viernes, 24 de octubre de 2014

Los impuestos, contra la economía solidaria

Mónica Linares expone cuál es el mejor camino para el desarrollo económico y social, y la clave de una economía solidaria.

Lejos de la intervención, es más libertad e intercambio voluntario.


Artículo de Ahorro Tributario:

Si por solidario entendemos un sistema económico en el que cada uno de sus integrantes vive para producir servicios o productos deseados por los demás ciudadanos, y donde el mayor o menor éxito económico individual depende de la capacidad de producir mayor valor y bienestar para los demás, no cabe duda de que el capitalismo es la clave de una economía solidaria.

En todo el mundo se expresa una y otra vez un importante clamor popular por una economía al servicio de las personas, una economía capaz de generar bienestar para la mayor cantidad posible de personas y reducir la exclusión social hasta su eliminación, una economía solidaria. En una economía solidaria, cada persona cooperaría con su esfuerzo a la mejora de las condiciones de vida y trabajo de sus conciudadanos y se vería justamente retribuida en proporción al bienestar generado a los demás.

La Historia nos demuestra que hay únicamente dos formas de intentarlo. La primera, que se ha ensayado en multitud de ocasiones, es establecer un poder político que intervenga en la economía para reprimir unas actividades e incentivar otras, controlar sectores considerados como estratégicos, asumir la función empresarial en determinadas áreas, monopolizar la emisión de moneda y dictar el valor de cambio de la misma, cobrar porcentajes de impuestos que exceden con mucho de los históricos diezmos y ofrecer indiscriminadamente, con ese dinero, diversos servicios gratuitos, y controlar el comercio exterior amparándose en las fronteras nacionales. Ese camino, con ligeras variaciones y diferentes hilos argumentales, se ha emprendido desde el nacionalismo conservador y mercantilista, desde el totalitarismo de extrema derecha, desde el consenso socialdemócrata de la Europa occidental de postguerra, desde el comunismo de corte soviético, chino o albanés, desde el socialismo autogestionario a la yugoslava o al estilo tercermundista y “no alineado”, desde el autoritarismo de la España de Franco, desde el extraño híbrido peronista y desde cientos de estrategias, ángulos, puntos de vista, variaciones o versiones más. Los resultados han sido desiguales, desde el fracaso más estrepitoso hasta el logro moderado de ciertos objetivos, en un contexto histórico muy determinado y siempre dentro de la dinámica del Estado-nación compacto y económicamente semiaislado.

Hay otro camino, que pocas veces se ha puesto parcialmente en práctica y jamás se ha emprendido en su totalidad. Es el camino que elimina todos los apriorismos del primero y traslada la soberanía económica total a las personas, desde el convencimiento de que éstas, libre y espontáneamente, establecerán un orden económico más adecuado. Allí donde se ha dado mayor libertad a los individuos, éstos han respondido invariablemente construyendo economías sólidas cuyo desarrollo y bienestar colectivo ha sido mayor que el de las economías intervenidas. Si el sistema capitalista no ha alcanzado plenamente sus objetivos y como consecuencia de ello se han producido situaciones de marginalidad y desamparo, ello se ha debido fundamentalmente a que no se le ha permitido desarrollarse plenamente. El capitalismo es un caballo fuerte y va avanzando, pero tira de un carro pesadísimo llamado Estado, y un cochero incompetente que se dice ministro de economía (como si la economía necesitara un ministro) le frena constantemente con riendas como la presión fiscal, el proteccionismo o la política monetaria. Es muy injusto culpar al caballo de no ir más deprisa, es decir, culpar a la economía capitalista de no haber generado suficiente bienestar o de que éste no haya alcanzado a la práctica totalidad de la población.

¿Queremos una economía solidaria? Liberemos al capitalismo de sus ataduras. El capitalismo es el sistema solidario en el que cada persona vive de producir productos o servicios para las demás personas (el trabajo, por cierto, es un servicio más) y dependiendo del valor que genere ganará más o menos. Todos deseamos una economía solidaria, pero pocos comprenden que ésta sólo puede existir si se da una condición indispensable: una libertad económica tan plena e irrestricta como sea posible. El otro camino, el de la intervención, ni siquiera es posible en el actual estadio de creciente globalización de la economía, y en cualquier caso está tan demostrada su incapacidad que parece mentira que sigan surgiendo desde todas las ideologías voces que aún lo proponen. El ingeniero social y económico que, rodeado de sesudos expertos, “gobernaba” la economía, hace tiempo que fracasó, aunque sus aterrorizados seguidores se esfuercen en hacerle volver. Su papel no lo ha recogido nadie, sino que lo hemos recogido todos, atomizado. Hemos alcanzado nuestra mayoría de edad económica. Ahora, construyamos una sociedad global basada en el concepto solidario por excelencia e intrínseco a la naturaleza humana: el intercambio voluntario.

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