martes, 17 de febrero de 2015

Grecia: las condiciones más laxas de Europa

Juan Rallo sobre las condiciones extremadamente laxas (no digamos cuando se le compara con el resto pese a que su insolvencia es mucho mayor) y el absoluto "postureo" de sus políticos sobre su anunciada y proclamada “política económica alternativa de la Europa social”.

Como bien concluye, la alternativa no es más de lo mismo (más estatismo, gasto público insostenible, impuestos...), sino todo lo contrario.


Artículo de su blog personal:

Grecia nunca debió ser rescatada. Quien no quiere ser ayudado no merece ser ayudado.

Especialmente cuando, para más inri, el buen samaritano que nos dice estar dispuesto a echar una mano lo hace con las generosas aportaciones de dinero ajeno. Desde que en 2010 se decidiera que Grecia no podía caer bajo ningún concepto, los Estados europeos han enterrado en préstamos a sus políticos más de 200.000 millones de euros (España, alrededor de 28.000 millones, el equivalente a 1.500 euros por familia): parte de ello ha ido a rescatar a la banca europea y a la banca griega, pero otra parte muy sustancial a mantener el hipertrofiado sector público griego durante algunos ejercicios presupuestarios más.

El resultado de tamaña prodigalidad europea ha sido que Grecia es hoy el país con las condiciones financieras más laxas de Europa y, probablemente, del mundo entero: el vencimiento medio de su deuda pública supera los 16 años (el doble que España o Alemania y casi el triple que la de EEUU) y el tipo de interés medio que abona por ella ni siquiera alcanza el 2,5%, por debajo incluso que Alemania. Todo ello, además, después de que en 2012 se le condonara el 53,5% de la deuda en manos de acreedores privados. ¿Se imaginan tener una hipoteca a 15 años con un tipo de interés fijo del 2,5% y que además te perdonen la mitad del principal? Un auténtico chollo, desde luego. Pues Syriza denomina a ese chollo “usura”.

De ahí que el partido heleno hermanado con Podemos reclame ahora condiciones incluso más privilegiadas de las que ya está disfrutando el país: una rebaja adicional de los tipos de interés (¿por qué no al 0%?), un nuevo alargamiento de los vencimientos (¿por qué no a perpetuidad?) e incluso una quita suplementaria (¿por qué no del 100%?). La idea es sencilla y coincide con el clamor popular pro-Syriza: no debemos, no pagamos.

Y, ciertamente, el gobierno de Syriza tiene todo el derecho del mundo a repudiar su deuda: Grecia es un Estado soberano cuyo pago no puede ser forzado. Ahora bien, si Grecia decide libremente repudiar sus deudas, también deberá responsablemente aceptar las consecuencias que de ese impago se deriven: a saber, corralito bancario, salida del euro y aislamiento de los mercados internacionales.
Incumplir tus compromisos para seguir viviendo de un crédito ajeno que tampoco esperas devolver no es posible.

Por desgracia —y recalco lo de por desgracia— todo apunta a que Syriza terminará pasando por el aro y no nos brindará la oportunidad de contemplar qué sucede en un país que soberanamente decide aplicar aquello de la auditoría ciudadana de la deuda, del levantamiento espartano ante la Troika, del incremento desproporcionado del déficit público para estimular la economía o, incluso, de una reconquistada autonomía monetaria.

Toda la mitología reivindicativa de “la política económica alternativa de la Europa social” parece estar mutando aceleradamente en una rabieta adolescente donde prima el postureo sobre los principios y donde, al final, nadie propone nada verdaderamente distinto: todos abrazan el alto gasto público y los altos impuestos; todos reconocen que los elevadísimos déficits públicos vividos hasta la fecha son insostenibles; y todos hablan —aunque pocos ejecutan— de la necesidad de acometer reformas estructurales que arrebaten poder a las redes clientelares que se han tejido durante años en torno al caciquismo estatal.

Todos, sin excepción: la verdadera alternativa para Europa no es el estatismo ni de Syriza, ni del Pasok, ni de Nueva Democracia. Es el liberalismo: el gran convidado de piedra durante toda la crisis europea. También en España.

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