Juan R. Rallo analiza el reciente informe del progubernamental Intermón Oxfam mostrando los graves errores de su análisis, su incompresión de los procesos que llevan a la creación de riqueza y las sesgadas y erróneas conclusiones a las que llega (pues no contempla importantes variables que determinan la riqueza).
Rallo expone varios ejemplos que ponen en evidencia las conclusiones ejemplificándolo con casos de absoluto igualitarismo.
Artículo de Voz Pópuli:
Nadie negará que este titular de la organización progubernamental Intermón Oxfam no resulta llamativo e incluso indignante: las tres personas más ricas de España poseen el doble de riqueza que el 20% más pobre de ciudadanos. Es decir, tres tienen más que nueve millones. El colmo de las desigualdades que debería llevar a un fulminante aristocidio como el que la propia Intermon Oxfam reclama en su informe cuando jalea la necesidad de empoderar al pueblo para “arrebatar el 1%”.
En otras ocasiones, Oxfam ya nos demostró su profunda incomprensión de los procesos sociales de generación de riqueza y de persistencia de la pobreza. Esta vez, para no salirse del guion, vuelve a las andadas. En este artículo, trataré de explicar por qué, más allá del amarillismo inicial, el titular no debería sorprendernos en absoluto. Mi argumento básico es el siguiente: es absolutamente normal que el 20% de la población no posea apenas riqueza debido a la edad y a los sesgos existentes en la definición de riqueza; y, asimismo, es absolutamente normal que haya unas pocas personas que posean mucha riqueza en una economía global.
El 20% depauperado: la edad como determinante de la riqueza
Uno de los principales factores que determinan la acumulación de riqueza es la edad. Al comienzo de su vida laboral, la inmensa mayoría de personas no poseen ningún patrimonio simplemente porque no les ha dado tiempo a ahorrarlo y acumularlo. Diría que el siguiente ejemplo es bastante ilustrativo:
Supongamos una de las sociedades más extremadamente igualitarias que podamos imaginar: en esta sociedad se trabaja desde los 26 a los 65 años y se vive del patrimonio acumulado desde los 66 a los 85. Asumamos que el salario es el mismo para todos los trabajadores y que todos ellos ahorran un 30% del mismo, el cual logran rentabilizar cada año a una tasa media del 5,5%. Igualmente, asumimos que las herencias se destruyen una vez fallece el propietario y que la cantidad de trabajadores en cada franja de edad es la misma. Igualitarismo extremo: no hay nunca diferencias de partida y el salario es el mismo para todos los trabajadores.
Pues bien, en esta sociedad el 20% de los individuos más pobres (que serían los más jóvenes) apenas poseería el 4,9% del total de riqueza total. En cambio, el 1% más rico poseería el 3,2% y el 10% más rico, el 28,8% (el 10% de la población poseería casi seis veces más riqueza que el 20% más pobre).
Es decir, en la sociedad más igualitaria que nos podamos imaginar, el 20% de individuos más pobres apenas poseería nada (lo irían adquiriendo conforme envejecieran y capitalizaran su patrimonio).
Hoy en día, de hecho, en las sociedades nórdicas —con un, para muchos, igualitarismo ejemplar—, el 50% de la población (no ya el 20%) apenas posee el 10% de la riqueza, mientras que el 1% más rico posee el 20% (según recoge Thomas Piketty). Atendiendo a estas cifras, que en España el 1% de la población posea más que el 70%, según denuncia Oxfam, parece mucho menos escandaloso. A pesar de que nos intente convencer de que estamos ante cifras de un país subdesarrollado, no lo son.
El 20% depauperado: los activos ocultos
Por supuesto, la otra parte de la explicación de por qué el 20% más pobre no tiene ningún tipo de riqueza cabe hallarla en dos esenciales sesgos que contienen las mediciones habituales de riqueza. La primera es excluir del cómputo de riqueza el capital humano; la segunda, excluir asimismo el derecho a la percepción de prestaciones del Estado.
Comencemos por el capital humano: cuando en el punto anterior hemos afirmado que los jóvenes carecen de activos, la afirmación no era del todo correcta. Los jóvenes poseen un activo clave que es su formación, esto es, el capital humano. El capital humano es un activo a todos los efectos salvo en que no es directamente transferible (la marca de Apple también sería muy difícilmente transferible a una compañía distinta de Apple y no por eso dudamos de que sea uno de sus principales activos actuales): es una inversión que requiere tiempo y que proporciona rentabilidad en forma de sobresueldos por encima del personal no cualificado. Y, sin embargo, el capital humano no figura en los cómputos más extendidos de riqueza (que sólo incluyen la tierra, los inmuebles y la riqueza financiera). Dicho de otra manera, sobre las estadísticas, un trabajador parado con apenas 10.000 euros en la cuenta corriente es más rico que un recién licenciado por el MIT con matricula de honor.
La no inclusión del capital humano sesga notablemente la distribución de la riqueza en una dirección desigualitaria, ya que los jóvenes son quienes más y mejor capital humano tienen y quienes menor riqueza financiera y real poseen. En el caso de EEUU, por ejemplo, el capital humano representa en torno al 40% de toda la riqueza nacional y su inclusión en las estadísticas de riqueza haría que la riqueza nacional en manos del top 1% cayera del 33% al 22%.
El segundo activo oculto que no figura en las estadísticas son las prestaciones del Estado. En nuestras sociedades, el Estado nos arrebata mes a mes una ingente cantidad de nuestro salario (alrededor del 40% para el trabajador típico) para financiar su funcionamiento, dentro del cual se incluye la prestación de determinados servicios como la sanidad o las pensiones. Los españoles disfrutan del derecho a recibir, sin contraprestación económica adicional, pensiones y servicios sanitarios del Estado: ese derecho posee un valor económico (el valor actual de las rentas y servicios pagaderos en el futuro) que no figura en las estadísticas de riqueza (pese a que es riqueza personal: el derecho a percibir rentas futuras). En cambio, si la sanidad o las pensiones fueran privadas, dado que los ciudadanos deberían destinar parte de sus rentas a contratar un plan privado de pensiones y auténticos seguros sanitarios, esos activos sí integrarían las estadísticas de riqueza. Basta con preguntarse lo siguiente: ¿quién es más rico: un pensionista medio español sin ningún ahorro o un pensionista con 20.000 euros de ahorros en un país donde la sanidad y las pensiones sean privadas? Según las estadísticas de riqueza que empleamos, el segundo.
Nuevamente, la no inclusión de los derechos a recibir prestaciones del Estado sesga las estadísticas de riqueza. Un recién jubilado en España posee, por ejemplo, el derecho a recibir anualmente una pensión media de casi 1.000 euros mensuales así como tratamientos sanitarios con un coste anual media de 3.500 euros: prestaciones que descontándolas a presente para una esperanza de vida de 20 años arrojan un valor actual de 235.000 euros. Es decir, de media los recién jubilados en España poseen un patrimonio de 235.000 euros (derecho a pensiones y tratamientos sanitarios futuros) que no figura en las estadísticas de distribución de la riqueza. Si extendiéramos el cálculo al resto de personas mayores de 65 años, obtendríamos que estamos dejando fuera del cómputo al menos un billón de euros de riqueza, esto es, el 15% de la riqueza total.
Por tanto, si en las economías modernas estamos dejando de contabilizar entre el 35% y el 55% de la riqueza total de los individuos, que además se halla predominantemente en manos de las clases bajas y medias, ¿cómo pretendemos que estas clases medias y bajas no aparezcan como artificialmente pobres?
Los superricos
Ya hemos explicado por qué el 20% de los individuos de un país apenas posee patrimonio: la clase de activos que miden las estadísticas al uso tienden a acumularse con la edad; y los activos que, en cambio, sí poseen los jóvenes (capital humano, en esencia) o que en todo caso poseen los ciudadanos pobres (prestaciones del Estado) no aparecen en las estadísticas. Pero nos queda por explicar por qué resulta tramposo utilizar como medida de la desigualdad la riqueza de los superricos.
Imaginemos dos tipos de sociedades con 1.000.000 habitantes cada una: en la sociedad A, todos los individuos poseen una riqueza media de 50.000 euros salvo uno de ellos que posee una riquza de 50.000 millones de euros gracias a que ha creado una compañía multinacional; en la sociedad B, la mitad de los individuos posee un patrimonio de 5.000 euros y la otra mitad uno de 195.000 euros. ¿Qué sociedad es más desigualitaria en términos de riqueza? A mi entender la sociedad B, no sólo porque si aplicáramos el criterio rawlsiano del maximin (maximicemos la riqueza de los que menos tienen), todos escogeríamos vivir en A, sino porque el individuo superrico de la sociedad A es claramente un outlier. Sin embargo, cualquier podría decir que un solo individuo de la sociedad A posee más riqueza que todos los demás individuos juntos, mientras que un solo individuo de la sociedad B ni siquiera posee más riqueza que el 0,004% más pobre de esa sociedad.
Nuestras economías modernas se caracterizan por la ultracompejidad de los procesos productivos: es lo que Nassim Taleb denomina Extremistán. Eso significa que aquellos pocos individuos que son capaces de elucubrar proyectos empresariales ultraexitosos se vuelven archimillonarios (aunque sólo durante el tiempo en que esos proyectos empresariales sigan siendo ultraexitosos: seguir siendo muy rico en el dinámico mercado actual es complicadísimo). Por eso, en nuestras economías siempre habrá algunos individuos que, durante algunos años, se ubicarán al final de la cola de la distribución de riqueza (y que ni siquiera tienen por qué ser siempre los mismos). Tomar esos casos sueltos de éxito y compararlos con el resto de la sociedad es hacer trampas.
En España, por ejemplo, el hombre más rico es Amancio Ortega, con un patrimonio estimado de unos 50.000 millones de euros. Amancio Ortega no se ha enriquecido arrebatando a los españoles parte de su riqueza, sino proporcionando bienes y servicios valiosos para todos los habitantes del planeta. No se trata de que hubiera una “riqueza natural” en España que Amancio Ortega se haya quedado para él en exclusiva y a costa del resto: es que Amancio Ortega ha creado una de las mayores y mejores empresas del mundo donde antes no había nada. Su patrimonio deriva esencialmente de ser propietario de Inditex. Punto. ¿Serían los españoles más ricos si no existiera Amancio Ortega? No: serían más pobres. ¿Pueden los españoles apropiarse ahora de parte de la riqueza de Amancio Ortega? Solo nacionalizando Inditex. ¿Qué derecho tienen los españoles que no crearon Inditex y que no invirtieron en ella cuando estaba comenzando a operar a quedarse ahora con la empresa (quienes confiaron e invirtieron en ella ya han obtenido notabilísimas plusvalías)? Ninguno.
En suma, comparar la riqueza (truncada a la baja) del 20% más pobre de la sociedad con los outliers dentro del 1% más rico de la sociedad es buscar un titular escandaloso y sesgado. Lo que nos tiene que preocupar no es si la riqueza está bien “distribuida” (qué porcentaje tiene cada uno), sino si tiene un origen justo (si se ha adquirido/creado ese porcentaje justamente): en ese sentido, distribuciones muy igualitarias pueden ser enormemente injustas (pensemos un régimen esclavista donde se repartiera la producción a partes iguales entre esclavo y dueño) y distribuciones muy desigualitarias absolutamente justas (un sistema donde nadie hubiese adquirido la propiedad ejerciendo la violencia sobre nadie). Nuestro sistema económico actual combina ambos tipos de riqueza y en lugar de atacar al rico por el simple hecho de ser rico, deberíamos tratar de evitar y reparar los ataques sistemáticos que se producen contra la libertad, la propiedad y los contratos voluntarios.
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