martes, 14 de diciembre de 2010

Krugman yerra el tiro o por qué esto no recuerda a los 30. (Economía, Política. 236)

Interesante artículo sobre el debate económico actual: Más Keynes o escuela austriaca?
Yo, desde luego tengo clara mi preferencia, que no es otra que la escuela austriaca.

De McCoy:
"No hay punto medio. El debate académico y analítico de las últimas semanas gira alrededor de dos posturas antagónicas, surgidas al calor de los planes de austeridad anunciados por numerosos países europeos y reclamados para Estados Unidos por el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke. Para algunos autores, como el Nobel Paul Krugman, Martin Wolf o John Mauldin, se trata de algo contraproducente en el momento del ciclo en el que nos encontramos. No traería tras de sí más que mayor desaceleración económica y el fantasma de la deflación. Para otros como Jim Rogers, de reciente visita por Madrid, y, en general, los integrantes de la Escuela Austriaca de Economía, el ajuste es imprescindible ya que, de lo contrario, el aumento de la deuda soberana en circulación y su imposible repago conducirían a un fenómeno hiperinflacionista de dramáticas consecuencias sociales.

Es innegable que ambas tesis tienen su parte de verdad y probablemente en ese punto medio, yermo de defensores a día de hoy, se encuentre la virtud. De hecho, hay una confusión de partida que, en cierto modo, deslegitima las reclamaciones de los defensores de la actuación del Estado más allá de los estabilizadores automáticos de índole presupuestaria. Y es que, en general, lo que propugnan sus contrincantes ideológicos no es menos Administración sino mejor Administración en tres frentes distintos: adelgazamiento del sector público para ajustarlo a la nueva realidad económica; adecuación de las prestaciones asistenciales a necesidades ciertas de los ciudadanos con especial énfasis en la lucha contra el abuso y el fraude; predominio del componente productivo frente al social en las políticas públicas de modo tal que no se expulse al sector privado de la economía.

Por ir a lo concreto, a la argumentación de permanencia de tales políticas en tanto se produce el desapalancamiento de particulares y empresas -defendida por Martin Wolf, cabe oponer dos réplicas inmediatas: una, el papel del Estado ha de ser de tutela del proceso de reducción del endeudamiento, no de auspiciar su retraso; y dos, ninguna acción estatal tendrá efectividad plena en tanto no haya un ajuste de la oferta a esa demanda que se pretende estimular y eso sólo se logra mediante una corrección de excesos pasados. Cabe pensar que un proceso de reducción del PIB acompañado de una deflación moderada es imprescindible para eliminar el espejismo de riqueza que se gestó durante la crisis y que, cuanto antes se produzca, mejor. Probablemente es en el escenario de política monetaria en el que se ha de materializar esta corrección donde se encuentran las mayores dificultades para su concreción, vista la experiencia reciente de naciones como Japón.

Y es que es verdad que no sólo han sido los Estados sino también los Bancos Centrales los que han decidido echarse la crisis a las espaldas, ante la necesidad de rescatar la economía financiera de modo paralelo a la real. El resultado ha sido una burbuja de liquidez sin precedentes que amenaza traer bajo el brazo los peores temores inflacionistas. De hecho la dualidad inflación emergente, deflación desarrollada comienza a ser una realidad. Al final, la imposibilidad de que muchos gobiernos puedan hacer frente a sus compromisos de pago, hará que el fenómeno de subida de precios se extienda con fuerza a naciones como Estados Unidos o Reino Unido, por poner sólo dos ejemplos, como única vía de minorar el importe de lo adeudado. El dinero fiduciario, arguyen los defensores de este mecanismo de transmisión, valdrá como papel higiénico, el oro y los activos físicos se convertirán en la mejor alternativa inversora, y la hegemonía mundial terminará pasando de América a Asia gracias, precisamente, a la ventajosa situación de partida de China.

Sin embargo, tales miedos y cambios, como reconocía el propio Rogers, tardarán tiempo en convertirse en realidad ya que el gigante asiático aún no es una alternativa cierta a la hegemonía estadounidense y la candidatura europea ha quedado descartada. No en vano, con algo más del 4,5% de la población del planeta, Estados Unidos genera anualmente el 25% de su riqueza superando Japón, China y Alemania juntos. Produce más que ningún otro país, es el mayor exportador de bienes y servicios con un 10% de cuota total, ha recibido en la última década tres veces más de inversión directa extranjera que China con un destino mucho más racional de la misma, sigue siendo el líder mundial en innovación, tecnología y emprendimiento, seis de las mejores universidades del mundo están situadas en el país –y 32 de las primeras 100- siendo la opción preferida de los estudiantes extranjeros, su población es notablemente más joven que la alemana o la japonesa y el dólar supone el 62% de las reservas internacionales de divisas. ¿Alguien da más? Resulta difícil pensar que no se beneficie de cualquier tipo de recuperación global para corregir sus finanzas públicas o que, sensu contrario, el mundo pueda progresar con un colapso estadounidense (Datos tomados de Go long America by Joseph Quinlan en Barron´s).

Es precisamente por eso que Krugman se equivoca. Es necesaria una racionalización de la acción pública, evitando su carácter asistencial, que en muchos casos actúa como un incentivo para la inactividad, para centrarla en aquellos elementos que permiten acompañar al sector privado en el liderazgo de la recuperación. Su sombría advertencia de que los recortes pueden conducir a una nueva Gran Depresión olvidan el carácter global de la economía mundial y el papel que en ella juega Estados Unidos, por lo que a este país se refiere. En cuanto a Alemania, citada expresamente por él como ejemplo de lo que no hay que hacer, parece olvidar que está actuando como un gestor responsable en la crisis, aprovechando la coyuntura para acometer ajustes que, de otro modo, serían inviables socialmente hablando; ajustando la competitividad de la Administración a la de ciudadanos y compañías; y sentando las bases para que las condiciones que provocaron el fiasco de la República de Weimar primero y el nazismo después no se materialicen, oponiendo deflación interna a la inflación que puede venir de fuera. Señalar con el dedo al líder europeo sin tener en cuenta su historia y su objetivo como nación parece aventurado. ¿No creen? Buena semana a todos."

Desde luego, los que defienden más deuda y más gasto keynesiano, que es lo que se está haciendo hoy en el mundo para combatir la crisis, piensan que se puede evitar una depresión a base de endeudamiento, sin que éste pueda tener repercusiones (pese a las burbujas que crea como la inmobiliaria que hemos tenido), afirmando que las medidas austriacas nos llevarán directos a la depresión.
Por su parte, los austriacos plantean que las burbujas pueden evitarse antes de gestarse. Unos defienden asumir y cortar las pérdidas (austriacos), mientras que otros doblan la apuesta cada vez que pierden esperando que la mala racha se acabe (keynesianos) haciendo las consecuencias cada vez peores a largo plazo.

Un ejemplo rápido puede ser el que uno empiece a beber alcohol. Los austriacos defienden que el sujeto deje de beber alcohol cuando lleva 2 o 3 cubatas, y de esta manera no habrá resaca, aunque no "disfrute" tanto de la fiesta, mientras que los keynesianos creen que el alcohol hace más feliz y hay que seguir bebiendo. Esto es lo que hemos hecho y ahora estamos ya borrachos. Pero la salida de unos es dejar de beber de una vez, deshaciendo malas inversiones y asumiendo la riqueza real, y no la ilusión de riqueza creada por la deuda, aunque a corto plazo haya que asumir medidas dolorosas, mientras que los otros quieren que siga bebiendo para evitar la resaca cuanto más tiempo mejor, pese a que luego la resaca será mucho peor, pero saben que los efectos de sus medidas no les afectarán a ellos a corto plazo o su mandato, sino que las aplazan a próximas generaciones, y es que ya se sabe, siempre es mejor que las juergas las paguen otros, y si puede ser sin que se enteren mucho, creándoles una nueva y falsa sensación de riqueza (inflación), mejor.

Desgraciadamente, lo que pretenden los austriacos, es decir que cada uno sea responsable de sus actos y asuma sus consecuencias, es casi utópico con la moral imperante en la sociedad, donde nadie asume sus responsabilidades, y donde todo el mundo exige derechos sin asumir obligaciones.

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