gota que colmó el vaso.
Lo de Kelly pareció una simple anécdota, bosquejada rápidamente en la superficie de la opinión pública. Otra nota al pie de la famosa “guerra cultural”. ¿O es que nos tenemos que creer ahora que las escuelas de Estados Unidos se han convertido en madrasas de la izquierda identitaria?
Pero las personas que desde hace años monitorean la libertad de expresión en las universidades, y que conocen bien el mundo de la docencia, llevaban tiempo recibiendo testimonios de padres y profesores preocupados. Historias que reflejaban, sobre todo desde el asesinato de George Floyd hace un año, una toma de control ideológica en numerosos colegios e institutos norteamericanos.
“Un profesor de escuela puede requerir que un niño blanco de 12 años confiese su privilegio blanco, o su privilegio de hombre blanco”, dice a El Confidencial Erika Sanzi, directora de relaciones de Parents Defending Education, una asociación sin ánimo de lucro que trata de limitar el adoctrinamiento en las escuelas. “Ha habido muchos ejemplos de estas cosas, que tienen distintos nombres. Los llaman ‘matrices de opresión’, o ‘mesas de privilegio’, o ‘jerarquía de privilegio’, y ensalzan las características inmutables: la raza, el género, la orientación sexual y si eres o no transgénero. Lo que hacen es enseñar a los niños quiénes son los opresores y quiénes los oprimidos”.
Parents Defending Education (PDE) no tiene ni un mes de historia. Fue fundada el pasado 30 de marzo por Nicole Neily, a la sazón presidenta de Speech First, un grupo que protege la libertad de expresión en las universidades de EEUU. Speech First se dio cuenta de que las corrientes autoritarias que dominaban algunos campus se habían extendido, también, a escuelas e institutos de varios estados. El día en que se fundó, sin ni siquiera haberse anunciado todavía en los medios de comunicación, PDE empezó a recibir mensajes de padres y profesores alarmados por la imposición, en las escuelas, de la ortodoxia racial.
Activismo político en las clases
“Siempre hemos sabido que el sector de la educación tiende a la izquierda. Es algo establecido, todo el mundo lo sabe, no es tan importante. Pero ahora ha cambiado hasta el punto de que hay activismo político en las clases, donde a los estudiantes se les pide que sean lobistas”, dice Erika Sanzi. “Sus deberes consisten en escribir cartas y hacer llamadas telefónicas a los legisladores en contra de determinada propuesta de ley. También conozco un caso en el que se pidió a los estudiantes de quinto curso [10 años de edad] que escribiesen cartas a sus congresistas pidiéndoles que cancelasen el Día de Colón y lo cambiasen por el Día de los Pueblos Indígenas”.
Sanzi aclara que cambiar el Día de Colón o discutir una ley no es algo malo en sí mismo; lo malo es obligar a menores, muchos de los cuales todavía creen en Papá Noel, a que se conviertan en activistas. O pedirles que confiesen en clase su orientación sexual para que el profesor sepa si hay que ponerlos en el grupo de los opresores o en el de los oprimidos. Porque de ello depende, además, su evaluación.
Antes de seguir, otras aclaraciones: criticar programas que se autodenominan “antirracistas” no implica negar la existencia del racismo, como tampoco implica rechazar en bloque todas las iniciativas que se dicen a favor de una mayor diversidad e inclusividad, sino solo aquellas que pueden estar quebrantando la Ley de los Derechos Civiles de 1964. La propia PDE sugiere una lista de organizaciones que trabajan por la diversidad sin incurrir por ello en la segregación o el hostigamiento racial a los niños. El adoctrinamiento no se da, ni mucho menos, en todas las escuelas e institutos del país, pero sí en los suficientes como para distinguir un patrón nacional claro y en expansión.
Solo en Manhattan hay varios conflictos abiertos. Paul Rossi, profesor de Matemáticas de Grace Church School, una escuela e instituto del East Village cuya matrícula cuesta 54.000 dólares al año, tiró de la manta el 13 de abril con un texto en el que denunciaba el “impacto dañino” que la teoría crítica racial estaba teniendo en los alumnos del centro. “Mi escuela, como muchas otras, induce a los estudiantes, a través de la humillación y la sofisitería, a identificarse primariamente con sus razas antes de que sus identidades individuales estén completamente formadas”, escribe Rossi en el blog de la periodista Bari Weiss. “Todo esto se hace en el nombre de la ‘equidad’, pero es lo opuesto a justo. En realidad, todo esto refuerza los peores impulsos que tenemos como seres humanos: nuestra tendencia al tribalismo y al sectarismo que una educación realmente progresista quiere trascender”.
"Acoso" a los alumnos
Paul Rossi cuenta que, durante una reunión segregada de Zoom, en la que solo podía haber profesores y alumnos de raza blanca, decidió preguntar a los presentes qué pensaban de encasillar a las personas con base en su raza. “Parece que mis preguntas rompieron el hielo”, dice Rossi. “Estudiantes e incluso unos pocos profesores ofrecieron un amplio abanico de preguntas y observaciones. Muchos estudiantes dijeron que el debate fue más sustancial y productivo de lo que esperaban”.
La alegría de Rossi duró poco. Sus preguntas fueron filtradas a la dirección, que lo reprendió por “dañar” a los estudiantes, dado que estas eran cuestiones de “vida y muerte”, y le recordó que su deber, como profesor, era “servir el bien mayor y la verdad más alta”. El jefe de estudios de Grace le dijo a Rossi que sus declaraciones durante la reunión de Zoom podrían constituir un caso de “acoso” a los alumnos.
Pero no valía con amonestarlo en privado. Según Rossi, “el director de la escuela mandó a todos los consejeros del instituto que leyesen en alto una reprimenda pública de mi conducta a cada uno de los estudiantes de la escuela. Fue una experiencia surrealista, caminar yo solo por los pasillos y escuchar las palabras que llegaban desde cada aula”. Días después de publicar el texto, Rossi fue relevado de sus labores de profesor para el resto del año. El director de Grace Church, George P. Davison, recomendó a Rossi que se quedase en casa por “motivos de seguridad”.
Grace Church es un caso precoz de ortodoxia racial. “En 2014 asistí a un seminario obligatorio de teoría crítica racial titulado ‘Deshaciendo el racismo”, dice Paul Rossi a El Confidencial. “Era un seminario de tres días, todo el día, muy de extrema izquierda, explícitamente racializado, en el que la identidad blanca era resaltada y la blancura tratada como una propiedad de la sociedad”.
Un año después, la dirección de Grace acudió a un retiro organizado por Carle Institute, un grupo especializado, según su página web, en “educar” a los docentes blancos en “el desarrollo de su identidad blanca” para poder dar clase a estudiantes de color. A la vuelta del retiro, Grace Church anunció que se convertiría en una “escuela antirracista”. La decisión se tomó sin debate alguno, dice Rossi, y en parte por razones prácticas. “Dado que las universidades ya eran muy ‘woke’, queríamos crear estudiantes que fuesen vendibles a esas universidades”.
Ese fue el principio de la pesadilla que ha terminado con Rossi en un “limbo”, apartado de sus quehaceres e incluso amenazado. “Empezamos a tener más y más programas antirracistas en los cursos, e incluso fuera de las clases”, recuerda. “Se crearon ‘grupos de afinidad’, reuniones segregadas solo de blancos, o solo de BIPOC [neolengua 'woke’ para personas ‘no blancas’], y todo se volvió más y más extremo”.
El profesor asegura que “la línea entre expresión y violencia se volvió más borrosa”, de manera que “el lenguaje del daño se usaba para silenciar a los estudiantes”. Por ejemplo: uno de los alumnos preguntó en clase “cómo se convierte un hombre en una mujer”. La pregunta, según Rossi, hizo que el profesor castigara al alumno después de clase “por hacer daño a la comunidad LGBT” y le hiciera una advertencia.
El caso de Grace Church forma parte de un patrón. Solo entre las escuelas de élite de Manhattan está el incidente de Dalton School, donde varios padres publicaron un manifiesto contra la imposición de la ortodoxia racial en las aulas; Riverdale School, donde, entre otras cosas, el vídeo de comienzo de temporada animaba a los niños a vigilarse unos a otros en busca de comportamientos sospechosos; Collegiate School, o Brearley School. Eso de los que han salido a la luz. En Manhattan.
Espacios seguros
Los programas DEI (Diversidad, Equidad e Inclusión) que se están practicando en escuelas e institutos de todo Estados Unidos no son idénticos entre sí; hay distintos matices y grados de aplicación. Pero sí podemos identificar algunos elementos comunes, presentes en colegios privados y públicos, desde Nueva York a California pasando por Illinois, Virginia o Nueva Jersey.
El primer paso, como decía Erika Sanzi, suele ser clasificar a los niños en base a sus características inmutables. Es habitual que se celebren sesiones o comidas segregadas por raza (los “grupos de afinidad racial”), como en la escuela pública Brearly School, en Oregón, o en la privada Brentwood, en California, que va más allá e invita a participar en sesiones segregadas a los alumnos, los padres y los profesores. El objetivo de la llamada Iniciativa de Equidad Racial de Excelencia Inclusiva es proporcionar “espacios seguros” (sin miembros de otras razas) para que cada grupo racial pueda compartir sus experiencias, “afirmar su identidad” y “construir comunidad”. Siempre coordinados por un miembro del comité DEI.
Otras veces la segregación es más sofisticada. En el área de Cupertino, en Silicon Valley, donde está la sede de Apple y la familia media gana 172.000 dólares anuales, la Meyerholz Elementary School enseña a sus alumnos (de cinco a nueve años) a “deconstruir sus identidades interseccionales”. Es decir, les da un “mapa de la identidad” donde se incluyen las diferentes razas, géneros, idiomas, religiones, estructuras familiares y grados de capacidad física, y se les pide a los niños que marquen las suyas con un círculo. Luego, en base a la intersección de estas características (por ejemplo: asiática, mujer, familia tradicional, cristiana, etc.), se les adjudica un puesto en la jerarquía de la opresión.
La palabra clave en estas prácticas es “deconstruir”. Como vimos en los dos capítulos anteriores, los radicales ‘woke’ en su vertiente racial consideran que todos los males sociales provienen de la “blancura”: la cultura de la raza blanca, que nos ha traído el colonialismo, la esclavitud, el capitalismo y el racismo, y que tiene su fundación en valores mucho más sutiles, como son el perfeccionismo, la meritocracia, la “adoración de la palabra escrita”, el “derecho al confort” y la objetividad. Así que la misión de una verdadera educación “antirracista” es desmantelar estos valores supremacistas blancos, y hacerlo de raíz: desde los dos años de edad. Antes de que el niño se haga mayor y sea un caso irreparable de opresión y toxicidad.
El pasado octubre la red de colegios del Distrito Escolar Unificado de San Diego, que reúne a 106.000 estudiantes, dejó de tener en cuenta, a la hora de poner nota, la media de los trabajos entregados durante el año, la impuntualidad y el comportamiento de los alumnos en clase. Penalizar por estas infracciones a los estudiantes de color, considerados víctimas de todo tipo de desventajas sistémicas, sería someterlos al yugo de la blancura. “Si realmente vamos a ser un distrito escolar antirracista, tenemos que enfrentarnos a prácticas como estas que existen desde hace años y años”, declaró Richard Barrera, vicepresidente del distrito. “Creo que esto refleja la realidad de lo que los estudiantes nos han descrito [‘experiencia vivida’] y es un cambio pendiente desde hace mucho tiempo".
Cómo “desmantelar la supremacía blanca" en las mates
Pero estos solo son ajustes superficiales. Académicos de la Universidad de Claremont y las organizaciones UnboundEd y Quetzal Education Consulting presentaron una guía sobre cómo “desmantelar la supremacía blanca” en la enseñanza de matemáticas. Dado que la objetividad es un constructo blanco, en el documento se recomienda a los docentes que dejen de centrarse en que los alumnos alcancen la “respuesta correcta”. Dice el documento:
“Vemos que la cultura supremacista blanca en la clase de matemáticas se manifiesta cuando: el foco se pone en obtener la respuesta ‘correcta’, la práctica independiente se valora más que el trabajo en equipo o la colaboración” o “las estructuras de participación refuerzan las formas de ser dominantes”. Entre las soluciones que se proponen, están: “Cultivar la identidad matemática”, “adaptar las políticas de deberes a las necesidades de los estudiantes de color” y “exponer a los estudiantes a ejemplos de personas que han usado las matemáticas como resistencia. Aportar oportunidades de aprendizaje que usan las matemáticas como resistencia”.
A pesar de ser un manual relativamente reciente, ya ha circulado con fruición por los comités DEI de los colegios. De hecho, el Departamento de Educación de Oregón lo ha incluido en una 'newsletter' de recomendaciones a los profesores del estado. Porque el ‘wokeism’ también se extiende a las alturas administrativas. La Asamblea Estatal de Illinois, por ejemplo, ha renovado los criterios para otorgar la licencia a futuros docentes. Desde ahora, los educadores, entre otras cosas, tendrán que ser “conscientes de los efectos del poder y del privilegio y de la necesidad del activismo y de la acción social” entre los estudiantes.
Otros elementos habituales de los programas DEI, como ejemplifica esta lista de exigencias de profesores de la Dalton School de Manhattan, consisten en aplicar la narrativa “antirracista” a todas las asignaturas, no solo a las matemáticas; en buscar cuotas raciales perfectas en todos los estamentos del colegio; en hacer firmar a los profesores y alumnos documentos en los que reconocen todo tipo de sesgos e injusticias históricas, y aceptan que, si no son “culturalmente sensibles”, se les haga rendir cuentas; administrar sesiones de “instrucción antirracista”; crear “espacios seguros” y servicios de ayuda psicológica a las minorías; pagar la deuda estudiantil de los alumnos negros, y crear un comité que “audite y suplemente” dichas medidas.
Según Erika Sanzi, de PDE, la toma ideológica de los centros se suele dar de dos maneras. La primera, de manera orgánica, con cada remesa de profesores jóvenes graduados en universidades ‘woke’. Habría una brecha generacional bastante pronunciada entre estos docentes jóvenes y militantes, y quienes ya están en la cuarentena. La segunda vía de entrada es cuando los comités escolares, para demostrar su compromiso contra el racismo en un momento de presión social, como el verano de 2020, contratan a “consejeros de equidad” devotos de la teoría crítica. Estos llegan y se ponen a hacer y deshacer, y todo empieza a envolverse en la neolengua ‘woke’; incluso los mensajes internos y las comunicaciones del director.
Paul Rossi, al hacer pública la situación en Grace Church School y al haber sido suspendido de empleo, se ha unido a la Fundación Contra la Intolerancia y el Racismo (FAIR por sus siglas en inglés) para ayudar a otras personas en sus circunstancias. “Estoy siendo abrumado por la gente de clase media, de clase media-baja, gente familiar, que está viendo cómo esta ideología se introduce en sus distritos escolares, en las juntas escolares... Debido a la pandemia, han podido ver en las pantallas del ordenador de sus hijos temarios racializados extremadamente perturbadores”, dice Rossi. “Las mismas cosas que sucedieron en mi escuela están sucediendo por todo el país. Colegios públicos, privados e incluso algunos católicos”.
Tres días después de Rossi, en el mismo blog, el padre de una niña de Brearley School, Andrew Guttman, publicó una carta en la que decía que ya no volvería a matricular a su hija en este colegio del Upper East Side. “No puedo tolerar una escuela que no solo juzga a mi hija por el color de su piel, sino que la anima y le pide que prejuzgue a otros por el suyo”, dijo Guttman. “Me opongo al uso vacuo, inapropiado y fanático (...) de palabras como ‘equidad’, ‘diversidad’ e ‘inclusividad’. Si la administración de Brearly estuviera realmente preocupada por la llamada ‘equidad’, estaría debatiendo sobre cómo anular sus preferencias de admisión de herencias, parientes y aquellas familias con bolsillos especialmente hondos”.
Paradojas del 'wokeism'
Esta es una de las paradojas del ‘wokeism’: que los vengadores de los oprimidos proliferan en ambientes elitistas. Los “consultores de equidad” pueden llegar a cobrar más de 10.000 dólares por una charla y suelen venir de los campus más exclusivos. Nahliah Webber, la autora del artículo citado al principio, en el que pide al Gobierno que “marque en rojo” los barrios donde la blancura es más tóxica y los declare “incapacitados para la vida”, hizo su máster en la Teacher’s School de la Universidad de Columbia. Un año de matrícula en esta facultad vale 75.000 dólares.
“Como inmigrante de primera generación que vino a Estados Unidos sin absolutamente nada en los bolsillos y sin ni siquiera hablar inglés, no soy una persona privilegiada”, dice una madre de Nueva Jersey, de origen eslavo, en un mensaje enviado a El Confidencial a condición de proteger su anonimato. “A mí me ha llevado mejorar en la vida, como a mis parientes y a la mayoría de mis amigos, muchos años de trabajo duro, sacrificio y lucha contra las circunstancias y contra la discriminación. Así que oír hablar de boca de un pijo acerca de los ‘privilegiados’ caucásicos que tienen que ‘deshacer su racismo interior’ me resulta insultante”.
'Guerras' escolares
La inmensa mayoría de las denuncias, como la de esta madre, se hacen de forma anónima para evitar represalias. Si un padre o una madre denuncia el programa DEI de la escuela a la que van sus hijos, corre el peligro de ser acusado públicamente de racismo. Hay verdaderas guerras al respecto. Un grupo de padres del condado de Loudoun, en Virginia, se organizó para contrarrestar la teoría crítica racial que se estaba comiendo los temarios y las políticas escolares. Poco después, un grupo de Facebook llamado Padres antirracistas de Loudoun, de 600 miembros, llamó a hacer una lista de esos padres que se oponían a la nueva ortodoxia racial: una lista pública que incluyese sus direcciones, números de teléfono y lugares de trabajo.
Parents Defending Education recibe a diario quejas de todas partes, desde Florida a Ohio, Texas, Minnesota o Tennessee. A veces por cosas inocuas en las que PDE no se implica, como el hecho de que un profesor recomiende puntualmente un libro “antirracista”; otras, por casos extremos como el de las escuelas de élite de Manhattan o el distrito escolar público de Evanston, en Illinois.
El distrito escolar número 65, que engloba una veintena de colegios públicos en esta localidad periférica de Chicago, confeccionó parte del temario junto a activistas de Black Lives Matter. Como resultado, a los niños de cuatro y cinco años se les lee en clase libros infantiles como “Not My Idea: A Book About Whiteness”, de Anastasia Higginbotham, en el que una madre blanca sale apagando la televisión cuando un policía blanco está disparando a un hombre negro, y asegura a su hija pequeña que ellos no son racistas. En el libro se pide a los niños blancos que firmen un “contrato que los ata a la blancura”, sostenido por un demonio. Si el niño blanco firma este pacto con el diablo, obtiene “tierras robadas, riquezas robadas, favores especiales” y el derecho de afectar “indefinidamente” las vidas de “todos los humanos de color”.
Los padres de los niños, según el reportero de 'The Atlantic' Conor Friedersdorf, tenían que examinarlos en casa acerca de qué es la blancura y cómo se manifiesta en la vida diaria. Cuando algunos padres (de forma anónima) transmiten su preocupación, la respuesta habitual, en este caso de la junta escolar del distrito, es que sentirse “incómodos” es parte del “viaje a la equidad”. Por ejemplo, en palabras de uno de los miembros de la junta, cuando “tu hijo llega a casa y señala un privilegio que has tenido desde hace mucho, pero del que no te habías dado cuenta”.
Una de las madres del distrito, sin embargo, decidió quejarse abiertamente de lo que sucedía en las aulas. Natural de Evanston, Ndona Muboyayi dice haberse criado en un hogar “afrocéntrico”. Recuerda que, cuando era niña, en su casa había muñecas negras y libros de historia y cultura negra. Su padre es congoleño y Muboyayi es militante del NAACP: la más famosa asociación defensora de los derechos civiles de los afroamericanos, fundada hace más de un siglo por W.E.B. DuBois, padre del activismo negro.
El pasado 3 de abril, Muboyayi, que se ha presentado a las elecciones a la junta escolar, manifestó sus dudas sobre la enseñanza “antirracista” que recibían sus hijos en Evanston. Según Muboyayi, a su hijo de 11 años, que siempre ha querido ser abogado, se le están quitando las ganas por la insistencia de los profesores en la discriminación, el odio y las constantes barreras que la gente blanca pone a los negros a cada paso de su existencia. “Mis hijos siempre se han sentido orgullosos de quiénes son”, dice a 'The Atlantic'. “Entonces, de repente, se empezaron a cuestionar a sí mismos por lo que les enseñaban en la escuela al llegar aquí”. Muboyayi había vuelto a Evanston después de vivir unos años en el extranjero.
Propaganda divisionista
La afroamericana, de 44 años, dice estar a favor de que se enseñen las luces y sombras de la historia: la esclavitud, las leyes de Jim Crow, pero “de forma equilibrada con el resto de la verdad”. En lugar de eso, en la escuela enseñan que “todos los blancos son privilegiados y parte de un sistema de supremacía blanca”. “He pasado mucho tiempo en África Central porque mi padre es del Congo”, dice Muboyayi. “Y parte de la propaganda que se está difundiendo ahora mismo aquí en Evanston es similar a parte del divisionismo que tuvo lugar en Ruanda antes de la masacre. No estoy diciendo que eso vaya a pasar aquí, pero cuando uno empieza a etiquetar a la gente de forma negativa en base a su raza o su grupo étnico, esto lleva a la división y a la destrucción, no a buscar un terreno común y soluciones positivas”.
Especialmente difícil lo tienen, según varias de las personas entrevistadas para esta serie, los niños birraciales. “Uno de nuestros primeros casos fue el de una mujer blanca que me contó que su hijo de ocho años estaba disgustado”, dice Helen Pluckrose, fundadora de Counterweight, un grupo que, como FAIR o PDE, ayuda a las personas a defenderse del adoctrinamiento ‘woke’ en sus colegios o centros de trabajo. “El niño es mestizo y le habían contado que la blancura es una fuerza opresiva y antinegra, y salió de clase con la impresión de que la gente blanca era inherentemente mala y la gente negra estaba destinada a fracasar en todo”. Su madre era blanca y su padre negro: ambos le habían enseñado que la raza no importa. Ahora el colegio le estaba diciendo exactamente lo opuesto.
“A los estudiantes birraciales se les da a elegir en qué grupo segregado quieren estar”, dice Erika Sanzi, de PDE. “Algunos deciden que van a ir con los blancos, pero luego el personal les dice que no: tú tienes que ir con el grupo BIPOC porque tú eres de color. Y luego le dicen: jamás podrás ser tú mismo entre gente blanca”.
Pero, si por algún lado está rompiendo el silencio y los temores frente a la doctrina ‘woke’, es por aquí: por los padres de los niños a quienes se encasilla en rígidas categorías raciales y se apremia a ver el mundo como una lucha de poder entre tribus. “Aquí es donde la gente tiende a ser más franca”, dice Helen Pluckrose. “Si estás intentando salvar tu empleo, quizás lo dejes correr. Si a tu hijo le están diciendo cosas horribles, ahí es cuando la gente será realmente honesta y no se morderá la lengua”.
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