viernes, 3 de julio de 2015

Por qué las flotillas van a Gaza y no a Siria

Jonathan S. Tobin analiza la finalidad de la última flotilla a Gaza y la enorme hipocresía de dicha iniciativa, que nada tiene de humanitaria, por descontado. 

Artículo de El Med.io:
 
El último acto publicitario de los activistas propalestinos concluyó sin que se produjeran daños cuando la Marina israelí interceptó un barco frente a las costas de Gaza. El navío pretendía romper el bloqueo de la Franja para llamar la atención sobre la que, según sus pasajeros, es una crisis humanitaria. Pero, al igual que sucedió con las anteriores flotillas enviadas a Gaza, la iniciativa tenía poco que ver con el sufrimiento de los gazatíes y todo con la guerra que lleva librándose desde hace mucho para acabar con la existencia de Israel. Es más, la constante atención sobre Gaza de quienes se denominan “defensores de los derechos humanos” mientras en Siria tiene lugar una verdadera catástrofe humanitaria sin que haya una verdadera respuesta por parte de la comunidad internacional nos dice cuanto necesitamos saber acerca de la hipocresía de quienes atacan a Israel.
 
El hecho de que fuera el primer ministro Netanyahu quien señalara el hecho de que las flotillas no se dirigen a Siria no hace menos válido este argumento. Cientos de sirios han sido asesinados por el régimen de Asad, respaldado por Irán y por los terroristas de Hezbolá, y otros están muriendo a manos de sus aliados tácitos del Estado Islámico. La masacre ha causado millones de refugiados, que viven en la miseria en el país o en campamentos de la vecina Jordania.
 
Pero, como bien sabe Netanyahu, no habrá una flotilla de activistas pacifistas que vaya a Siria a llevar ayuda a la gente que verdaderamente la necesita. Tampoco quienes iban a bordo del Marianne, de bandera sueca y desviado por los israelíes, se habían perdido mientras se dirigían a ayudar a aquellos que realmente lo necesitan, sino que iban a tratar de ayudar al Gobierno de Hamás, justamente aislado por la comunidad internacional desde el sangriento golpe de Estado de 2007, en el que el grupo islamista se hizo con el poder.
 
Aunque la situación en Gaza no es agradable, la popular idea de que allí hay una crisis no es más que un mito, porque no hay escasez de alimentos ni de medicinas, ya que Israel permite que diariamente entren convoyes que transportan dichos suministros, incluso cuando Hamás dispara cohetes sobre ciudades y pueblos del Estado de Israel, al otro lado de la frontera. Es cierto que hay escasez de materiales de construcción. Dada la escala de la destrucción causada por la guerra contra Israel que Hamás inició el año pasado, eso supone un problema. Pero el motivo por el que ese tipo de material no puede entrar sin restricciones en la Franja quedó de manifiesto una vez más cuando Hamás mostró el pasado domingo en Iranian TV un nuevo túnel que, según afirma, llega hasta Israel. La mayor parte del cemento que llega a Gaza es empleado en túneles terroristas como éste, para construir elaboradas fortificaciones que permitan al grupo islamista palestino proteger su arsenal, o para otras estructuras destinadas a dificultar a Israel impedir que los cohetes lanzados contra sus civiles los alcancen.
 
Si Gaza es un desastre, no es porque tanto Israel como Egipto sean conscientes de que el terrorismo de Hamás debe ser puesto en cuarentena, sino porque la comunidad internacional se ha quedado de brazos cruzados mientras el movimiento islamista convertía la sobrepoblada Franja en un Estado terrorista que cree que tiene derecho a librar su guerra contra Israel por todos los medios que estime necesarios. Hamás comete actos de guerra no sólo con sus atentados, también al emplear a los habitantes de Gaza como escudos humanos, tras los que se ocultan sus asesinos y sus arsenales.
 
Quienes quieran ayudar a los gazatíes deberían pensar en formas de liberarlos del despótico control de Hamás, que ejecuta a sus enemigos sin piedad y reprime cualquier tipo de libertad de expresión mientras impone sus ideas islamistas a la población. El Estado palestino independiente a todos los efectos (salvo en el nombre) en el que gobierna es un experimento tiránico especialmente cruel. Pero resulta que quienes pretenden preocuparse por los palestinos creen que el verdadero villano es un Gobierno israelí que retiró todos sus soldados, colonos y asentamientos en 2005 y que lo único que pretende, en vano, es tener la frontera tranquila.
 
Los activistas, sin embargo, quieren ir a Gaza por una razón evidente que no tiene nada que ver con inquietudes humanitarias. Los árabes que están metidos en conflictos contra otros árabes no les interesan, independientemente de cuánta gente muera o del sufrimiento causado. Incluso en lo más cruento de los combates del año pasado, cuando cientos de civiles palestinos morían, por desgracia, atrapados en la lucha provocada por Hamás, el número de víctimas en Gaza era insignificante comparado con lo que estaba pasando en Siria. Pero la comunidad pro derechos humanos sólo descubre crisis cuando hay judíos implicados que se dedican a defender su Estado.
 
El doble rasero que revela este tipo de comportamiento no tiene nada que ver con hacer buenas obras en pro de la gente que sufre. No es ni más ni menos que antisemitismo, ya que considera inherentemente ilegítimo que Israel se defienda y respalda a quienes cometen atrocidades como formas de resistencia contra la presencia de judíos dentro de las fronteras de 1967, no sólo en la Margen Occidental. Quienes pretenden colaborar con los esfuerzos de Hamás por hacer la guerra a Israel y oprimir a su propio pueblo no son humanitarios. Son antisemitas.

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