martes, 28 de octubre de 2014

El FMI y la desigualdad

Carlos Rodríguez Braun sobre el FMI y su intervencionismo, como no puede ser de otra manera algo creado y dirigido por políticos o expolíticos, y que está repleto de burócratas. 
Y sus propuestas, son de todo menos liberales (todo lo contrario, pues siempre aboga por más impuestos, subvenciones y presión fiscal. 

Artículo de Expansión:
El Fondo Monetario Internacional (FMI) también invita a luchar contra la desigualdad con más impuestos, para sorpresa de muchos comentaristas, como Martin Wolf en Financial Times. Pero en realidad la sorpresa no es que el FMI sea intervencionista; la sorpresa sería que fuera liberal. El Fondo, como todas las burocracias internacionales, es eso mismo: una entidad creada por políticos, dirigida por políticos o expolíticos, y repleta de burócratas que no pagan impuestos y que se pasan la vida recomendando que nos los suban a los demás. Quienes denuncian el liberalismo del FMI no leen sus informes: por ejemplo, y sólo por referirnos a una recomendación clásica suya, el control del déficit público, el Fondo jamás ha aconsejado controlarlo exclusivamente reduciendo el gasto. 
En efecto, siempre pide más presión fiscal. Y ahora también, con la excusa de la desigualdad. Y la OCDE, otra burocracia injustamente acusada de liberal, recomienda lo mismo. En todas partes se emplea la retórica melosa, “crecimiento inclusivo” y cosas por el estilo, mientras se lanzan mensajes alarmistas sobre el horror que nos espera si no aumentan los impuestos para evitar que haya tanto rico tan rico. 
La directora gerente del FMI, Christine Lagarde, porque el populismo demagógico no es sólo masculino, avisó que los principios de la democracia están en peligro, nada menos, en ausencia de más impuestos y subsidios. 
Agendas intervencionistas 
Así, cuando se nos cuente que el FMI y la OCDE avisan sobre la desigualdad, y se nos añada eso de que “no son sospechosos” de anticapitalismo y antiliberalismo, hay que responder: son más que sospechosos de promover agendas intervencionistas. Eso sí, para que nadie los acuse de radicales envuelven sus recetas con típicas conclusiones centropoides: un poco de desigualdad está bien y sólo es mala “si llega a un cierto extremo”, etc. El Fondo les dice a los políticos (sus jefes) exactamente lo que necesitan para legitimarse mediante el intervencionismo: en este caso, que la menor desigualdad promueve el crecimiento y la redistribución para conseguirla no lo frena… salvo que se llegue a un “extremo”. 
Los datos son, como suele ocurrir en estos asuntos, ampliamente discutibles, desde la propia causalidad entre redistribución y crecimiento hasta la heterogeneidad de las comparaciones con países pequeños y economías muy abiertas, como los nórdicos, típicamente los darlings de la corrección política a propósito de la desigualdad y el crecimiento, cuyas políticas fiscales también cambiaron bastante con el tiempo. He abordado ya el asunto en esta columna. Hoy mi objetivo era sólo subrayar lo que es muy poco discutible: al revés de lo que nos han contado, el FMI y las demás supuestas armadas liberalizadoras no lo han sido nunca. Y en el caso de la desigualdad, como era de esperar, tampoco.

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