domingo, 4 de noviembre de 2012

La verdadera acción de la competencia. (Economía, Política. 979)

Sin duda, una de las mayores falacias de hoy, y que no tiene ningún tipo de base, es primero, que estamos en una sociedad de libre mercado (algo lejos de la realidad por la acción intervencionista, proteccionista y reguladora del Estado) y en segundo lugar, que la competencia en el libre mercado lleva al monopolio.
 
El siguiente artículo explica en primer lugar que es la competencia y cómo surge y cómo esto no es posible en el libre mercado, sucediendo precisamente por las barreras a la competencia que impone el Estado, lo que hace surgir los monopolios, en perjuicio del consumidor:
 
"Una de las más grandes falacias que todavía sostienen algunos sectores dentro de la ciencia económica —si es que puede incluírseles dentro de ella, ya que este tipo de afirmaciones no se basan, aunque exijan lo contrario, en la más mínima observación de la realidad económica— es aquella que indica que toda competencia tiende necesariamente a la concentración de capitales y al monopolio. Este postulado pertenece a aquellos que se exponen en forma de axioma, como si fueran evidentes por sí mismos y no requirieran la más mínima fundamentación. Es justamente ante esta situación —la necesidad de fundamentar lo que se ha dicho— en donde tal afirmación se desmorona sola.

Para analizar cuál es realmente el efecto de la competencia en el mercado, debemos tener en cuenta ciertos aspectos previos. El mercado en el que nos enfocaremos será uno decididamente libre. La acción del Estado será relegada a un segundo plano, no tendrá ningún tipo de protagonismo en nuestro análisis. Ni favoreciendo a ciertos competidores con protección ante la competencia extranjera, ni otorgando subvenciones, ni ninguna otra ingerencia de ningún tipo —incluso su existencia podría ser obviada. También debe tenerse en cuenta que el mercado al que nos referimos es al del “ramo” industrial. Los efectos de la competencia en el mercado de tierras cumplen otras normas, que necesitarían ser examinadas en otro artículo. Esto es algo que David Ricardo tuvo siempre muy presente, a diferencia de muchos de sus seguidores socialistas. Por ahora sólo nos preocuparemos por la competencia en donde los involucrados son el capitalista y el trabajador, en un contexto de capitales fijos [1].

I

Lo primero que debemos analizar para comprender la acción de la competencia es su origen. Cualquier análisis de la misma que no parta desde este punto, pone en duda su validez.

El origen de la competencia es el monopolio. No debemos entender por “monopolio” en este caso a un productor protegido de la competencia por parte del Estado, sino como una situación particular que se da en una sociedad en la que el comercio todavía no se ha desarrollado lo suficiente. En una sociedad en la que el comercio no se ha extendido a la producción de un producto x, quien se dedique a producirlo y a comercial con él, dispondrá de una posición monopólica, dado que es el único productor de x. Los efectos de una posición de monopolio son sabidas: el productor, o los productores, tienen mayor control del precio del producto x frente a la demanda. También sabemos que la calidad de su producto x tiende a decrecer o a mantenerse estática, por más que la demanda crezca o disminuya.

Esta situación es la que suscita la competencia. Los ingresos de nuestro primer productor son lo suficientemente altos —gracias a su posición de monopolista— como para “seducir” a otros productores a dedicarse a la producción de x. Poco a poco comienzan a aparecer otros productores que compiten contra el que en algún momento fue un monopolista —siempre y cuando no exista ningún tipo de restricción externa a la competencia.

Obviar este punto equivale a presuponer que en el libre mercado comienzan muchos productores a producir x simultánea e inconcientemente, lo cual sería un milagro de mágica coordinación. Equivale a decir que el origen de la competencia es la competencia, lo cual es un absurdo tanto teórica como empíricamente. Por el contrario, reconocer que el monopolio es el origen de la competencia, que el hecho de que un productor adquiera ingresos muy altos produciendo un bien que hasta el momento nadie producía [2] es el que motiva a otros productores a competir con él, equivale a reconocer que los monopolios no son imbatibles ni todopoderosos, sino que son quienes generan sus propios competidores en vez de destruirlos.

II

Una vez dilucidado el origen de la competencia, podemos pasar al análisis de la verdadera acción de la competencia, y su repercusión en la formación de los precios y en los beneficios. Ya es sabido que en esta situación, los competidores, para vender su producto x, se ven obligados a bajar sus precios. Cada uno intentará bajar los precios por debajo del precio de los demás para seducir a la demanda. Si A pone a la venta x a un precio de 10, B, si quiere competir contra él y vender su producto, deberá asignarle un precio de 9.

Como los precios generales del producto x bajan, también bajan los ingresos de los productores. Los ingresos de B serán de 9 por unidad de x, y si C decide no quedarse atrás en la competencia, deberá bajar el precio de su producto a 8. Los ingresos irán bajando hasta llegar a un punto en donde será difícil que continúen descendiendo, es decir, al llegar al costo de producción. Si continúa bajando, ni A ni B ni C sacarán beneficios económicos. Podrá aducirse que ante esta situación, los tres productores acordarán entre ellos repartirse el mercado para no perjudicarse mutuamente compitiendo entre sí. Pero, ¿qué evita que D produzca también x y lo ofrezca en el mercado a un precio menor que el que acuerden A, B y C? D obtendría mayores ingresos ofreciendo x a precios más bajos que si se pusiera de acuerdo con los otros tres productores porque se aseguraría la venta de todos sus productos y hasta se ganaría la clientela de los demás productores. Como vemos, en este punto es donde generalmente se obstruye la acción de competencia mediante políticas estatales coactivas.

Es decir, la primera consecuencia de la competencia, es que, a diferencia de la situación de monopolio, ningún productor puede obtener privilegios económicos de su posición; no está en su poder el control del precio ni de las cantidades de productos x que se disponen a la venta en el mercado. Lo que en situación de monopolio se denomina “explotación de los consumidores”, con la competencia desaparece. El segundo efecto es que paulatinamente los ingresos de los productores van disminuyendo con la caída de los precios.

Por “productores A, B, C, D” nos referimos a los capitalistas y los trabajadores en su conjunto, es decir, hablamos de una unidad empresarial. Los ingresos que ésta percibe a partir de la venta de sus productos se dividen en dos partes: el beneficio para el capitalista y los costos de producción, el cual, a su vez, se divide en la parte destinada a la reinversión en la producción y la otra parte se destina al pago de salarios de los trabajadores. Si suponemos, como generalmente se hace en economía, que tanto el volumen de los salarios como el del costo de reinversión se mantienen constantes, lo único que puede reducirse dentro de los ingresos son los beneficios del capitalista.

Pero también entre los trabajadores existe la competencia, así como también entre los productos destinados a la reinversión. Los precios de estos, si existe competencia entre sus productores, siguen los mismos principios que los que expusimos en nuestro ejemplo del producto x. En el caso de los trabajadores, el precio de la fuerza laboral va a tener una relación muy importante con la cantidad de trabajadores ofrecidos. Pero esto ya responde a causas demográficas y no económicas, sólo es posible establecer que a mayor trabajadores ofrecidos, menor salario, y viceversa. No es posible especular mucho con ello, como lo hicieran David Ricardo y más tarde Karl Marx, que dedujeron que a cada aumento del salario corresponde un incremento de la población —la llamada “ley de hierro de los salarios”—, que sólo se basa en el supuesto apego inevitable del proletario a “las delicias de la vida doméstica”.

III

Si se admite cuanto se ha dicho, se verá que es imposible establecer que la competencia conduce la concentración de capitales y al monopolio sin contradecir toda realidad económica. Sin embargo, muchos han lanzado sus más duras críticas hacia el libre mercado por creer que sí, sin el menor sustento lógico. Este error parte del supuesto de que la sociedad en la que vivimos desde hace más de un siglo es una economía de libre mercado, lo cual se derrumba tan solo de observar la realidad. Porque veremos que lo que realmente origina el monopolio es la intervención externa del mercado, y no la competencia en sí. Esto es algo que han destacado muchos defensores radicales del libre mercado —por ejemplo, anarquistas como Benjamin Tucker o Lysander Spooner, algunos de los seguidores más radicales de la Escuela Austriaca y de Murray Rothbard, los más actuales agoristas, etc.

Una de las intervenciones estatales en el mercado más utilizadas ha sido el proteccionismo. Incluso en épocas del naciente Capitalismo en Europa, el proteccionismo ha sido el arma más eficaz para obstruir la competencia —lo cual, por ejemplo, incitaría los conocidos ataques del liberal Frédéric Bastiat. Mediante el control de las fronteras y las aduanas, los Estados ponen diversas trabas a la entrada al país de los productos extranjeros, que podrían competir con los nacionales. Una política que se supone es utilizada para “proteger” los intereses de la Nación, lo único que hace es perjudicar a los consumidores, que se ven privados de adquirir productos importados a más bajos precios, consolidando el poder económico de los productores nacionales.

Otra de las intervenciones más comunes en el mercado, es el de la protección de la competencia que otorga el Estado a ciertos productores innovadores, las llamadas “patentes”. Si recurrimos a nuestro ejemplo del origen de la competencia, vemos que el primer productor de x que se erige como monopolista, mediante esta legislación se vería protegido de la acción de sus competidores. Quien quiera ponerse a producir x, sin permiso de nuestro monopolista, se le impondrá un castigo que decidirá el gobierno. Esta política es una de las formas más comunes de intervención, porque permite que un monopolio que en un contexto de libre mercado se desvanecería por la competencia, se convierta en un monopolio permanente y legalizado —con la consecuente “explotación de los consumidores” que nombramos.

A medida que vamos avanzando desde las intervenciones más extendidas y utilizadas hacia nuestros tiempos, notamos que las condiciones monopólicas y oligopólicas del mercado no han sido producto de la libre acción de la competencia. Si analizamos la historia minuciosamente, veremos que hasta los regímenes más “liberales” han cedido préstamos, han otorgado subvenciones, han privatizado, han fijado precios, han obstaculizado la intromisión de los competidores, y aún hoy lo continúan haciendo —y cada vez más y con mayor legitimidad ante la población. [3]

IV

Hemos señalado ya la verdadera acción de la competencia. Ya no es posible continuar afirmando que la concentración de capitales y el monopolio es su verdadera tendencia, cuando hemos demostrado que sólo conduce a reducciones en el precio y en los beneficios. El tema de la forma de perpetuar los monopolios es algo que deberá profundizarse más adelante.

No obstante, queda una cuestión por dilucidar: ¿cómo y por qué se ha generado tal confusión sobre un aspecto tan simple de la ciencia económica? No basta sólo asignarla a la ingenuidad y la ignorancia. Una de las causas que han contribuido a esta confusión ha sido la insistencia por parte de intelectuales liberales conservadores de que las condiciones monopólicas del mercado se debían verdaderamente a la acción natural y libre de la competencia, y que todo ello quedaba justificado por la “mano invisible” que todo lo organizaba como debía ser. El caso de la Generación del ’80 en la Argentina es el más significativo.

Es probable que muchos socialistas se hayan dejado llevar por esta mirada superficial sobre la economía. Simplemente habían notado que estaba dominada por los monopolios, y esto sumado a la mala fe de los intelectuales a los cuales nos acabamos de referir, ha contribuido a agudizar sus ataques y su rechazo al libre mercado. Ante esta situación, el socialismo cree evidente que debe suprimirse la competencia para evitar la formación de monopolios, para lo cual es necesario socializar todos los medios de producción.

Por parte del Estado, es obvio que la creencia de que el libre mercado conduce a la concentración de capitales es la mejor excusa para tratar de equilibrar y regular las fuerzas de la economía. Si la competencia tiende al monopolio, nada mejor que la coacción para evitar que se llegue a ese punto. Lo que es más obvio todavía, es que utilizarían tal intervención para sus propios fines y para la clase que representan."


Notas

[1] Ver Qué es y qué no es el Capitalismo.
[2] No nos referimos específicamente a la producción de un bien totalmente novedoso, también puede admitirse innovaciones en la calidad y matices de un producto ya existente, que le permitan dar al productor un salto sobre sus competidores.
[3] No es posible resistirse a citar el actual caso de la producción lechera, donde un control del precio por parte del gobierno ha desatado el conflicto con los productores, que exigen la liberación del precio a las negociaciones entre tamberos y empresarios. Quien no vea en esto un intento de “cartelización” de la economía por parte del gobierno, no está en condiciones de evaluar el más mínimo fenómeno económico. Ver aquí.
 

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