domingo, 26 de octubre de 2014

20 falacias sobre Empresa y Política: 13) Estado y fallos del mercado

Una nueva falacia sobre empresa y política mostrada por Carlos Rodríguez Braun. En este caso, la falacia sobre la cual el Estado interviene para corregir los "fallos del mercado", exponiendo dos ejemplos.

Artículo de Expansión:
La llamada ciencia económica es principal responsable de esta preponderante fantasía contemporánea, según la cual el Estado interviene para corregir fallos del mercado. Veremos varios ejemplos de esta idea, incardinada en la teoría económica neoclásica mainstream, que puso todo el énfasis en la economía como una disciplina puramente asignativa, lo que facilitaba su manejo mediante modelos de creciente abstracción. Pero también posibilitó lo que Schumpeter llamó “el vicio ricardiano”, por el famoso economista clásico David Ricardo, que consistía en elaborar teorías alejadas de la realidad y después extraer de ellas conclusiones prácticas a ser aplicadas sobre esa realidad concreta. 
Esta técnica, que llevó a elaboraciones teóricas muy notables, privó, sin embargo, a la economía de su riqueza institucional y, a la postre, de su relevancia, aunque constituyó el principal argumento para que los economistas pudieran formular recomendaciones sobre cómo podría el Estado reparar los tremendos fallos de los que adolecía el mercado. Mencionaré sólo dos ejemplos de cómo se equivocaron, debidos ambos al mismo gran economista y premio Nobel, Ronald Coase. 
Bienes públicos 
El primero es el de los bienes públicos, aquellos cuyas características supuestamente imposibilitan su suministro por empresas privadas en el mercado. El ejemplo clásico son los faros, cuya naturaleza se creyó que obviamente exigía su provisión a cargo del Estado: parecía evidente que el análisis de la rivalidad y la exclusión incentivaría a los beneficiarios de este servicio a no pagarlo. Coase demostró que muchos faros habían sido privados, y si hoy no lo son, es porque el Estado los usurpó, no por ninguna consideración técnica que forzara su nacionalización. 
El segundo ejemplo es el de las externalidades, como el caso clásico de A. C. Pigou de la chimenea de la fábrica que arroja humo sobre un pueblo cercano. Coase, otra vez, demostró que a menudo las externalidades no son fallos del mercado sino del marco institucional, concretamente de los derechos de propiedad. 
Sin embargo, el grueso de la profesión ha ignorado estas críticas, y se acepta de manera casi universal que el mercado, sólo el mercado, tiene fallos. Lo que esto hace es situar a la empresa de entrada en una posición subordinada y a la defensiva, como si demandara de por sí que alguien intervenga para corregir esos fallos deplorables. 
Otra vez, resulta evidente que quien debe hacerlo es el Estado, a quien se entrega nuevamente el papel de protagonista, como si las empresas padecieran defectos que el Estado no sufre y, por tanto, puede remediar. Se trata, por regla general, más de invenciones y prejuicios que de otra cosa. Los fallos no son “del mercado”, sino que están ampliamente generalizados dentro y fuera de él; en verdad los padecemos todos, y las empresas habitualmente pueden resolverlos mejor y antes con libertad que con una coacción que a menudo los petrifica, impidiendo su resolución.

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