Juan Pina sobre el nuevo rescate a Grecia.
Artículo de Voz Pópuli:
O sea, que el no Grexit nos va a costar a los españoles unos diez mil millones. Se puede calcular el reparto de muchas formas, pero la más simple ya indica que cada ciudadano tendrá que darle a Alexis Tsipras alrededor de doscientos eurazos. Niños y jubilados incluidos. Un billete amarillo, vamos. Esa cantidad viene a ser el diez por ciento del salario medio mensual de nuestros conciudadanos, obligados por Rajoy y por la UE a rascarse por tercera vez el bolsillo para paliar la merecida agonía del Estado en el país de las ruinas, y sin haber recuperado ni un céntimo de lo ya prestado. Ochenta y tantos mil millones van a transferir esta vez las hormigas a las cigarras para que Atenas no cambie de alianza geopolítica, o para que su salida del euro no revele la regia desnudez de la divisa común, o para mantener el sueño inducido de una moneda y una unión política donde, si entras, ya nunca más sales; o para tratar de dulcificar y embridar el neototalitarismo en lugar de hacerle frente de una maldita vez, a las claras y con decisión. O para todo eso junto.
El mediatizadísimo Paul Krugman insiste cada día en demostrar que el premio Nobel de Economía se le puede otorgar a cualquiera, a condición de que tenga en el salón de su casa un altar con la efigie de Keynes —por si algún lector no le conoce, aclararé que John Maynard Keynes fue un conocido alquimista y prestidigitador inglés del siglo pasado—. Ahora la ha tomado Krugman con Europa entera por no respetar, a su juicio, la soberanía del pueblo griego. Lo que no han entendido ni Krugman ni los demás socialdemócratas, ni tampoco los colectivistas de derechas, es que la soberanía de uno se circunscribe al ámbito de su legítima propiedad. Y las rentas del trabajo de un taxista de Frankfurt o de un hostelero de Helsinki, o de un médico de Albacete, no forman parte de la soberanía del electorado helénico, ni puede éste, por tanto, disponer de ellas en referéndum. Tsipras ha firmado con sus socios unas condiciones que él mismo había llevado a los griegos a rechazar en las urnas. Esto tendrá los efectos internos que tenga, tanto en su país como en su partido, pero por de pronto a ti ya te va a costar doscientos euros, mira tú qué bien.
No quiero invertir doscientos euros en esa empresa en quiebra llamada Grecia. Prefiero dar por perdido lo que ya les prestó en mi nombre Rodríguez Zapatero, también sin consultarme. No entiendo por qué los griegos pueden votar sobre cómo tenemos que tratarles financieramente los demás, y en cambio nosotros no podemos votar sobre la malversación de nuestros impuestos para salvar una vez más a Grecia. Ah, que no es inversión, que es solidaridad… Pues la verdad es que, puestos a ayudar a algún socio europeo, yo preferiría destinar mis recursos a algunos países del Este de nuestro continente que, tras la terrible experiencia comunista, llevan ya muchos años haciendo todo tipo de sacrificios para incorporarse lealmente al club. Se cuentan estos países entre los más enfadados por la burda tragedia griega, y denuncian con razón que hay una doble vara de medir y que, mientras ellos se esfuerzan, a Grecia se le aplica la ley del embudo por el lado ancho.
Todo esto no estaría pasando si se hubiera dejado caer a Grecia, como algunos pedimos ya en 2010 Habría sido lo correcto, al constatarse el incumplimiento de las obligaciones asumidas por Atenas y el indigno falseamiento de las cuentas presentadas por los gobiernos griegos, ya desde el mismo momento de la incorporación al euro. Ahora ya ni siquiera se dan los riesgos que habría tenido aquel plante, porque hoy la exposición a deuda griega es mínima en el sistema bancario europeo y entre nuestros inversores, así que el problema ya no es económico sino estrictamente político. Pero el establishment eurócrata se niega a excluir al socio moroso y chanchullero, como haría cualquier otro club, y seguirá sangrándonos a todos los demás con un cuarto rescate tan pronto como sea necesario, o con un quinto o un sexto. Y eso difícilmente contendrá en las fronteras griegas el problema político: el inédito acceso de la extrema izquierda neocomunista al poder ejecutivo. ¿Es posible tanta torpeza, o es que ese establishment, en realidad, lo que quiere es otorgar a la izquierda radical carta de naturaleza en nuestro sistema? ¿Será que al estatismo extremo ya no le basta con el cauce de la socialdemocracia convencional y coquetea con otras vías más contundentes? Porque ya cabe pensar cualquier cosa. Como mínimo, la aparición de este nuevo actor en el mapa político continental produce el efecto de hacer pasar por moderados a los demás estatistas, dando alas a sus proyectos de reducción de la libertad personal y de la económica. A ver si va a ser eso lo que se busca: no la supervivencia de Grecia sino la de una izquierda radical que convendría a ese plan. A ver si es para eso para lo que te van a quitar ahora doscientos euros más.
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