Carlos Rodríguez Braun sobre las declaraciones de Begoña Gutiérrez (Podemos) y Juan Ignacio Zoido (PP) sobre prohibir la Semana Santa en Sevilla, mostrando la enorme hipocresía de unos y otros, y como dibujan su odio a la libertad de democracia.
Artículo de Expansión:
La secretaria general de Podemos en Sevilla, Begoña Gutiérrez, armó hace unos meses un considerable revuelo planteando la posible prohibición de la Semana Santa, nada menos. Su explicación estribó en que según Podemos no hay nada que no se pueda cambiar, democráticamente: “En Podemos todo lo decidimos los ciudadanos y las ciudadanas. Si se llegara a plantear esa cuestión serían ellos quienes lo decidirían”. El alcalde, Juan Ignacio Zoido, se apresuró a puntualizar: “La Semana Santa de Sevilla es una celebración popular de cinco siglos de historia y no decide sobre ella ningún político”. Tanto la explicación como la aclaración resultaron inquietantes.
La posición de la señora Gutiérrez refleja el odio a la libertad de los estatistas de toda condición, y su antigua propensión a disfrazarla con ropajes democráticos. En Podemos y en los demás partidos los ciudadanos nunca deciden todo: las decisiones las toma una reducida camarilla. Lo que sucede con la izquierda es que manipula la democracia como lo hace con la sociedad, y al final consigue imponerle al conjunto decisiones de una minoría. En ese proceso, y ahí lleva la razón doña Begoña, la izquierda no reconoce ningún derecho como inviolable.
De ahí el escalofrío que provoca la explicación de que “los ciudadanos” van a decidir si la Semana Santa sevillana se prohíbe o no. Como es evidente, la libertad estriba justamente en que ningún poder, democrático o no, pueda avasallar las instituciones. Nadie puede decidir sobre la Semana Santa. Y por eso el señor Zoido acertó en su puntualización.
¿Por qué digo, pues, que también el alcalde del PP resultó inquietante? Por dos motivos. En primer lugar, porque dijo que sobre la Semana Santa no decide ningún político. Esto es confuso, porque los enemigos de la libertad, o, como decía Hayek, los socialistas de todos los partidos, aseguran que no la violan porque quieren sino porque es necesario o porque hay lo que hipócritamente llaman “una demanda social”. Esta demanda, por supuesto, nunca es de la sociedad sino de una fracción politizada y movilizada que, políticos y legisladores mediante, acaba aplastando cualquier derecho: así consiguieron nacionalistas, socialistas y comunistas prohibir los toros en Barcelona. Un amigo de la libertad no habría dicho que prohibir la Semana Santa no lo decide ningún político, sino nadie, político o no.
En segundo lugar, don Juan Ignacio no aplica su criterio más allá de la Semana Santa. Digamos, si esa festividad es una institución de hace quinientos años, y por tanto no se toca ¿por qué sí pueden los políticos tocar la propiedad privada, que es una institución más antigua? Allí tropezaría con dificultades en su propio partido, donde le explicarían que el enorme intervencionismo que ha practicado el PP era necesario, y por ello la propiedad privada debía ceder ante otros valores democráticos, etc. No habría sido la cosa muy diferente de la de Podemos. Apenas algo menos descarada.
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