miércoles, 22 de octubre de 2014

Podemos agravaría la corrupción

Uno de los principales motivos (o incluso el único) de muchos potenciales votantes de Podemos es el hecho de la necesidad de un cambio para eliminar la corrupción presente hoy en los distintos partidos en el poder a lo largo de la geografía.

El problema de dicha argumentación es que comete un grave error y peca de infantil. Y es la creencia de que cambiando los políticos se elimina el problema, sin cambiar ni eliminar los incentivos que llevan a la corrupción.


Y es que, como Ignacio Moncada comenta en el siguiente artículo, Podemos en el poder no solo reduciría los problemas de corrupción, sino que los agravaría. "La corrupción es la consecuencia natural del poder discrecional del que disfruta el político, de su capacidad intervencionista, no de su color político ni de sus promesas pasadas. Si un gobernante o burócrata puede tomar decisiones que suponen sustanciales pérdidas o ganancias a empresarios o grupos de interés, si pueden beneficiar o perjudicar al prójimo mediante decisiones discrecionales, los incentivos actuarán para que a la larga emerja la corrupción".

Y por qué?. Pues porque Podemos pretende precisamente aumentar enormemente el poder y la dimensión del Estado (el poder de decisión del político frente al de la sociedad civil) y su poder discrecional.

Y efectivamente, no hay que ir muy lejos para encontrar claros ejemplos precisamente de este hecho, y qué mejor para ello que ir a los países que además considera modelos a seguir y a los que ha asesorado sobre políticas a llevar a cabo, como es el caso de Venezuela (que ha llevado a cabo las políticas que Podemos pretende llevar a cabo como nacionalizaciones de sectores "estratégicos", expropiaciones, control de precios, banca propia e incremento brutal de la emisión monetaria para incrementar la deuda y el gasto público para comprar voluntades, restricciones a la propiedad privada, control de los medios de comunicación, tener moneda propia con constantes devaluaciones incrementando la inflación y deteriorando el nivel de vida del ciudadano...).

Resulta, que todo este acaparamiento de poder y acorralamiento de la libertad de la sociedad civil en favor de la decisión del Estado y sus dirigentes (por supuesto, siempre es por el "bien común"), lleva a cotas de corrupción (ya no digo de miseria) difícilmente concebibles incluso (con lo que esto supone) para países como España. No por otro motivo Venezuela (el modelo a imitar) se sitúa en el puesto 160 del ranking de corrupción (creo recordar que no hay más de 180 países en dicho ranking), mientras España se sitúa en el 40.

Como muy bien dijo el célebre Lord Acton y que bien trae a colación Ignacio, "el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente".

Efectivamente es "un error fatal pensar que la solución pueda pasar por entregarles crecientes cantidades de poder".

La solución pasa precisamente por el camino contrario...

Artículo del Instituto Juan de Mariana:

"El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente".
Lord Acton.

La clase política española destila una corrupción repulsiva e insoportable. En ocasiones no nos damos cuenta, por la costumbre, de la cantidad de tiempo que ocupan en los medios de comunicación los distintos casos de corrupción. Forman parte integral de nuestras conversaciones, de nuestra actividad en redes sociales y hasta de nuestro sentido del humor. La corrupción no tiene colores. Se da tanto en Madrid como en Andalucía, en Cataluña como en la Zarzuela. El reciente caso de las tarjetas ‘black’ de la antigua Caja Madrid, rescatada con cargo al contribuyente, es un buen ejemplo de que a la hora de pillar nadie se acuerda de su color político. Igual daba que fueran populares que socialistas, comunistas que sindicalistas. Si tenían poder, tenían su tarjeta ‘black’.

La gente, con toda la razón del mundo, se siente estafada. La corrupción no es cosa de hoy, viene de antiguo. Pero en los tiempos que corren, al español que lleva años sufriendo la dureza de la crisis, empobreciéndose y sin poder trabajar, la corrupción le duele todavía más. Que una cosa es que te saqueen y otra que se rían en tu cara. Es en este caldo de cultivo en el emerge Podemos, el movimiento político encabezado por Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero. El clásico populismo revolucionario de corte latinoamericano, pero adaptado a la situación española. No en vano, sus principales dirigentes llevan muchos años curtiéndose en el populismo profesional como asesores del régimen venezolano de Chávez y Maduro. Uno de los puntos centrales de su programa y su discurso, que ha logrado esa magnética atracción de una buena parte del electorado, es precisamente la promesa de la lucha contra la corrupción. Sin embargo, cabe preguntarse si un gobierno de Podemos solucionaría el problema de corrupción del sistema político español o, por contra, terminaría agravándolo.

¿Por qué existe la corrupción? Es tentador pensar que la causa es que hemos tenido mala suerte y que da la casualidad de que los políticos que pueblan nuestros aparatos políticos son especialmente deshonestos. Bastaría con sustituir a los actuales dirigentes por otros nuevos. Ojalá. Pero lo cierto es que la corrupción no es un problema de nombres, sino de incentivos. La corrupción es la consecuencia natural del poder discrecional del que disfruta el político, de su capacidad intervencionista, no de su color político ni de sus promesas pasadas. Si un gobernante o burócrata puede tomar decisiones que suponen sustanciales pérdidas o ganancias a empresarios o grupos de interés, si pueden beneficiar o perjudicar al prójimo mediante decisiones discrecionales, los incentivos actuarán para que a la larga emerja la corrupción.

Un gobierno de Podemos agravaría el actual problema de corrupción. Lo que el partido de Pablo Iglesias propone es aumentar sin límite el poder discrecional de los políticos. Su programa incluye medidas como expropiaciones, planificación centralizada total de sectores como el de la energía, la alimentación, el transporte o el farmacéutico. Propone banca pública dirigida por cargos políticos, imposición estatal de salarios, contrataciones y despidos en empresas, o fijación de precios máximos y mínimos. Y todo ello pagado con cargo a emisiones de un banco central nacional y sin financiación externa por el anunciado impago de la deuda pública. La consecuente situación de miseria, inflación y caos que derivaría de este programa serían motivo, por supuesto, de crecientes aumentos de poder para el aparato político. No hace falta hacer uso de la imaginación para hacerse una idea del nivel de corrupción que esto provocaría. Actualmente España está en el puesto 40 en el ranking de corrupción que publica Transparency International. Venezuela, país considerado como modelo a seguir por Pablo Iglesias, está en el furgón de cola, en el puesto 160. Ahí acabaríamos de pretender copias sus políticas.

La única forma de reducir la corrupción es justo la contraria de la que propone Podemos. Hay que limitar el poder discrecional del que disfrutan políticos y burócratas, no aumentarlo. No podemos seguir pensando que la solución a la corrupción pasa por seguir deseando que los políticos no hagan uso de ese enorme poder discrecional que hemos puesto en sus manos. Y es absurdo, un error fatal, pensar que la solución pueda pasar por entregarles crecientes cantidades de poder. El poder absoluto que reclama Podemos, y que muchos parecen dispuestos a entregarle, no traerá otra cosa que una corrupción absoluta. La solución pasa por quitar de las manos de los políticos ese juguete del poder discrecional del que disfrutan, o seguirán riéndose en nuestras caras.

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