Jorge Vilches analiza el timo de Errejón (exPodemos, Más Madrid y ahora Más País), y su estrategia empleada y por venir.
Artículo de Voz Pópuli:
Errejón en la Asamblea de Madrid Efe
El viraje centrista del sanchismo va a dejar un hueco electoral a Errejón. El motivo es que la fórmula populista de izquierdas necesita tener una socialdemocracia a un lado, y al otro ese extremismo dogmático que encarna Iglesias. En esta circunstancia, y teniendo en cuenta que ahora, ya, por fin, el errejonismo se va desplegar de forma autónoma, veremos la puesta en práctica pura de un modelo teórico. Lo bueno es que será predecible, y en política como en meteorología, lo que se puede predecir se afronta mejor.
Hasta ahora Errejón se había visto lastrado por el caudillismo de Iglesias y por Izquierda Unida, una fórmula del pasado con un techo electoral muy bajo. El comunismo no vende lo suficiente como para ganar unas elecciones, ni permite tener un discurso que parezca nuevo. Tampoco su pasado es para sentirse orgulloso, ni sus cuadros son la élite del país. No hace falta más que ver a los comunistas que han acompañado a Echenique en el simulacro de negociaciones con Calvo, Lastra y Montero.
Marketing y purgas
La baza del errejonismo -un término exagerado para lo que es un plagio básico de las ideas de Chantal Mouffe- es definir el momento. En su día, en 2014, fue la crisis social generada por la económica, y la desafección hacia las instituciones, los políticos y los partidos. Construyeron en ese tiempo su “significante vacío”, ese contenedor de problemas de todo tipo que apuntaban a una única solución: la dada por Podemos.
Era el momento populista. Ya escribió entonces Errejón en Le Monde Diplomatique -tampoco ha escrito más- que había espacio para una “solución populista de izquierdas”. Los podemitas, tirando de manual, definieron la situación, marcaron el lenguaje y obligaron a los demás a debatir sobre sus propuestas y protestas. Mucho marketing después, mediando purgas, divisiones, chalets y egos maltrechos, la fórmula fracasó.
La prensa trató bien a Errejón, como a un intelectual a pesar de que no tiene ningún libro de referencia, que es una condición básica. Tampoco le machacaron por su chavismo–“Yo soy Chávez”, escribió-, ni por la beca black -que debía haberle retirado de la política por inmoral-, ni por los dineros que recibió la Fundación en la que estuvo -unas cuentas que no se hubieran tolerado a fundaciones de la derecha-, ni por su relación con Chacón -ex ministro venezolano, hoy millonario en Viena-, ni por su transfuguismo. Y eso que Irene Montero dijo cuando su excompañero dio la espantada: "Si yo fuera Errejón, dejaría el escaño, pero de algo tiene que vivir".
Presencia nacional
Empalmó un sueldo con otro, y construyó su proyecto a la sombra de Carmena. Retirada la exalcaldesa, o casi, la organización que Errejón dará a su nuevo partido será la clásica del populismo, especialmente del boliviano -viene bien aquí recordar que su tesis doctoral versó sobre Bolivia-. El esquema organizativo será el de los movimientos sociales, sindicatos y confluencias. De hecho, ya cuenta con Compromís (Valencia), CHA (Aragón), En Marea (Galicia, y con Bescansa de cabeza de cartel) y con la simpatía de podemitas catalanes y de Adelante Andalucía. El conjunto le depara una presencia nacional y, luego, un seguro grupo parlamentario.
Es la lógica del partido-movimiento. Bien. Pero lo curioso será el despliegue práctico de la teoría de Chantal Mouffe adoptada por Errejón. Lo primero que ha hecho ha sido definir “el momento” por la necesidad. La prensa airea dos problemas y el errejonismo los une: la dificultad para un “gobierno de progreso” por culpa de Podemos, y la posible desmovilización electoral de la izquierda. Por eso sus acólitos salieron en tromba a decir lo mismo: “Venimos a combatir la abstención”.
Tomarán problemas sociales inconexos -la contaminación, la vivienda y la violencia machista, por ejemplo-, para darles una explicación única: este capitalismo y su democracia liberal no atienden al pueblo. Venderán que una mayor libertad pasa por aumentar la reglamentación, las prohibiciones y los controles, y que lo importante es la igualdad material. Por eso harán un discurso para reivindicar derechos “perdidos” -algo que no ha pasado- y exigir que otros lo sean, como la calefacción -que para eso inventaron el concepto de “pobreza energética”-.
A partir de ahí vendrá su “reformismo radical” para “profundizar en la democracia”, atendiendo a la “mayoría social”, y poner en marcha el viejo entrismo trotskista: el ofrecimiento de pactar con socialistas y progresistas para estar en las instituciones, en los consejos de gobierno, en los órganos de decisión, y dar un giro al régimen.
Todo esto se hará acompañar de un gran protagonismo de Errejón, que sobreactuará, y de movilizaciones “espontáneas” que visibilicen los problemas. Porque el jefe de Más Madrid entiende la política como una “tensión permanente”, la creación de conflictos, no la solución de problemas. Lo contrario es lo que Chantal Mouffe llama “pospolítica” -la búsqueda de paz a través del consenso-, y Errejón ha venido para “hacer política”. Lo hará con una falsa moderación, subiéndose las gafas con el dedo índice cada 40 palabras, porque el manual indica que las buenas formas seducen, incluso aunque se hagan propuestas arriesgadas o negativas.
Está por ver si los españoles están curados de esta “nueva política” tanto como de la tradicional, de la fiebre del regeneracionismo que no regenera, del marketing infantil, del timo, de la virtud sin fruto y del combate de egos. Quizá, ante trucos ya manoseados, la abstención alcance un récord.
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