lunes, 8 de abril de 2013

¿Es el actual sistema sanitario norteamericano un ejemplo de libre mercado? (Salud, Educación. 145)

Es uno de los grandes mitos de la Europa socialdemócrata, pero no puede ser más falso:

"La respuesta a la pregunta planteada en el título de este artículo es claramente negativa. Pero entonces, ¿por qué razón reina en la Europa socialdemócrata semejante mito? Podría deberse a una falta de información, quizá a la manipulación de los gobiernos y quienes defienden el modelo de sanidad pública más o menos común en las potencias occidentales del viejo continente. Lo único cierto es que una combinación de ambos motivos genera un profundo prejuicio que impide plantear una crítica certera sobre los distintos tipos de sistemas sanitarios y las reformas que para cada uno de ellos son cuestionadas como salvación o condena.



El sistema sanitario de los EE.UU es de naturaleza mixta: público y privado. Operan decenas de compañías de seguro privada que cubren aproximadamente al 55% de la población norteamericana. El 65% de los ciudadanos en edad laboral tienen un seguro de empresa, incorporado como retribución en especie en cada contrato de trabajo. El gasto por familia ronda en este tipo de seguros los 13.500 dólares, bien en contratación directa o a través de la empresa donde trabaje alguno de sus miembros.

Tres de cada diez ciudadanos tiene derecho a un segundo tipo de prestación, en este caso, de carácter público, a través de cualquiera de las dos fórmulas estatales de cobertura sanitaria: Medicare (niños, veteranos y militares) y Medicaid (jubilados y discapacitados).

La distinción entre seguros privados y públicos se difumina en relación con las urgencias, a las que todo el mundo, de forma universal, tiene derecho (incluidos los inmigrantes), y cuyo coste es asumido al 50% por el Estado y el propietario del centro sanitario privado (en su caso). Dicho coste, en la parte que soportan los seguros privados, es directamente distribuido en las pólizas que firman con sus clientes, y de esta forma, bien en forma de tributos o a través de una prima adicional desprovista de compensación prestacional, quienes contratan seguros privados pagan todo.

Del 15% de la población carente de ningún tipo de cobertura, unos 46 millones de personas, puede decirse mucho. La inmensa mayoría permanece en dicha situación por mera preferencia individual, es decir, porque aun pudiendo, optan por no asegurarse, y así, en su caso, soportar directamente el coste de una eventual enfermedad o incapacidad. Quienes no pueden pagarse un seguro siempre estarán cubiertos en urgencias, pero no en intervenciones terapéuticas no derivadas de aquellas. Para estos casos existen en muchos hospitales privados, clínicas gratuitas que atienden bajo criterios discrecionales. Recordemos que más del 10% del PIB de los EE.UU está destinado cada año, por decisión libre y altruista de sus ciudadanos, a caridad o atención del necesitado.

Este sistema queda resumido en las siguientes cifras: más de 7.000 dólares de gasto sanitario por habitante, encabezando las estadísticas por países que elabora la ONU, y un 16% del PIB destinado a cubrir, entre contribuciones privadas y prestaciones públicas, el coste en sanidad de los EE.UU. Lo que preocupa a este respecto no es que los EE.UU tengan, posiblemente, la mejor sanidad del mundo, sino que el aumento del gasto crezca de forma sostenida y alarmante, desvelando graves vicios en su sistema.

Las empresas privadas son a la vez beneficiarias de los programas públicos de atención sanitaria. Entre urgencias y otras fórmulas, reciben cada año miles de millones de dólares. Esto las convierte en empresas dependientes del presupuesto, y por tanto, en un grupo de presión al gobierno. Unida a esta anomalía introducida por el sistema público dentro de un de por sí, deficiente mercado de la sanidad, debemos incluir la gran burocracia que, a nivel federal o estatal, gobierna subsidios, programas de atención y demás partidas presupuestarias. El coste no para de crecer, repercutiéndose a los ciudadanos, como ya dijimos, en forma de impuestos, pero también de incrementos en la prima que pagan por sus seguros privados.

Obama quiere resolver esta situación. Como intención no va mal encaminado. Es un problema gravísimo que merma, año tras año, la capacidad económica y el dinamismo de los estadounidenses. Es un lastre que deben corregir, ganando eficiencia y calidad para su sistema. El error de Obama es haber dirigido su mirada hacia sistemas públicos, tomándolos como referencia y no como disuasión en sus aspiraciones. Pretende introducir un sistema de seguro público que garantice la cobertura de todos los ciudadanos compitiendo, de esta forma, con los seguros privados.

En España, que para muchos es el paradigma de Sanidad pública, vivimos desde hace años una transformación profunda en la manera de gestionar dicho servicio público. La universalidad no es tan antigua. Se remonta a 1986, tras un proceso de integración orquestada por el Estado. El sistema sanitario español, tal y como hoy lo conocemos, arranca en los años 60, como también lo hiciera la Seguridad Social. El franquismo se define ya por aquel entonces como un Estado social, heredado por la Democracia sin grandes reformas, sencillamente adoptando pasos incrementales hasta la consolidación a principios de los noventa de una cobertura universal sanitaria.



La descentralización autonómica ha dejado en manos de los gobiernos regionales la gestión del sistema, iniciándose comunes esfuerzos, aunque variados, por aplacar el desmesurado crecimiento del coste sanitario. Las transformaciones emprendidas caminan en la dirección externalizadora, dejando en manos privadas la prestación directa de todos o algunos de los servicios sanitarios, estableciendo una suerte de concierto público por el que los ciudadanos soportan el coste a través de sus impuestos, y no en forma de prestaciones libres y personales. Colectivizando el gasto se busca garantizar la cobertura y la calidad, y si bien es cierto que, en un primer momento, la externalización puede llegar a reducir el ritmo de crecimiento del gasto sanitario, a medio largo plazo genera todos los defectos que, por ejemplo, desangran el sistema americano.

Ni en los EE.UU reina lo privado, ni en España se puede decir que se esté privatizando la sanidad. El modelo hacia el que parecen confluir ambos sistemas es el de la externalización, si bien Obama ofrece una reforma que aspira a la incorporación norteamericana al club de los países con coberturas universales en connivencia con agentes sanitarios privados. La corrupción, el despilfarro o la perversa institucionalización de terribles grupos de presión (lobbies de empresas y seguros del sector), crece al abrigo del presupuesto público y la politización de la sanidad.

El culto a la salud y una equivocada concepción de lo justo, llevan a creer que la sanidad de cualquiera resulta oponible frente a todo ciudadano de un Estado, esto es, que el coste sanitario debe ser distribuido entre quienes posean la capacidad económica suficiente como para pagarse la propia cobertura, y, al mismo tiempo, pagársela al resto. “Lo social” sustituye a la moral, haciendo de la sanidad una máxima de la convivencia, pero no a través de normas de cumplimiento voluntario, como sería el caso de quien contribuye a obras de caridad o a la entidad que abre una clínica gratuita para casos de necesidad, sino mediante normas artificialmente jurídicas, mandatos organizativos decretados por un Estado absoluto.

Obama pretende salvar el sistema de la quiebra, extirpar a la economía estadounidense un obstáculo insuperable, y, a la vez, lograr la cuadratura del círculo con la universalización de la salud. Por desgracia su oferta no es nueva. Modelos como el suyo, con más o menos matices, han sido probados en otros Estados “sociales”. Curiosamente, de entre todas las opciones parece obviar la única que no ha sido seguida, nunca, por una gran nación: la sanidad privada.

Seguir alimentando el fetiche de que todo lo malo de la Sanidad de los EE.UU se debe a su mediocre faceta privada, es burdo e incierto. El sistema norteamericano de atención sanitaria ronda el colapso, pero no precisamente porque el mercado impere en dicho ámbito, sino por todo lo contrario. Obama, sencillamente, padece un claro ejemplo de ingenuidad socialista: cree haber dado con la mejor intervención posible. Y esto, guste o no, es un imposible, además de ser un terrible error intelectual."

Fuente: La libertad y la ley

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