Wendy McElroy expone el legado de Ludwig von Mises para las feministas analizando la cuestión del feminismo de género y su relación con la lucha de clases, así como la clase y la casta.
Artículo del Instituto Mises:
El nombre del eminente economista austriaco Ludwig von Mises no aparece habitualmente en los círculos feministas, que tienden a ver el mercado libre como una institución a través de la cual los hombres como clase oprimen a las mujeres como clase. Si aparece alguna vez el tema de Mises, la incorrección política de sus observaciones sobre la naturaleza femenina probablemente creen más frialdad, no menos. Por ejemplo, en Socialismo, escribía: “Puede ser que una mujer sea capaz de elegir entre renunciar a la alegría femenina más profunda, la alegría de la maternidad, o el más masculino desarrollo de su personalidad en acción y empeño. Puede ser que no tenga esa alternativa”.[1]
A partir de estas combativas palabras, Mises pasaba al comentario político acerca del propio movimiento feminista. Argumentaba que si el feminismo se limita sencillamente a las libertades económicas y legales que permitan autodeterminarse a las mujeres, no es más que una “rama del gran movimiento liberal, que defiende la evolución pacífica y libre”. Por otro lado, si el feminismo busca alterar las “instituciones de la vida social bajo la impresión de que así se podrían eliminar las barreras naturales”, entonces el feminismo “es un hijo espiritual del socialismo”.[2] Después de todo, la característica de socialismo es tratar de reformar la naturaleza y las leyes naturales reformando las instituciones sociales. Un ejemplo de esto es el intento de reformar la oferta y la demanda a través de una economía planificada.
En algunos aspectos, el feminismo liberal que apareció al principio de la década de 1960, llamado la “segunda ola del feminismo”, se parecía a lo que Mises describía como una rama del liberalismo clásico. Aunque el movimiento adoptó una inclinación profunda contra el capitalismo, mucho del esfuerzo de las feministas liberales se dirigía a eliminar las barreras legales y desigualdades que enfrentaban las mujeres. La reclamación de igualdad legal llegó a su culminación en marzo de 1978, cuando 100.000 manifestantes marcharon hacia Washington para expresar su decidido apoyo a la enmienda de igualdad de derechos (ERA, por sus siglas en inglés), que en último término estaba condenada. Las feministas de los sesenta tendían a ver a los hombres como socios recalcitrantes a los que había que recordarles sus responsabilidades sociales: desde reconocer la capacidad de las mujeres en el trabajo a compartir la tarea de la paternidad en el hogar. Pero, bajo los patrones actuales, ha cambiado la hostilidad expresada hacia los hombres en la década de 1960. Bajo la idea de reconocer la presencia de miembros masculinos, la Organización Nacional de Mujeres incluso cambió su nombre a Organización Nacional para las Mujeres.
Feminismo de género
Entretanto, en el trasfondo, otra rama del feminismo estaba acuñando una ideología distinta, que Mises habría considerado completamente “un hijo espiritual del socialismo”. En su libro Who Stole Feminism?, Christina Hoff Sommers se refería a esa ideología como “feminismo de género”, porque, sobre la base del género, considera a hombres y mujeres como clases independientes y necesariamente antagónicas. Las feministas de género concluyen que todos los males que afectan a las mujeres (desde las citas con violación a la brecha salarial) derivan del sistema masculino de dominio total, llamado patriarcado, que se expresa en parte a través del capitalismo. La pionera teórica de género Adrienne Rich definía al patriarcado en su libro Nacida de mujer como “el poder de los padres”, es decir, el “sistema social, ideológico y político” a través del cual los hombres controlan a las mujeres “por la fuerza, la presión directa o a través de rituales, tradiciones, leyes y lenguaje, costumbres, etiqueta, educación y división del trabajo”. [3]
Con respecto al impacto emocional del patriarcado, Andrea Dworkin escribía en Our Blood: “Bajo el patriarcado, toda mujer es una víctima pasada, presente y futura. Bajo el patriarcado, toda hija de mujer es una víctima pasada, presente y futura. Bajo el patriarcado, todo hijo de mujer es su potencial traidor y también el inevitable violador o explotador de otra mujer”.[4]Los hombres ya no son meramente socios recalcitrantes. Las feministas de género redefinen al sexo opuesto como una clase política distinta, cuyos intereses son de por sí antagónicos a los de las mujeres. En la teoría consiguiente, Dworkin considera a todos los hombres como violadores. Kate Millett reclamaba el fin de la unidad familiar. Catharine MacKinnon declaraba que el matrimonio, la violación y la prostitución son indistinguibles entre sí.
Vista a través de las mentes políticas del feminismo de género, la masculinidad deja de ser un asunto biológico y se convierte en cultural o ideológico. En Hacia una teoría feminista del estado, MacKinnon insistía: “Lo masculino es un concepto social y político, no un atributo biológico”.[5] En Our Blood, Dworkin se mostraba acuerdo: “Para detener (…) los abusos sistemáticos contra nosotras, debemos destruir estas mismas definiciones de la masculinidad y la feminidad, de hombres y mujeres”.[6] La masculinidad no puede reformarse. Tiene que eliminarse.
Con la muerte de la ERA y la consiguiente desilusión de las feministas liberales, la ideología del feminismo de género pasó a la vanguardia y empezó a ejercer una influencia definida sobre muchos asuntos. De hecho, no es una exageración decir que mucho del feminismo ortodoxo actual se basa en la visión del feminismo de género del análisis de clase. Es en este punto de la teoría en el que Mises ofrece ideas penetrantes sobre el feminismo moderno.
Análisis de clase y análisis de casta
Una clase no es más que una agrupación arbitraria de entidades que comparten características comunes determinadas por cierto punto de vista epistemológico. En resumen, lo que constituye una clase viene definido por los propósitos del definidor. Por ejemplo, un investigador estudiando la adicción a las drogas puede dividir la sociedad en clases de usuarios de drogas y no usuarios. Tal vez establecerá más subclases con usuarios de drogas basados en la sustancia concreta utilizada, la frecuencia de uso o algún otro factor importante para los fines del investigador. Las clases pueden definirse por casi cualquier factor considerado importante por el definidor, como nivel de renta, color del pelo, edad, nacionalidad, costumbres sexuales y otros.
Pero, para las feministas de género, el análisis de clase es más que una mera herramienta epistemológica. Se convierte en una herramienta ideológica. Es decir, los miembros de la clase “hombre” no se limitan a compartir una identidad basada en ciertas características físicas, también comparten un interés político y social concreto basado en esa identidad. El interés principal es mantener a las mujeres, como clase, bajo su control. Así, el concepto de género como clase se convierte en tan importante que es un factor causativo: predice y determina cómo se comportarán los miembros de la clase.
El análisis de clase se asocia generalmente con Karl Marx, que no popularizó, aproximación política para predecir intereses y comportamiento. Para Marx, la principal característica política que define la clase una persona es su relación con los medios de producción: ¿es un capitalista un trabajador? Esta es una forma de análisis relacional de clase que describe a una clase por su relación con una institución, en este caso el sistema capitalista.
Pero el concepto de clase tiene una larga historia dentro del pensamiento individualista, que es anterior al marxismo. En Estados Unidos, por ejemplo, el jeffersoniano John Taylor, de Carolina, argumentaba que sus contemporáneos que estaban implicados en complots bancarios constituían una “aristocracia de papel”, una clase especial dentro de la sociedad que se beneficiaba a costa de otros. La distinción clave de Franz Oppenheimer entre quienes usan los medios políticos y quienes usan los medios económicos para alcanzar sus objetivos fue extendida por Albert Jay Nock y sigue constituyendo la concepción actual del análisis de clase dentro del pensamiento individualista. La clase se describe en términos de sus relaciones con las instituciones del poder estatal, es decir, ¿es una persona concreta uno de los gobernantes o uno de los gobernados? ¿Usa los medios políticos o se convierte en su víctima?
La sociedad estadounidense del siglo XX plantea un problema para el análisis marxista, que cree en intereses fijos de clase: la hostilidad inherente entre trabajadores y capitalistas. La sociedad estadounidense prácticamente se define por la fluidez de su estructura e intereses de clase. La gente frecuentemente se reclasifica de trabajadora a capitalista, de clase baja a clase alta. Las culturas pasadas, como la Francia prerrevolucionaria, marcaban líneas legales claras entre las clases y reconocían distintos derechos a cada una de ellas. Incluso en los Estados Unidos de los siglos XVIII y XIX (a veces calificados como una “sociedad sin clases”) a algunas categorías de personas se les negaba privilegios legales como el voto. Al aplicarse universalmente la ley, cayeron las barreras de clase.
La fluidez de la sociedad estadounidense moderna no plantea ningún problema teórico para el concepto de clase de Mises. Para Mises, la clase era un asunto de identidad compartida, no de intereses compartidos. Así, la “clase trabajadora” puede compartir ciertas realidades económicas objetivas, pero esto no determina ni predice los valores objetivos e intereses de sus miembros. De hecho, en un mercado libre con igualdad legal, esperaba ver un cambio constante en la estructura de clases. En La mentalidad anticapitalista, después de definir las “tres clases progresistas” de la sociedad como “la que ahorra, la que invierte en bienes de capital y la que desarrolla nuevos métodos para el empleo de bienes de capital”, Mises explicaba: “Todos son libres de unirse a las filas de las tres clases progresistas de una sociedad capitalista. Estas clases no son castas cerradas. Ser miembro de ellas no es un privilegio concedido a una persona por una autoridad superior o heredado de sus ancestros. Estas clases no son clubes y los que están dentro no tiene ningún poder para impedir la entrada a ningún recién llegado”.
Mises llamaba “castas” a las clases estáticas que trabajan bajo discapacidades legales. Las castas se crean cuando se levantan barreras legales para fijar a la gente en una clase e impedir la movilidad social. En Socialismo, desarrollaba lo que quería decir cuando hablaba de castas o “estamentos”: “Los estamentos eran instituciones legales, no hechos determinados económicamente. Todo hombre nacía en un estamento y generalmente permanecía en él hasta que moría. (…) Uno era amo o sirviente, hombre libre o esclavo, señor de la tierra o ligado a ella, patricio o plebeyo, no porque ocupará cierta posición en la vida económica, sino porque se pertenecía a cierto estamento”. En esencia, las castas eran castas legisladas que creaban una sociedad estática.
En The Free and Prosperous Commonwealth, Mises definía una sociedad estamental como “no constituida por ciudadanos con iguales derechos, sino dividida en grupos con diferentes tareas y prerrogativas”. Era bajo un sistema de castas, no de clases, donde aparecían necesariamente conflictos entre categorías legales de personas a las que se les proporcionaba distintos privilegios y discapacidades. Así que la expresión “guerra de clases” está equivocada: debería ser “guerra de castas”.
Además la llamada “guerra de clases” contiene más confusiones. Por ejemplo, la expresión supone normalmente que hay una identidad de intereses entre los miembros de las diferentes clases. Sin embargo, como explicaba Mises, una identidad común no significa necesariamente intereses comunes, ya que los miembros individuales de la clase tenderán a dar prioridad a sus propios intereses individuales. Paradójicamente, esto bien puede llevar la competencia entre miembros de la “clase”, en lugar de a una comunidad. Mises escribía: “Precisamente porque los ‘camaradas de clase’ están todos en la misma ‘situación social’, no hay identidad de intereses entre ellos, sino más bien competencia. Por ejemplo, el trabajador que esté empleado con condiciones por encima de la media tiene un interés en excluir a los competidores que puedan reducir su renta al nivel medio. (…) Lo que han hecho los partidos laboristas a este respecto en todos los países durante los últimos años es bien conocido”.[7]Mises planteaba preguntas esenciales con respecto a los conceptos de “interés de clase” y “guerra de clases”. ¿Existen intereses compartidos además de la suma de los intereses propios individuales de cada miembro? Si existen intereses compartidos objetivos, ¿son prioritarios por encima de los juicios subjetivos de valor de cada miembro? Si no tienen prioridad, ¿qué valor tienen los “intereses de clase” a la hora de permitirnos predecir el comportamiento de un grupo? Consideremos estas preguntas con una aplicación específica a la ideología feminista de género.
El conflicto de clase dentro del feminismo de género
Según esta ideología, el género es el factor políticamente importante que define una clase (lo que Mises llamaría una casta) en términos de su relación con la institución del patriarcado. Los hombres no solo comparten una identidad, sino también intereses políticos y sociales, que están necesariamente en conflicto con la identidad y los intereses de las mujeres. La identidad de la clase puede basarse en características físicas, pero los intereses de la clase son ideológicos. Consideremos el párrafo sobre la violación que cierra el prólogo de Susan Brownmiller en Contra nuestra voluntad: “El descubrimiento del hombre de que sus genitales podrían servir como arma para generar temor debe considerarse uno de los descubrimientos más importantes de los tiempos prehistóricos, junto con el uso del fuego. (…) Es ni más ni menos que un proceso consciente de intimidación por el que todo los hombres mantienen a todas las mujeres en un estado de miedo”.[8]
Aquí una identidad compartida basada en una masculinidad compartida lleva a todos los hombres a un interés compartido por usar la violación para intimidar a todas las mujeres. Mises argumentaría que el único paso válido en la escala lógica anterior es que los hombres, como clase, comparten una anatomía común. Discutiría con vigor que todos los miembros de la clase de los hombres evaluaran idénticamente esa característica o la usaran de una manera colectiva, en lugar de individualista. De hecho, el hecho de que los hombres compitan por las mujeres indudablemente llevaría a muchas aproximaciones sexuales, incluyendo la protección y el afecto familiar. Mises cuestionaba la misma base de la teoría del conflicto de clases, que se basa la suposición de que lo que beneficia a una clase debe dañar a otra. Como señalaba en Socialismo: “la importancia científica de un concepto deriva de su función en las teorías a las que pertenece, fuera del contexto de estas teorías no es más que un juego intelectual”.
La teoría de Mises de cómo funciona la sociedad se basa en el pensamiento liberal clásico, que considera que la cooperación solo se produce cuando ambas partes se benefician del intercambio. De hecho, la misma percepción del beneficio es lo que impulsa a ambas partes a actuar. Incluso la famosa hostilidad entre trabajadores y capitalistas desaparece en una situación de iguales derechos individuales, porque ninguno de los grupos tiene capacidad de obligar a la cooperación del otro. Solo cuando se introduce fuerza en el intercambio aparecen necesariamente conflictos de grupo.
El feminismo de género se basa en una teoría distinta: MacKinnon ha calificado a la ideología como “postmarxista”, lo que significa que adopta muchos aspectos del marxismo, pero rechaza su insistencia en que el estatus económico, en lugar del género, sea el principal factor político que determina una clase. Así, el feminismo de género incorpora ideas socialistas como la “plusvalía del trabajo”, por la que la cooperación humana se ve como el proceso de un grupo que se aprovecha de otro. Para rectificar la desigualdad de clase es necesario hacer exactamente aquello a lo que renuncia al mercado libre: intervenir por la fuerza para garantizar un resultado “socialmente justo”. La ley debe actuar para beneficiar a una clase a costa del interés propio percibido de otra. En concreto, la ley debe actuar para beneficiar a las mujeres, que han estado históricamente en desventaja, a costa de los hombres, que han sido los opresores. En términos misesianos, las mujeres dejan de ser una clase con identidad compartida basada en características y se convierten en un grupo-casta con intereses políticos y sociales compartidos, que están protegidos legalmente. Esta forma de intervención se encarna en medidas como la acción afirmativa y el valor comparable.
Una feminista individualista con dudas acerca de la teoría de clase
La forma de feminismo que se basa más fuertemente en el liberalismo clásico es indudablemente el feminismo individualista, que remonta sus raíces como fuerza organizada al movimiento abolicionista en Estados Unidos. Como feminista, pongo en duda el valor del propio concepto de clase dentro del marco intelectual del individualismo. Una razón es la tensión sustancial que parece existir entre el concepto de clase y otras teorías dentro del pensamiento liberal clásico.
Consideremos la teoría del valor subjetivo tal y como la ilustran los economistas austriacos, que argumentan que no es posible (ni siquiera a nivel individual) predecir cómo valorar a alguien cierto objeto u oportunidad o qué percibirá alguien como su propio interés. Solo en retrospectiva, examinando cómo actuó el individuo en sus tomas de decisión, se puede juzgar cuáles eran los intereses percibidos de esa persona. Esto es lo que quiere decir la expresión “preferencia demostrada”. Incluso en ese caso, habiendo analizado las anteriores preferencias demostradas de una persona, es imposible predecir cómo percibirá sus intereses en el futuro.
La teoría del valor subjetivo parece dar argumentos en contra de que haya un interés predeterminado de ningún tipo, especialmente de un tipo tan alejado de la evaluación individual subjetiva como es un interés objetivo de clase. En pocas palabras, dos personas que compartan características idénticas de clase, por ejemplo, los trabajadores jubilados en la Ford, pueden tener percepciones extremadamente distintas de su propio interés y, por tanto, mostrar comportamientos completamente diferentes.
Esta reserva acerca de la teoría de clase nos hace volver a una pregunta planteada por el comentario de Mises: ¿Tiene algún sentido hablar acerca de los intereses de clase que existan más allá del interés propio de los miembros individuales de esa clase? ¿Tiene algún sentido (en algo que no sea un nivel epistemológico o cognitivo) tratar una clase como si fuera una entidad empírica independiente de sus miembros?
Aun así, a pesar de esas reservas, el concepto de clase evidentemente tiene valor para aproximarse a ideas y entender ciertos aspectos de la interacción social. La “clase trabajadora”, por ejemplo, describe en una situación económica concreta y la distingue de otras. La pregunta se convierte en: ¿identificar a los miembros de una clase proporciona alguna información acerca de los intereses de esa clase en su conjunto?
En al menos un sentido, ciertamente podría hacerlo. La teoría marxista y feminista de género afirma que, como perteneces a cierta clase, compartes ciertos intereses que predicen un comportamiento futuro. Es posible argumentar lo contrario. Es decir, como un grupo ha demostrado preferencias o comportamientos similares, pertenece a la misma clase. Pero el que ser miembro de una clase dependa totalmente del comportamiento pasado es posible que tenga poco valor predictivo para el futuro.
Por ejemplo, consideremos a la clase gobernante, que usa los medios políticos. De acuerdo con sus preferencias demostradas, puede parecer que comparte un interés, por ejemplo, en proteger la industria nacional mediante aranceles. Además, puede también compartir vagas relaciones con instituciones estatales que protegen y ponen en práctica sus intereses, igual que los extraños que usan medios económicos comparten relaciones con la institución del mercado libre. En ese sentido, los intereses de clase de la clase gobernante puede decirse que están institucionalizados.
Aun así, con una estructura aparentemente fuerte de intereses de clase, no podemos predecir las preferencias futuras que mostraran los miembros individuales de la clase gobernante. La historia está llena de personas que actúan contra sus intereses previstos de clase. Los seres humanos a menudo actúan a partir de su conciencia, obediencia, convicción religiosa, pasión, capricho, ebriedad… la lista de factores causativos que pueden determinar el comportamiento parece inacabable.
Tal vez la función más valiosa del análisis de clase dentro del marco del pensamiento individualista sea como herramienta metodológica para entender historia, en lugar de para predecir el futuro. Por ejemplo, un investigador podría observar que una persona concreta fue al mismo tiempo un propietario de esclavos antes de la guerra y un miembro votante de la sociedad. Su filiación de clase (o, este caso, de casta) podría dar una idea de su patrón de voto. Aun así, incluso en este caso, no puede establecerse una relación causa-efecto entre su filiación de casta y su comportamiento, ya que otros factores, como una sincera convicción religiosa, podrían haber sido causativos.
En resumen, la tradición individualista, dentro de la cual se encuentra el feminismo individualista, parece permitir un ámbito limitado para el concepto análisis de clase. El análisis está de hecho tan limitado, que el concepto de clase puede quedar privado de su valor predictivo y causativo. Para algunos, esto puede significar perder una poderosa herramienta de análisis. Sin embargo, en lo positivo, esto significa que no hay necesariamente conflicto entre los sexos. El hecho de que los hombres compartan ciertas características físicas no dicen nada acerca de sus intereses individualmente percibidos, ni de cómo actuarán del futuro. Incluso si pudiera demostrarse que hombres y mujeres (como clases) han tendido a enfrentarse históricamente, esto no dice nada acerca de si debemos seguir siendo enemigos en el futuro.
El artículo original se encuentra aquí.
[1] Ludwig von Mises, Socialism: An Economic and Sociological Analysis (Londres: Jonathan Cape, 1951), p. 100. [Publicado en España como Socialismo por Unión Editorial].
[2] Ibíd., p. 101.
[3] Adrienne Rich, Of Woman Born: Motherhood as Experience and Institution (Londres: Virago, 1977), p. 57. [Publicado en España como Nacida de mujer por Noguer Ediciones].
[4] Andrea Dworkin, Our Blood: Prophecies and Discourses on Sexual Politics (Nueva York: Harper and Row, 1976), p. 20.
[5] Catharine A. MacKinnon, Toward a Feminist Theory of the State (Cambridge, Mass.: Harvard, 1987), p. 114. [Publicado en España como Hacia una teoría feminista del estado por Ediciones Cátedra].
[6] Dworkin, p. 48.
[7] Ludwig von Mises, The Free and Prosperous Commonwealth: An Exposition of the Ideas of Classical Liberalism (Princeton, N.J.: D. Van Nostrand, 1962), p. 164.
[8] Susan Brownmiller, Against Our Will: Men, Women and Rape (Nueva York: Bantam Books, 1976), p. 5. [Publicado en España como Contra nuestra voluntad: Hombres, mujeres y violación por Editorial Planeta].
No hay comentarios:
Publicar un comentario