Carlos Rodríguez Braun analiza el debate de la nación y la peligrosa y creciente senda demagógica (y que lleva al desastre a la sociedad como ya vemos) a la que se dirigen cada vez más todos los partidos, ante la incapacidad intelectual de debatir ninguna idea y la generalización actual de numerosas falacias económicas.
Artículo de Expansión:
Fue un debate contundente, porque la ocasión lo requería, dado el horizonte electoral y las malas perspectivas para PP y PSOE. Y también fue previsible. Rajoy insistió en que la economía va mejor, lo que es indudable, pero también en que va mejor gracias a su gobierno y a que su política económica evitó el rescate, lo que es dudoso, y que era la mejor posible, lo que es falso. Admitió que “el mérito corresponde a España y los españoles”, lo que es una gran verdad, pero ignoró la verdad más importante: España y los españoles debieron superar el castigo que el propio Gobierno les infligió. Procuró específicamente evitar esta conclusión, alegando que sí, que los españoles tuvieron mérito pero porque fueron “dirigidos con responsabilidad”.
Como esto encaja mal con la desastrosa subida de impuestos, Rajoy presentó la parte más potente de su discurso al final, hubo sacrificios, reconoció, pero eran inevitables: “se ha hecho lo que se debía hacer”. El resbaloso planteamiento es: gracias al Gobierno se pagan menos intereses por la deuda pública, y por eso no se han bajado las prestaciones sociales. Remarcó este punto: como se evitó el rescate, el gasto público no bajó lo que podría haber bajado en otro caso, un notable argumento en favor del rescate, precisamente. El mensaje que quería lanzar fue que en realidad hemos salido de la crisis gracias al Gobierno. De bien nacido es ser agradecido, y debo agradecer la alusión cuando el jefe del Ejecutivo sentenció que no es bueno sostener que mejoramos “a pesar del Gobierno”. Basó su afirmación en la inquietante tesis de que quien sostiene eso niega a los españoles su valor, es decir, Rajoy identificó pueblo y Gobierno, que es el abecé del totalitarismo.
La conclusión del presidente fue: la preservación del Estado de bienestar es una conquista de las presentes autoridades, y no vayamos a dilapidarla votando a otros partidos: “No consentir que se desmantele lo que hemos construido”. No asumió ningún daño causado por su Gobierno. Procuró arrebatarle a la izquierda sus banderas. Así, se presentó como el gran luchador contra la desigualdad, y defensor de subvenciones, cohesión social, clases medias, medidas contra los desahucios y a favor de la mujer, etc. Presumió varias veces de haber subido las becas, desprovistas ya de toda relación con el mérito, y convertidas en mera propaganda redistributiva, exactamente en la misma línea que inició el deplorable Rodríguez Zapatero: no hay bandera demagógica que el PP no esté dispuesto a esgrimir.
Achicados sus espacios, Pedro Sánchez también estuvo contundente, previsible y en la misma triste línea del presidente del Gobierno. Intentó dar la imagen de un equilibrio entre Podemos y el franquismo, o la revolución y el inmovilismo. Para disputar el populismo de Rajoy, su receta fue, lógicamente, aún más populismo: “reconocer nuevos derechos”, “una recuperación justa”, subir el SMI, reindustrializar España, y más gasto público a granel. ¿Y las becas? Agárrese usted: ¡doblarlas! Habló de corrupción, y es un tema difícil para Sánchez teniendo lo que tiene en su partido. Pero también hizo lo propio Rajoy. El líder socialista terminó diciendo: “yo soy un político limpio”. Creo que es cierto, pero también es revelador que no pueda ir más allá.
El momento económico estelar del debate entre los líderes de los dos grandes partidos de España fue cuando en el turno de réplica un contundente Mariano Rajoy proclamó lleno de orgullo y satisfacción que bajo su Gobierno las empresas y los contribuyentes con mayores rentas pagan más impuestos que con el PSOE.
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