Manuel Pulido analiza la cuestión del "micromachismo", "una premisa falsa de un gran silogismo embaucador que pretende criminalizar el discurso y el comportamiento masculino, con la única finalidad de ampliar el alcance del concepto de violencia de género", y que siguen una estrategia para generar conflicto.
Artículo de Disidentia:
Según el feminismo de última ola, gestos como hacer un cumplido, dar paso a una señora en una puerta, invitar a cenar a alguien o tener la iniciativa en una relación de pareja, son formas de “micromachismo”. Según la definición más común de este término, el micromachismo “sería una forma solapada de violencia de género que incluye estrategias, gestos, cosas, actos de la vida cotidiana, casi imperceptibles pero que se perpetúan y transmiten de generación en generación”.
Serían algo así como “pequeñas tiranías, terrorismo íntimo, violencia blanda, ‘suave’ o de baja intensidad, tretas de dominación, [de] machismo invisible o [con] partícula ‘micro’, entendida como lo capilar, lo casi imperceptible, lo que está en los límites de la evidencia.”
Estas supuestas “microviolencias” serían gestos, actitudes y comportamientos cotidianos, interiorizados o justificados como naturales, que condicionan el día a día de las mujeres, que reflejarían y perpetuarían las actitudes machistas y la desigualdad de las mujeres respecto a los hombres. Como vemos, tratan de establecer un paralelismo entre violencia física o violencia psicológica, esto es, el acoso, que sí son delitos tipificados en el código penal, y estos pequeños gestos que supuestamente coincidirían en los mismos objetivos: “garantizar y perpetuar el control y la desigual distribución de derechos, tareas y oportunidades”.
Lo que significa violencia
Sin embargo, si vamos a las acepciones del adjetivo “violento”, según la Real Academia de la Lengua, el adjetivo definiría, dicho de una persona, a alguien o algo que actúa con ímpetu y fuerza, que se deja llevar por la ira. Esto es, algo propio de la persona violenta, que implica una fuerza e intensidad extraordinarias, física o moral. Es decir, no hay, no puede haber violencias sutiles, ni blandas, ni imperceptibles, ni invisibles por mucho tiempo, fuera de los límites de la evidencia.
Esto es un oxímoron o contrasentido, del mismo modo que no hay asperezas suaves, ni una calidez fresca, ni un frío abrasador, ni instantes eternos. Quizás estas contradicciones in terminis puedan ser hermosas licencias poéticas, pero en términos lógicos son la premisa falsa de un gran silogismo embaucador que pretende criminalizar el discurso y el comportamiento masculino, con la única finalidad de ampliar el alcance del concepto de violencia de género.
Desde los años noventa, teóricos del feminismo como Luis Bonino Méndez, siguiendo el freudomarxismo de M. Foucault y P. Bourdieu, inventaron el término y vienen teorizando sobre el fenómeno en los términos descritos. El objetivo principal de esta teoría, directamente reconocido por Bonino, sería que los que los varones deban “reconocer y transformar estas actitudes, grabadas firmemente en el modelo masculino”, siguiendo la tradicional autocrítica comunista; para ello las estrategias serán variadas, como el afeamiento o avergonzamiento público de las palabras o conductas que quedan fuera de esta corrección política, para desactivar la autoridad masculina cuando sea conveniente y se considere, sea cierto o no, que los hombres ejercen “prácticas de dominación y violencia masculina en la vida cotidiana”.
Una estrategia para generar conflicto
Se trata de estrategias para erosionar y eventualmente eliminar la patria potestas, generar conflicto y malestar en las familias, romper la asimetría relacional libremente elegida por los adultos y los acuerdos privados de las parejas y las familias. No debe extrañarnos que estas denuncias de micromachismos tengan muchos detractores, aún dentro del feminismo.
Cuando la situación denunciada como micromachista es inocua, hecha sin intención lesiva, lo único que genera es desconcierto y malestar, distancia y desconfianza entre sexos, un conflicto que no es provechoso para nadie. Salvo para los que viven del conflicto, claro. En suma, generar la discordia, sembrar el odio y problematizar aquello que nunca fue conflictivo por estas cuestiones, quizás con el fin probable de querer acabar con la familia y aislar al individuo, a merced del Estado y sus burócratas como única red de apoyo entonces.
Parafraseando a Manuel Azaña por aquello de que España había dejado ser católica en 1931, hoy podemos decir sin miedo a equivocarnos que España ha dejado de ser machista en 2018. Por fortuna, un estudio del Georgetown Institute for Women, Peace and Securityy el Peace Research Institute of Oslo estableció que, en términos de justicia, inclusión y seguridad, España es el quinto mejor lugar del mundo para nacer mujer hoy día. Solo Islandia, Noruega, Suiza y Eslovenia estarían por delante. Quitando situaciones, cada vez más minoritarias y anecdóticas, no tiene ningún sentido hablar hoy día de machismo, ni grande, ni pequeño, en España.
Casi me atrevería a decir que el hecho de que los feministas se preocupen por los micromachismos es una buena noticia. Quiere decir que, por fortuna, en una sociedad como la española, al igual que en el resto de sociedades que se preocupan de esta cuestión, las discriminaciones sexuales han sido, en buena medida, superadas.
Las feministas de países como Irán, Arabia Saudí, Afganistán, Pakistán o Sudán, por desgracia, tienen que seguir preocupándose de “macromachismos” como que las cubran con una manta como si fueran un fantasma o les mutilen los genitales con una cuchilla oxidada. Ni siquiera en los países de Hispanoamérica este es un tema que esté muy presente en la agenda informativa dada la gran cantidad de casos de femicidios (o feminicidios, según M. Lagarde) que aún registran algunos de ellos.
El feminismo, muy en concreto el misándrico y anticapitalista, necesita seguir alimentándose de estos pequeños agravios para seguir vivo en las sociedades prósperas e igualitarias. De otro modo debería llamar a disolverse. El feminismo en occidente corre el riesgo de morir de éxito, pues, como le pasó al liberalismo en el siglo XX, su programa político de mínimos está sobradamente cumplido en las sociedades abiertas.
Comportamientos inadecuados también en las mujeres
Lo que sí observamos son comportamientos inadecuados o incorrectos de una persona hacia otra, sea hombre o mujer o viceversa. Los microsexismos no son actitudes exclusivas de los hombres, puesto que las mujeres también participan de esa misma desagradable práctica.
Así tenemos que oír y leer quejas contra el manspreading, o despatarre masculino en el transporte público, mientras ellas pueden ocupar tres asientos con sus bolsas de compras (shebagging); tenemos que leer las críticas contra el mansplaining, la condescendencia paternalista de los hombres hacia las mujeres, mientras que la expresión legítima de una opinión por un hombre de cierta autoridad y edad, quizás conservador, por ese mero hecho, se descalifica y ridiculiza con el término despectivo de “pollavieja”. Nadie señala que podríamos estar ante el mismo desprecio maleducado por el interlocutor, la misma invalidación del discurso o la opinión del sexo opuesto por el mero hecho de provenir de allí, el mismo odio y tono condescendiente hecho desde la ignorancia y la superioridad moral de quien quiere monopolizar la conversación y acallar al otro.
Oímos quejas por la violencia y el lenguaje intimidatorio machistas, pero tenemos que ver imágenes violentas y grotescas de mujeres vociferantes con los pechos al aire irrumpiendo en pacíficas iglesias y leer pintadas con lemas como “Machete al machote”. Es increíble como el “pollavieja”, si se acerca a una joven puede pasar a ser acusado inmediatamente de ser un viejo verde “lolitero” o “baboso”; salvo si la mujer decide prostituirse en exclusividad y vivir de su patrimonio, momento en el que pasaría a ser un codiciado sugar-daddy.
Si la vieja verde es ella, es una cougar, una “puma”, o mujer madura empoderada, mientras que él sería su toy-boy, o juguete sexual, como han llegado a decir del presidente francés Emmanuel Macron y su mujer, veinte años mayor. Mientras ellas se quejan de la objetivización del cuerpo de la mujer en la Fórmula 1 o el ciclismo, se desean buen fin de semana con fotos de torsos musculados de “macizos empotradores” (a.k.a. “buenorros”) por grupos privados de Whatsapp o Facebook.
Mientras ellos buscan en internet a las MILF, ellas buscan imágenes de los DILF (Daddies I’d like to f**ck). Mientras ellos son acusados de chulos y puteros, ellas han roto todo el juego tradicional de la seducción con la aplicación de ligue Tinder o se arrojan al adulterio compulsivo en la red social Ashley Madison. Mientras ellas se quejan del consumo de pornografía vejatoria con la mujer compran en masa novelas de porno sadomasoquista como 50 sombras de Grey. En serio, señoras, ¿de qué sexismo estamos hablando?
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