jueves, 26 de marzo de 2020

Diez lecciones políticas de la pandemia

Rafael Núñez expone diez importantes lecciones políticas de la pandemia. 

Artículo de Disidentia: 
Uno. Confieso que me irrita la cantinela que se ha generalizado de un extremo a otro del espectro político, con pequeñas excepciones: “ahora es el momento de arrimar el hombro, aunar esfuerzos y nada más. Las responsabilidades, más adelante”. Como si lo primero fuera incompatible con lo segundo. Y, sobre todo, como si desconociéramos la delectación con que el poder recibe el mensaje. Ya lo dice el refrán castellano: dame pan y dime tonto. En este caso, ni se nos permite siquiera tildar de tonto -o algo peor- al que ha pecado por acción y omisión. Y, por encima de ello, lo que todos sabemos: entonces, las responsabilidades… ¿para cuándo? ¿Dentro de tres semanas, cuatro, dos meses? A nadie se le oculta que en esos momentos estaremos en un escenario tan distinto que todos diremos que no es el momento de hurgar en el pasado sino de reconstruir el futuro. Y los responsables de todo esto buscarán irse de rositas…
Dos. “Nadie preveía este escenario cuasi apocalíptico”. Falso. Usted y yo a lo mejor no lo preveíamos e incluso a lo mejor repetíamos aquello que decían los medios, “esto es como una gripe cualquiera”, pero da la casualidad que usted y yo podíamos equivocarnos e incluso decir idioteces por dos razones: primero, porque no teníamos ni tenemos responsabilidad directa sobre la vida y la muerte de millones de compatriotas y segundo y principal, porque no tenemos a nuestro servicio todos los resortes del Estado, no sé cuantos organismos científicos y técnicos y cientos de asesores que nos cuestan un ojo de la cara del presupuesto. ¿Para qué sirve todo ello? Y si estos señalaron el peligro, ¿quiénes son los responsables –con nombre y apellidos- no ya solo de hacerles caso omiso sino de actuar diametralmente en contra de sus recomendaciones permitiendo concentraciones masivas la víspera misma del toque a rebato?
Tres. Corea del Sur, Singapur, Taiwán, incluso Japón… Aunque son regímenes muy distintos entre sí y no asimilables, nos muestran en conjunto una cosa muy importante, que no hace falta necesariamente ser una dictadura comunista como China, cercenadora de todo tipo de libertades individuales, para poner freno a la expansión de la epidemia. ¿Cómo? Fundamentalmente con dos estrategias: previsión y prevención, es decir, la actuación antes de que el contagio haya adquirido una dinámica imparable. Y la puesta al servicio de esas prioridades de todos los medios técnicos que el desarrollo científico hace posible hoy día: controles masivos de detección, tests rápidos, tomas de temperatura, control de movimientos, estimación de los riesgos a tiempo real, confinamiento solo de la población infectado o en riesgo…
Cuatro. La última alusión me permite hacer una pequeña reflexión sobre la situación en la que ahora nos encontramos casi todos. ¡Confinamiento de millones de personas, prácticamente toda la población que no combate directa o indirectamente (abastecimiento y otros servicios) la pandemia! Como si estuviéramos en la Edad Media y se tratara de la peste negra. Nuestros dirigentes políticos –es verdad que no solo los de aquí, sino los de otros muchos países- no han encontrado otra panacea en estos tiempos de desarrollo científico y tecnológico que obligarnos a meternos en nuestras casas, atrancando puertas y ventanas, como en una película de ciencia ficción de serie B. No digo que aquí y ahora no sea necesario, todo lo contrario, aquí y ahora es la única solución posible. Pero la clave está en que había medios y recursos para no llegar a ese punto.
Quinto. Esto a su vez remite a un punto que no deja de parecerme una verdad de Perogrullo, pero que no he visto destacada en casi ningún análisis. ¿Para qué escogemos a nuestros dirigentes? ¿Para qué sirven? ¿Para adoctrinarnos como si fueran nuestros padres y maestros o para solucionar problemas? Parece que se nos ha olvidado que la función principal de un rector político no es la de adoctrinar sino la de gestionar, sin que esto último suponga renunciar a unas ideas claras de cómo debe organizarse la sociedad y administrarse los recursos del Estado. ¿Qué gestión –qué eficacia- puede exhibir este gobierno en la presente crisis? No se puede decir que esté sobrepasado por los acontecimientos o que haya perdido el control por la sencilla razón de que nunca ha tenido control alguno ni haya previsto nada de que lo podía pasar.
Sexto. “Tenemos el mejor sistema sanitario del mundo”. ¿Se acuerdan que también Zapatero decía que teníamos el “mejor sistema bancario del mundo” antes de que tuviéramos que pedir auxilio a las instancias internacionales para salvar toda la parte del sistema financiero –las Cajas- contaminadas por la rapacidad política? Se nos llena la boca con frecuencia proclamando que somos los mejores, pero cuando llega el momento decisivo de dar la talla, parece que no estamos a la altura. La crisis actual ha puesto dramáticamente de manifiesto que falta de todo, empezando por lo más elemental, desde mascarillas, respiradores y batas, hasta espacio físico en los hospitales, con enfermos muriéndose en los pasillos y los suelos. ¡Como si estuviésemos en el África profunda, con perdón! ¿Quién responde de todo esto y por todo esto?
Séptimo. Desde luego, no esperemos respuesta alguna de quien más tenía que darla. Porque los responsables políticos, llamados a dar ejemplo a la ciudadanía, incumplen flagrantemente el protocolo que imponen a toda la población. “Consejos vendo que para mí no tengo”. Tanto el sr. Sánchez como el sr. Iglesias tendrían que estar cumpliendo, con mayor motivo que otros, una cuarentena estricta porque sus respectivas cónyuges están infectadas. Les vemos, por el contrario, ejerciendo sus funciones con un protagonismo que a menudo roza lo bochornoso. Como adolescentes inquietos, necesitan alborotar, estar en el candelero, aunque sus intervenciones se muevan entre lo inane y la vergüenza ajena. Mucho botafumeiro y nula empatía.
Ocho. El anuncio de recentralización de competencias sanitarias en manos del gobierno. Confieso que pensé en principio que se daba un paso positivo, el de terminar con el cachondeo de diecisiete sistemas sanitarios distintos. ¡Qué ingenuidad la mía! Se me pasó por alto que todo el poder en manos de un inepto podía ser peor que la propia dispersión administrativa. En vez de dinamizar la gestión, la han ralentizado y en algunos aspectos hasta paralizado. Todo se entiende cuando reparamos en los méritos del actual ministro del ramo, que se resumen en uno solo, el de ser amigo del máximo líder del PSC y, por tanto, estar ahí en función de la cuota atribuida a este grupo político. ¡Acabáramos! Con estos bueyes hay que arar: ¡y así está el campo!
Nueve. Me parece bien la épica de la solidaridad, el pueblo unido y el repetido mantra de “¡venceremos!” pero me malicio que algunos están utilizando este indiscutible agradecimiento a la profesión sanitaria para encubrir interesadamente una realidad más sangrante. No tendríamos que calificar de héroes a estos profesionales si se les hubiera provisto de los recursos adecuados. Ellos, por su parte, no tendrían que estar dejándose la vida en el empeño si se hubieran hecho bien las cosas desde el principio, cuando aún estábamos a tiempo. Perdemos de vista una vez más lo más elemental: una mínima previsión y una eficaz racionalización de nuestros medios nos permitiría prescindir de héroes, porque lo que necesitamos simplemente es no llegar a situaciones donde la heroicidad es la única alternativa posible.
Décimo y con ello termino. Siento decirlo: no se hagan ilusiones en ningún sentido. Y no lo digo a corto plazo, donde quedan días en los que la situación alcanzará tintes casi apocalípticos. Me refiero a que esto no es cuestión de tres o cuatro semanas más. No hablo solo del confinamiento –que también- sino de las consecuencias de esta crisis: consecuencias sanitarias, empresariales, laborales, financieras, sociales. No dudo que saldremos adelante, como repiten cansinamente nuestros dirigentes, porque la humanidad hasta ahora ha salido adelante. Pero nos vamos a dejar muchos pelos en la gatera. Y en algún momento nos tendremos que dedicar a pensar seriamente en todos los elementos de esta crisis, desde su incubación hasta su desenlace, para pedir responsabilidades y obrar en consecuencia. De una puñetera vez, como sociedad adulta.

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