miércoles, 28 de marzo de 2018

El gran negocio del “progresismo”

Javier Benegas analiza el gran negocio del "progresismo", que abarca cada vez más toda la sociedad civil y desde luego todo el espectro político. 
Artículo de Disidentia:
Hacía falta que transcurrieran unas pocas semanas para certificar lo que todos sospechábamos: la delirante huelga feminista del pasado 8 de marzo fue una iniciativa de Podemos, a la que se sumaron con entusiasmo, aun con falsos matices, los progresistas de todos los partidos. Así lo reconocen los propios interesados. Y además se felicitan por haberse sumado a esta operación de agitación, que no buscaba defender a las mujeres sino socavar la confianza mutua y debilitar a la sociedad.
En realidad, las constantes algaradas de la izquierda radical no tendrían ninguna repercusión si no fuera porque la otra izquierda, la falsamente moderada, las amplifica y usa como palanca para, poco a poco, imponer sus propias ingenierías sociales en detrimento de la libertad individual.

Progresismo y bochorno colectivo

Así, gracias a la inestimable cooperación de los presuntos moderados, lo que debía haber sido un día de celebración por los grandes avances conseguidos en unas pocas décadas, se convirtió en un bochorno colectivo. Una demonización falaz y politizada de la sociedad española. Un montaje mediático al servicio, sobre todo, de un progresismo en apariencia moderado y piadoso que resulta mucho más peligroso que esa izquierda anticapitalista convertida en el tonto útil del establishment.
Bochorno es lo que sentía cualquier persona sensata al contemplar a las políticas de Ciudadanos reclamando su sitio en la manifestación del pasado día 8. Y justicia poética, observar como el feminismo de cuarta generación ejercía su totalitario derecho de admisión no ya frente a los odiosos varones, sino contra aquellas paracaidistas reconvertidas a la causa en su afán de recolectar simpatías y votos.
El gran negocio del “progresismo”

Causas sociales bajo demanda

Era fácil sentir indignación al ver a determinadas mujeres, que han fregado menos platos y cambiado muchos menos pañales que la gran mayoría de padres varones de hoy, sumándose al aquelarre, dispuestas a utilizar este movimiento de segregación como su nuevo ascensor social particular. Alguna con la mirada puesta en la prebenda: una futura secretaría de estado o quizá una cartera ministerial cuando la operación Ciudadanos por fin se consume, tal y como está previsto, en las próximas elecciones generales.
¿Acaso realmente era una demanda social la huelga feminista del 8 de marzo? Evidentemente no, en absoluto: era una demanda artificial hecha de encargo, un espejismo inducido por minorías muy bien organizadas, apoyadas desde el Poder mediante el uso abusivo de los medios de información. Una coalición de intereses de libro.
¡Oh, sí! Según una encuesta del diario El País, más del 82% de los españoles “cree que hay motivos para la huelga”. Si hicieran una encuesta con el mismo grado de manipulación, el 82% de los españoles también “creería que hay motivos” para prohibir por ley que se cante en la ducha. Y si esa prohibición proporcionara suculentos beneficios, tengan por seguro que tarde o temprano se haría realidad.

El mito del progresismo moderado

Cada vez que la izquierda radical toma la calle, suele ser habitual aducir que España lo que necesita es que la otra, la aparentemente moderada, ocupe de una vez por todas su lugar. Que lo que necesitamos es una izquierda homologable a la de los países desarrollados. Como si la izquierda sueca o noruega, incluso la norteamericana —por citar solo algunas de las muchas criaturas enemigas de la libertad— fueran menos peligrosas, cuando en realidad lo son bastante más.
De hecho, es en estas últimas en las que se fijan nuestros inefables polítólogos, expertos y burócratas, sabedores de que la mejor forma de someter a la sociedad no es mediante algaradas o actos pretendidamente revolucionarios, sino aplicando un proceso de reformas incrementales que, de manera taimada, lenta pero segura se apropie de todos los espacios privados.
El gran negocio del “progresismo”

Progresismo y establishment: un matrimonio de conveniencia

Se trata de un proceso que ahora venden al público como regeneración política, pero que en realidad lo que promete es ingeniería social a discreción… en beneficio de la industria del Estado de Bienestar, pero, sobre todo, de un establishment acostumbrado a invertir en aquellos partidos que le aseguran a futuro sus mercados cautivos. Porque tengan por seguro que a los prohombres que manejan los dineros les preocupa muy poco lo que suceda con la sociedad española, lo que cuenta para ellos es seguir controlando la economía. Que España transite al modelo chino o sueco les importa una higa.
Es por esta razón que la izquierda moderada tiene a su disposición, de una forma u otra, prácticamente todos los medios de información, que son en última instancia los que generan esa burbuja política tan alejada del sentir mayoritario de la sociedad. Medios que, para ratificar lo dicho en el párrafo anterior, viven de la “generosidad” del establishment; no del mercado.

El fin no justifica los medios

Para confundir a los incautos, lo único que faltaba era que la izquierda se apropiara del término “liberal”. Y esto ya ha sucedido. Es más, hay quien se atreve a afirmar que los Smith, los Hayek o los Berlin del siglo XXI reclamarían unas políticas sociales tan amplias como las de los países del centro y norte de Europa.
Pero no es cierto, en absoluto. Y para que no haya ninguna duda, esto es lo que escribía Hayek en Camino de servidumbre
“El principio de que el fin justifica los medios se considera en la ética individualista como la negación de toda moral social. En la ética colectivista se convierte necesariamente en la norma suprema; no hay, literalmente, nada que el colectivista consecuente no tenga que estar dispuesto a hacer si sirve «al bien del conjunto», porque el «bien del conjunto» es el único criterio, para él, de lo que debe hacerse.”

Es más, nunca los Smith, los Hayek o los Berlin renunciarían a la ética de la responsabilidad en favor de la ética de la compasión, ni en este siglo ni en el próximo. Y es que no ya el liberal, sino cualquier persona sensata sabe que detrás de la falsa piedad lo que está es el “totalitarismo blando” descrito por Aldous Huxley en Un mundo feliz.

El progresismo y el BOE

Para comprobarlo basta precisamente una prospección de la Suecia actual, donde la sociedad civil ha sido reemplaza por el Estado y por organizaciones paraestatales. Y donde abundantes partes de su legislación no pasarían el filtro del Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH)… si algún temerario sueco tuviera el valor de denunciarlo para, a renglón seguido, asumir su muerte social.
En realidad, es la promesa de ese mayor control social lo que sirve para aglutinar los intereses de mercantilistas y progresistas, de negocios dependientes del BOE y expertos que buscan colocarse en el sistema, no cambiarlo. Es así como el falso capitalismo y el falso altruismo imponen su ley de hierro. En definitiva, no es el empirismo lo que anima a emular los modelos nórdicos—siempre lo peor y nunca aquellas partes aprovechables—, es el conflicto de intereses de los agentes implicados.
Lamentablemente, decir lo que es obvio hoy en día le sitúa a uno automáticamente en la marginalidad. Y es que para hacerse acreedor al calificativo de reaccionario basta con anteponer la libertad al beatífico control social de ese progresismo moderado que entre sus mayores aliados tiene al mismísimo establishment. Sí, ese establishment que hasta ayer aseguraba en privado que el secesionismo no era un problema, porque Artur Mas era un tipo sensato y de fiar.

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