Fernando Serra analiza la actual desigualdad de géneros, y la primacía de la ideología de género en la política actual.
Artículo de Libertad Digital:
Carmelo Jordá
El concepto género es, ya se sabe, fundamental en el feminismo radical, el único movimiento habido a favor de la mujer según la preclara mente de la vicepresidenta Carmen Calvo, aunque, eso sí, totalmente hegemónico hoy. El otro puntal es el patriarcado, pero resulta indudable que el significado género es mucho más fructífero para las disparatadas disquisiciones de las ideólogas del feminismo. Aunque a las teóricas de este movimiento no les gusta hablar de ideología de género, lo cierto es que esta definición les viene como anillo al dedo. Uno de sus mentores, Louis Althusser, consideraba que las ideologías establecen una relación imaginaria con la realidad, que representan meras ilusiones y quimeras. Cometió sin embargo este estudioso de Marx un grave delito de violencia de género cuando en 1980 estranguló a su mujer, Helene. Grave pero no imperdonable. Gracias a la intervención del presidente François Mitterrand y de la izquierda francesa, el juez archivó la causa por homicidio y el filósofo fue internado en un hospital psiquiátrico.
El concepto de género anterior al feminismo radical y definido como la conciencia individual que de sí mismo se tiene fue útil para estudios de conductas sexuales desde el punto de vista psicológico y evolutivo. Sin embargo, las feministas le otorgan un significado ideológico, y fue Simone de Beauvoir la responsable cuando dijo, sin utilizar tal término: "La mujer no nace, llega a serlo". Las feministas estadounidenses de los años setenta interpretan esta frase diciendo que la mujer es y ha sido a lo largo de la historia una construcción cultural definida por el varón opresor en todas sus vertientes, como madre, esposa, amante, hija o hermana. El corolario es entonces que la principal tarea de la mujer es deconstruir lo que la cultura dominante ha edificado y conquistar desde sus propios criterios su verdadera esencia, su identidad de género.
Por otra parte, Michel Foucault, más inspirador para las feministas que Althusser, viene a decir que la Historia ha creado instituciones de poder para controlar a los individuos, siendo la sexualidad una de ellas. De esta premisa Kate Millet deduce en Política sexual que el género debe quedar desligado del sexo biológico. Es decir, poco importa que se nazca varón o hembra, lo primordial es que la mujer renuncie a su feminidad (al amor romántico, a la maternidad y por supuesto al matrimonio) y encuentre nuevas identidades de género liberadoras.
A partir de entonces se produce una carrera de despropósitos a cual mayor. Monique Wittig considera que la heterosexualidad masculina representa a la clase explotadora y la femenina colabora con los opresores asumiendo los roles de la feminidad. Ambas heterosexualidades son en suma igualmente despreciables y representan un régimen político de explotación que ella califica de "heterosexualidad obligatoria". A las mujeres solo les cabe convertirse en fugitivas e intentar escapar de su clase "como hacen las lesbianas".
Con la misma facilidad para construir falacias con razonamientos circulares que comienzan asegurando lo que se desea finalmente defender, Judith Butler va más allá con la llamada teoría queer. Como los géneros –viene a decir– son construcciones sociales que varían con el tiempo y con cada cultura, todas las identidades (la heterosexual por supuesto, pero también la homosexual, la bisexual, la transexual y las que se quieran añadir) son impuestas por la clase dominante. En consecuencia, la orientación sexual es ficticia y limitadora porque el ser humano es gracias a sus actos, fantasías o deseos, más diverso y libre que cualquier género. Es el llamado género fluido, esto es, personas que no se identifican con un solo género y cambian de identidad con frecuencia para disfrutar más plenamente de su sexualidad.
Careciendo de toda argumentación científica, al menos todo este galimatías de los géneros, difícil de seguir e imposible de comprender, tendría algún sentido lógico si tuviera alguna consecuencia práctica o política sobre un grupo social numéricamente importante. Todos los géneros definidos y por definir se pueden agrupar en dos. Por un lado estarían las personas cisgénero (también llamadas "cisexuales" o simplemente "heterosexuales"), que son aquellas en las que, siendo varones o mujeres, su sexo biológico coincide con su identidad de género y manifiestan un deseo sexual hacia el otro sexo. O sea, se trata de individuos normales (en el sentido de "habitual u ordinario", segunda acepción que la RAE da a este vocablo), que nacen biológica y genéticamente como niños o niñas, que siendo mayores se muestran satisfechos como hombres o mujeres y que además se sienten atraídos por el sexo opuesto. Lo contrario a cisgénero sería transgénero, que hace referencia a las personas cuyas identidades de género son diferentes al sexo biológico con el que nacen o se les asigna al nacer.
Lógicamente, hay que ser muy prudente con las investigaciones sobre cifras o porcentajes de población transgénero, y más se complica el cálculo cuando no existen límites precisos sobre la variedad de conductas atribuidas a cada género. Dentro de los transgéneros, los intersexuales (personas con alteraciones biológicas en cromosomas, gónadas, hormonas u órganos sexuales) tienen una incidencia en la población del 1%, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Uno de los estudios más exhaustivo sobre los transgéneros sin este tipo de alteraciones es el realizado en 2011 por The Williams Institute y estima que en EEUU el 3,5% de los adultos se identifican con el colectivo LGTB, siendo mayoría los bisexuales, con un 1,8%, mientras el 1,7% se declara lesbiana o gay.
En suma, alrededor de un 5% de la población decide libremente identificarse con los géneros que el colectivo LGTB dice representar o padece alteraciones genéticas reconocidas por la OMS. Las personas pertenecientes a estos grupos merecen todos los respetos y ayudas en caso de extrema desprotección, pero no deja de ser un tanto extraño que, siendo tan reducido su número, sean tan generosamente subvencionadas por los poderes públicos, amparadas por casi todos los partidos políticos, protegidas por la prensa y soberanas a la hora de tomar las calles en sus días festivos. Sin embargo, el 95% restante no tiene privilegio alguno, y una exigua ayuda a la hora de cumplir su principal función social: la procreación con un índice de natalidad suficiente. Desde una visión antropológica y evolutiva, los heterosexuales han sido y serán los protagonistas del principal éxito de la especie humana: asegurar su supervivencia. Posiblemente la mayor necedad del feminismo radical es que denigra a este colectivo y confía en que el 5% restante sea la vanguardia de la revolución pendiente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario