McCoy muestra en este artículo el mal camino llevado a cabo por Francia, cuyas políticas intervencionistas le llevan paulatinamente al suicidio.
Artículo de El Confidencial:
"Resulta imprescindible una vez más leer el The Economist de esta semana y su especial sobre la globalización. En un mundo que es de todo menos global, como ya denunciamos allá por abril de 2011 (Valor Añadido, "No se crean el camelo colectivo: el mundo es de todo menos global", 27-04-2011), el fenómeno de apertura de fronteras se ha paralizado sustancialmente a resultas de la crisis financiera, lo que dificultará aún más la vuelta del crecimiento mundial –dirían los liberales– o evitará la explotación sistemática de los recursos por parte de las naciones ricas a las pobres –argumentarían los de siempre con su característico olor a naftalina–.
Sobre este freno se ha construido una falacia. No todo el proteccionismo financiero corresponde a los países emergentes ni el industrial es propio sólo de las naciones desarrolladas y sus disputas entre, por ejemplo, Estados Unidos y Europa. Incluso cabría decir que, en sus distintas formas, ocurre más bien lo contrario. Los estados del primer mundo han tratado de proteger a su banca en vez de cultivar la necesaria destrucción creativa mientras que los controles de capital y las restricciones legales a la inversión han sido el pan nuestro de cada día en, por ejemplo, los llamados BRICs.
Un caso digno de estudio, y que reafirma esa dualidad, es el de la socialista Francia, paradigma de un estado que se empeña en trenzar día a día la soga con la que ahorcarse.
Sobre la realidad económica francesa está casi todo escrito. En esta misma columna le dedicamos un par de posts en abril de 2012 y de 2013 poniendo negro sobre blanco la enfermiza evolución de su PIB, su problema endémico de productividad hacia dentro y competitividad hacia fuera, la delicada situación de su sistema financiero (V.A., "España respira: Francia tiembla ante el agujero de su banca", 18-06-2013) y el intolerable nivel de intervencionismo público como eje transversal que justificaba a buen seguro todo lo demás (ríanse ustedes de, por ejemplo, Andalucía). Con un peso del 21% en la Unión Europea, señalábamos en alguna de esas entradas, Francia no es el canario en la mina, sino ‘el grisú que, en caso de explotar, propiciaría la definitiva desaparición’ de la Eurozona.
Ya anunciamos entonces que pretender una revolución de arriba abajo de la mano de François Hollande era un imposible. Sin embargo, creíamos que el curso de los acontecimientos tanto macro –presión sobre déficit, deuda y empleo– como microeconómicos o empresariales –el caso Peugeot sigue empantanado un año y medio después de que el presidente paralizara de inicio determinados cierres fabriles; fastFT, "Peugeot shares sink as it confirms partnership talks (again)", 14-10-2013– le harían cambiar de políticas. No ha sido el caso. Más aún, no ha perdido la oportunidad de volver a las andadas en cuanto ha visto la ocasión para desgracia de un país que necesita justo lo contrario si no quiere morir de exceso de bienestar estatal.
La excusa ha llegado de la mano de Alcatel-Lucent (WSJ, "Alcatel Job Cuts Pose Test for France", 13-10-2013). Apenas había casi terminado la compañía de telecomunicaciones de anunciar el despido de 10.000 empleados alrededor del globo, 900 de ellos en territorio francés, y ya estaban diversos miembros del Gobierno censurándolos por excesivos. No sólo eso, veinticuatro horas más tarde el propio Ejecutivo anunciaba que se reservaba el derecho de veto a los recortes de plantilla si la firma no alcanzaba un acuerdo con los sindicatos. Convertía así una herramienta legal vendida para dotar de flexibilidad al sector privado en un instrumento de coacción. La supervivencia de la empresa –cuya situación es calificada como 'catastrófica' por los propios representantes de los trabajadores– aún en mayores dificultades a resultas de una injerencia estatal que puede encarecer sus costes de restructuración.
Cuando se quita a la iniciativa privada la capacidad de gobierno, amén de establecerle impuestos confiscatorios, competir deslealmente desde la atalaya pública o luchar con ella por la financiación, el fenómeno del crowding-out o de su expulsión de la economía se puede dar por completado de manera definitiva. En ese punto estamos en la segunda economía más importante de la moneda única. Quién lo iba a decir a estas alturas del siglo XXI. Como señalábamos en el encabezamiento de este post, en el mundo global de hoy, donde la competencia por los factores de producción es mundial, Francia está empeñada en disfrutar esta receta envenenada, satisfacción electoral para los izquierdistas de hoy, tumba segura para el conjunto de la nación mañana.
Y, como suele suceder en estos casos: ¿por qué quedarme con el sucedáneo si puedo contar con el original, ese que siempre ha mantenido el mismo discurso? El Frente Nacional de Marine Le Pen ya es la fuerza con mayor intención de voto en nuestro vecino del norte, como lo es ERC en Catalunya. Y, si uno lee este post de ayer de Ambrose Evans-Pritchard en The Telegraph, lo que su 'lideresa' propone es una bomba de relojería en el corazón de la Eurozona. Agáchense, que el grisú estalla…"
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