Desde luego, está claro que por sus hechos y dichos, Rajoy y la España que dirige, no ha dejado en ningún caso de ser socialista.
"Por Juan Ramón Rallo
Juan Ramón Rallo es Director del Observatorio de Coyuntura Económica del Instituto Juan de Mariana (España).
Mariano Rajoy nunca debería haber despertado demasiado entusiasmo entre los liberales. No ya porque hace ahora cuatro años animó a todos los liberales a que salieran del Partido Popular (PP), sino por algo todavía más importante: en sus casi diez años como líder de los populares, jamás se le conoció una sola arenga digna de tal nombre a favor de la libertad económica. Pese a que tuvo ingentes oportunidades, sobre todo en los últimos años, para reivindicar un mayor papel de los mercados libres y un adelgazamiento radical del Estado, el hoy presidente del Gobierno español optó por ponerse de perfil.
Mientras Zapatero y su corte de sectarios ideólogos se aprovechaban de la crisis para tejer un discurso fanático en contra del capitalismo y de las sociedades libres, Rajoy guardaba un inquietante silencio.
Algunos lo interpretaron como una simple estrategia electoral: dado que una parte muy importante del electorado español tenía un perfil marcadamente izquierdista, había que evitar incomodarles hasta los próximos comicios. Otros, en cambio, nos temíamos que la vacuidad en las formas fuera de la mano con la vacuidad en las convicciones: a la postre, a uno le costaba entender que mientras arreciaba el discurso estatista y liberticida, un liberal no oportunista pudiera morderse la lengua.
Rajoy, empero, devino especialista en semejante arte, así que algunos evitamos prejuzgarlo en la medida de lo posible y esperamos, cortésmente, hasta después de las elecciones para emitir un primer veredicto sobre el verdadero programa de gobierno que nos aguardaba con el Partido Popular. Por suerte o por desgracia, pronto supimos a qué atenernos. Apenas dos semanas después de alcanzar el poder, Rajoy y sus cuates anunciaron, en contra de todas sus promesas y discursos anteriores, que acometerían una de las mayores subidas de impuestos de toda la historia de España.
Un auténtico atraco que ha llevado los tipos impositivos sobre la renta de España a uno de los niveles más elevados de toda Europa, comparables a los de las socialdemocracias nórdicas. Para que nos hagamos una idea, el gravamen para rentas mayores de 33.000 euros se sitúa en el 40%, superior al 35% que se paga en EEUU para rentas superiores a 379.150 dólares.
A los españoles, y sobre todo a los liberales que engañados votaron al PP, el nuevo Gobierno trató de tranquilizarlos con diversos mensajes: el primero, que en el ideario del PP sigue grabado con fuego su apuesta por los impuestos bajos; segundo, que esta salvaje subida de impuestos será temporal (apenas dos años); y tercero, que el recargo tributario era imprescindible para reducir el déficit que el anterior Ejecutivo socialista había dejado en el altísimo 8,5% del PIB (frente a su compromiso con Bruselas de rebajarlo al 6%).
Dos meses después, uno a uno esos en parte tranquilizadores mensajes se han ido derrumbando. Primero, Rajoy no dudó en apoyar sin fisuras el establecimiento de una Tasa Tobin para toda Europa: ¿fiscalidad baja y moderada? No lo parece. Segundo, el presidente del Ejecutivo se desmarcó hace unos días con unas declaraciones parlamentarias en las que dejaba entrever sus auténticos propósitos: “Me gustaría aumentar los gastos un 20% para hacer muchas cosas. No hay Gobierno que no tenga ese objetivo”. Vamos, que lo que realmente está escrito con letras de fuego en el ideario del PP de Rajoy no son los impuestos bajos, sino el Estado enorme: ya podemos ir olvidándonos de que el recargo tributario sea temporal, pues este Gobierno confía más en gastar nuestro dinero que en que lo retengamos los ciudadanos. Y tercero: hasta el momento los recortes del gasto han sido tan mojigatos e insuficientes que a Rajoy no le ha quedado más remedio que reconocer que, en contra de lo aducido para justificar el sangrado fiscal, no cumplirá con el objetivo de déficit de Bruselas para este año (el 4,4% del PIB) sino que se quedará, en el mejor de los casos, en el 5,3%.
No hay otra: desde el momento en que se toma la determinación de no reformar a fondo un modelo de Estado gestado y edificado sobre la recaudación fiscal extraordinaria de los años de la burbuja inmobiliaria, resulta del todo imposible dejar de endeudarse a ritmos muy elevados. No es que sea imposible atajar el déficit: lo es sólo en la medida en que se escoge apuntalar un Estado hipertrofiado a todas luces insostenible.
Si algunos pensaban que, tras las recientes elecciones, España había dejado atrás el socialismo, ya pueden ir olvidándose. Es cierto que en casi todas las materias económicas tenemos a gestores más sensatos y experimentados que los anteriores y que en algunos ámbitos, como el laboral, se han obtenido avances importantes, pero la desconfianza hacia los mercados libres y la idolatría hacia el Estado niñera omnipresente siguen siendo el verdadero marco ideológico dentro del que se mueve toda nuestra clase política. También, por supuesto, el Partido Popular de Rajoy."
Fuente: Instituto El Cato
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