Carlos Rodríguez Braun sobre los pagos y los costes de las cuentas, y los precios y costes políticos al respecto de las negociaciones europeas y el problema de Grecia.
Artículo de Expansión:
Incontables veces hemos pedido la cuenta, pero no es frecuente que lo consideremos como el gesto característico del mercado: hemos consumido lo que voluntariamente hemos pedido, y tenemos la responsabilidad de desembolsar una suma conocida y aceptada. En cambio, una de las diferencias abismales entre la política y la sociedad es que en la primera no hay manera de aclararse con la cuenta: el que come, es decir, la autoridad, no paga, y el que paga, es decir, el ciudadano, lo hace siempre a la fuerza, y nunca sabe cuánto paga, ni cómo, ni por qué.
Una nueva demostración de este peculiar juego de costes y pagos, típico de la política, ha tenido lugar en las últimas horas a propósito del nuevo rescate griego. Otra de las distinciones entre Estado y mercado es la retribución del engaño. Usted puede hacer trampas en un mercado, pero si la gente se entera, y tarde o temprano siempre lo hace, tendrá dificultades para volver a hacer negocios allí. En la política no es así, y puede usted mentir y volver a presentarse a las elecciones sin recibir un castigo similar al que padecería en el mundo de la empresa.
La corrección política insiste en sospechar de la publicidad, como si los empresarios se dedicaran sistemáticamente a estafar, cuando la mendacidad es, en cambio, moneda corriente allí donde no hay empresarios sino políticos. Vamos, que puede usted ser como Tsipras, convocar un referéndum en contra de las condiciones de un rescate, ganarlo, y después “negociar” como si lo hubiera perdido, aceptando buena parte de dichas condiciones.
Ahora bien, esto no significa que los gobiernos no paguen nada: pagan precios políticos, y procuran pagar lo menos posible, y que los demás gobiernos paguen lo más posible.
Desenlaces radicales
Ésa es la explicación del lío de estas negociaciones europeas: todos quieren minimizar el coste político, pero como eso requiere forzar mayores costes sobre otras partes, que, lógicamente, se resisten, se llega a una situación de parálisis que incluso puede contemplar desenlaces radicales, como la salida de Grecia del euro, aunque sea temporal, algo que traslada los costes políticos hacia Atenas, que afrontará la deslegitimación que representa el corralito y sus efectos sobre la actividad económica: de ahí la desesperación de Tsipras y los suyos en convencer a los griegos de que todo lo malo que sufren es por culpa de otros, en especial de los pérfidos alemanes.
Con toda la incertidumbre que entrañan estos procesos a varias bandas, conviene no descartar el escenario que hemos visto reiteradamente en el pasado: una solución en el último minuto, donde los costes políticos se repartan pero donde también, porque “todos ceden”, haya beneficios políticos: se salva Europa, etc.
La solución no sería la definitiva, pero se patearía el balón nuevamente hacia adelante, hacia un futuro que podrá parecer cercano, pero no para los políticos. Y la cuenta económica, en fin, ya sabemos a cargo de quiénes correrá.
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