martes, 27 de marzo de 2018

Europa busca parasitar a Google, Apple, Facebook y Amazon

Juan Rallo analiza el intento de parasitar por parte de Europa a las grandes compañías tecnológicas, los dos errores de su justificación y el mensaje que lanza Europa a los inversores (y que es bien explicativo de por qué Europa está cada vez más retrasada en ciertas cuestiones básicas para la innovación, el desarrollo y la productividad). 


Artículo de su página personal: 
Europa busca parasitar a Google, Apple, Facebook y Amazon
Apple, Amazon, Facebook o Google tributan muy poco en España: en 2016, estas compañías que obtuvieron ganancias globales superiores a los 100.000 millones de dólares apenas desembolsaron 26,9 millones de euros en el Fisco español. Lo mismo sucedió en otros países europeos, los cuales apenas fueron capaces de apropiarse de los beneficios de tales compañías. En contra de lo que podría pensarse —y de lo que demasiados demagogos sostienen—, no es que estas empresas no pagan impuestos en ninguna parte (en 2016, Amazon abonó 1.395 millones de dólares en impuestos; Facebook, 2.301; Google, 4.672; y Apple, 15.685 millones), sino que los pagan casi todos en EEUU.
Justamente porque los jerarcas europeos no soportan ver cómo tales sumas de dinero se les escapan de las manos, la Unión Europea parece estar ultimando un impuesto especial que grave la actividad de estas compañías tecnológicas: en particular, se ha filtrado a la prensa que ese tributo extraordinario se ubicará entre el 2% y el 6% de sus ingresos. El razonamiento que aplica la Comisión es bastante sencillo: “si los beneficios se generan aquí, entonces debe tributarse aquí”. Tal argumento, empero, es erróneo por dos razones básicas: una de forma y otra de fondo.
Por lo que respecta a la forma, penalizar fiscalmente el nivel de ingresos de cualquier compañía resulta profundamente distorsionador, dado que no vincula su obligación de pago con su capacidad de pago. A la postre, su capacidad de pago depende de sus beneficios: y los beneficios se calculan restando los gastos a los ingresos. De ahí que una firma pueda poseer ingresos positivos (viéndose obligada a pagar este impuesto) y, a su vez, padecer pérdidas. Por ejemplo, una compañía que ingrese 1.000 millones de euros anuales y gaste 2.500 millones, exhibirá unas pérdidas de 1.500 millones de euros anuales, y, pese a ello, se verá forzada a abonarle a la Comisión Europea unos impuestos de entre 20 y 60 millones de euros.
Por lo que respecta al fondo, no es verdad que Apple, Amazon, Facebook o Google desarrollen su actividad en Europa y, por tanto, deban pagar sus impuestos en el Continente. Como es sabido, estas empresas son multinacionales que operan en múltiples países a la vez, de modo que la cuestión clave reside en determinar qué porcentaje de su actividad global es desarrollada en cada uno de esos países: o dicho de otro modo, la cuestión clave consiste en determinar a qué partes de su cadena global de valor les es imputable la generación de sus beneficios totales. Y, en este apartado, la respuesta es taxativa: las grandes empresas tecnológicas estadounidenses logran la inmensa mayoría de sus beneficios merced a las actividades neurálgicas que ejecutan… en suelo estadounidense (innovación, diseño, tratamiento de datos, dirección estratégica, etc.).
Por consiguiente, es del todo improcedente cobrar impuestos en Europa por un valor no generado en Europa: de la misma manera que, si una automovilística alemana fabricara sus vehículos en Alemania y los exportara a España, la Hacienda española no pretendería cobrarle ningún impuesto sobre sus beneficios alemanes, las haciendas europeas tampoco deberían ambicionar cobrarles ningún tributo extraordinario a las tecnológicas estadounidenses por sus beneficios cosechados en suelo estadounidense.
En suma, la Unión Europea se equivoca de raíz en sus pretensiones de parasitar a algunas de las empresas más innovadoras del planeta. Y lo peor es el mensaje que, con ello, está mandando a todos los inversores y emprendedores: los políticos europeos anteponen la voracidad estatal a la creatividad empresarial y tecnológica. Luego nos preguntaremos por qué el Viejo Continente se ha convertido en un páramo para la Nueva Economía.

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