martes, 6 de agosto de 2013

Gobierno y sindicatos, y no el libre mercado, destruyeron Detroit. (Política, Economía. 1.810)

Excelente artículo de Adolfo D. Lozano sobre lo acontecido en Detroit, un claro ejemplo de las implicaciones sobre la economía y la sociedad de la hiperregulación, el intervencionismo estatal y la fuerza hegemónica de los sindicatos:

Artículo del Instituto Juan de Mariana:

"La actual democracia es un sistema de, por y para el Gobierno".

Detroit hoy parece poco menos que un campo de ruinas. La que en su día fue la cuarta ciudad más poblada de Estados Unidos, hoy cuenta con bastante menos de la mitad de habitantes que hace no muchas décadas (de superar los 2 millones a quedarse por debajo de 800.000 habitantes). Antaño ejemplo de la fortaleza económica de empresas automovilísticas como General Motors o Ford ubicadas allí, hoy Detroit es una ciudad fantasmal y rota, jungla de casas vacías que se venden hasta por un dólar, calles desérticas y espectrales sólo acompañadas por grafitis que maquillan la ciudad con historias de irremediables dramas.

En la actualidad, un desempleo del casi el 20% junto a unas tasas récord dentro del país en analfabetismo, pobreza y criminalidad suman un cuadro social de fracaso estrepitoso. Pero ¿cómo Detroit ha llegado hasta aquí? Aparte de muy abruptos cambios que solicitan explicaciones sociológicas como el paso de 84% de población blanca en los años 50, al 83% de población negra hoy, ¿qué podemos rastrear desde un punto de vista económico?

Si preguntamos a la ortodoxia políticamente correcta, como Paul Krugman, el fracaso de Detroit es culpa, ¡cómo no!, del capitalismo liberal. No debemos extrañarnos el día, si es que no ha llegado ya, que Krugman afirme que la caída del Muro de Berlín evidenció el fracaso del libre mercado. Y es que asegurar tal cosa de Detroit difícilmente puede ser tomada en serio desde un punto de vista científico a no ser que se trate del de lo paranormal. Veamos por qué.

Decir, como suele hacerse, que Detroit entró en crisis en tanto lo hizo la industria automovilística estadounidense es un cómodo recurso de autonegación de la realidad: muchas otras ciudades norteamericanas que prosperaron al albur del automóvil no están sufriendo semejante desgarro económico. Y para poder explicar por qué Detroit resultó tan afectada mientras otras ciudades "automovilísticas" están saliendo bastante airosas tras los cambios en el sector, debemos señalar con el dedo un primer y fundamental culpable: los sindicatos y una legislación hecha a su medida. Debido a las rigideces laborables que forzaron los sindicatos, las compañías americanas como Ford o Chrysler estaban pagando salarios casi un 80% más altos a sus empleados en Detroit que en otros estados norteamericanos donde fueron instalándose competidores y empresas extranjeras de automóviles. Así, en 2008 se calculaba que por cada empleo creado en una compañía extranjera, Ford, General Motors y Chrysler destruían 6, la mayoría en Detroit. El aumento de los salarios de modo artificial y forzoso, las trabas a despedir trabajadores...fueron esenciales para hacer de Detroit una trampa económica. Pensemos en el estancamiento social si los fabricantes de coches de caballos nunca hubieran podido despedir a sus trabajadores aun cuando la competencia de los coches a motor les convirtiera en fabricantes de productos que nadie quisiera ni deseara. Y quien dice carruajes dice gremios medievales o máquinas de escribir. Supondría congelarnos socialmente durante cada generación –al no poder una persona dejar su trabajo poco menos que sólo con su muerte. No hay nada más aterradoramente conservador y retrógrado que el intervencionismo sindical que desprecia el mercado y la libertad.

La otra parte corresponsable igualmente esencial para entender la tragedia de Detroit tiene nombre propio, y se llama Gobierno. Para empezar, resulta de nuevo pintoresco leer en la prensa más correcta que Detroit es un fracaso del capitalismo. Resultará ahora que el Gobierno demócrata e izquierdista que ha dirigido Detroit durante las últimas décadas es el epítome del libre mercado –las dioptrías de la miopía socialista crecen por momentos. Pero hay más. Como comenta el economista Michael Rozeff, el Código Municipal de Detroit parece más bien el código de Satán por la gigantesca burocracia que requiere para comenzar cualquier tipo de actividad económica o intento de reconstrucción de la ciudad por particulares o empresas. Referente a los asfixiantes impuestos que anulan toda libertad económica posible, un estudio del Lincoln Institute de este año corroboró que Detroit sufre los impuestos a la propiedad más elevados de entre las 50 principales ciudades de Estados Unidos, lo cual se traduce en el doble de la media nacional. Ello por no hablar de los impuestos que el estado de Michigan, donde está Detroit, impone a la maquinaria. Es decir, si usted quiere montar una fábrica con maquinaria, el mensaje de la política económica de la ciudad es claro: váyase, por su bien, mejor a otra parte.

Y luego está la parte gubernamental que, permítaseme decir, de no ser cierta resultaría cómica.

Adicto a las políticas keynesianas de alegría irrestricta en el gasto público, el Gobierno de Detroit llevó a cabo – cortesía del contribuyente usurpado, por supuesto- voluminosos programas de gasto cuyo destino y objetivo es ‘lo mejor de todo’ este asunto. ¿Adivinan dónde se les ocurrió a estos preclaros políticos dirigir el dinero que arrebataban en impuestos a los ciudadanos? Pues a obras públicas, puentes, carreteras, transporte público... Imagínense la situación: un Gobierno que no tiene otra ocurrencia más que invertir masivamente en viviendas y transporte público a la par que sus ciudadanos huyen y emigran a marchas forzadas a otras ciudades y estados. Por supuesto, semejante absurda decisión jamás habría podido ser tomada dentro de un marco de mercado libre, que rápidamente habría castigado con onerosas pérdidas tan ridículos proyectos. Y lo cierto es que es difícil superar en idiotez a los manirrotos políticos de Detroit; sería algo así como desarrollar una amplia red de piscinas públicas al aire libre en Siberia. Quizás más que ninguna otra ciudad, Detroit emerge en el mapa estadounidense como arquetipo irremediable de las palabras de Ronald Reagan cuando decía que las peores palabras en inglés eran "I am from Government and I am here to help" ("Soy del Gobierno y estoy aquí para ayudar"). Mientras el proceso de mercado atiende las necesidades del consumidor, el proceso político atiende las caprichosas necesidades de los políticos. Así, en tanto la democracia ha acabado convirtiéndose en una justificación para que el Gobierno invada todas las esferas sociales imaginables, la actual democracia no es –enmendando a Lincoln-sino un sistema de, por y para el Gobierno.

En el socialista universo de Detroit atrapado en las garras de un Gobierno omnímodo, la corrupción política ha llegado a contagiarse a todas las propiedades de los políticos, como por ejemplo la escuela pública. En suma, Detroit se ha convertido en un pequeña Cuba dentro de Estados Unidos de donde huye la gente que desea realmente trabajar, un pequeño gran experimento de lo que puede hacer el socialismo hace mucho inoculado en aquel país y escondido bajo diversos disfraces y banderas (pues por suerte, el término "socialismo" sigue siendo en EEUU justamente –y tal como es- un sinónimo de "fascismo"). Ver en suma en Detroit algo parecido al capitalismo liberal –la NBC describió la ciudad como ¿¡ejemplo libertario!?- supone un ejercicio tal de enajenación mental de la realidad que Sigmund Freud se deleitaría con su análisis.

Si uno acude a quizás a la más popular y prestigiosa literatura libertaria en forma de novela, no otra cosa sino proféticas resultan las palabras de la libertaria Ayn Rand hace medio siglo retratando los destrozos de las utopías socialistas en su novela cumbre "La Rebelión de Atlas". Hoy, como nos recuerda el periodista británico Danniel Hannan, sus palabras de advertencia parecen un lienzo a medida de lo que hoy es Detroit.
Unas pocas causas aún permanecen levantadas en el esqueleto de lo que una vez fue una ciudad industrial. Todo lo que podía moverse, se fue; pero algunos humanos permanecen. Las estructuras vacías eran escombros verticales; habían sido comidos, no por el tiempo, sino por los hombres: tablas arrancadas al azar, parches desgarrados en los tejados, agujeros en garajes destripados. Parecía como si unas manos ciegas hubieran cogido todo lo que precisaban para el momento sin preocuparse de lo que quedara para el día siguiente. Las casas deshabitadas aparecían al azar entre las ruinas; el humo de las chimeneas parecía el único movimiento visible en la ciudad. Un caparazón de hormigón, que en un tiempo fue una escuela, aún se otea en las afueras; parecía una calavera con las órbitas vacías de ventanas sin cristales, con unos pocos cabellos encima cual hilos rotos.
Más allá de la ciudad, en una distante colina, permanecía la factoría de la Compañía de Automóviles Twentieth Century. Sus pareces, las líneas de sus tejadosy sus chimeneas parecían recortados parecían inexpugnables como una fortaleza. [...]
¿Puedes llevarme a esa fábrica?, preguntó Rearden.
La mujer no habló; parecía como si fuera incapaz de pronunciar palabras. ¿Qué factoría?, dijo ella.
Rearden señaló, "Aquélla".
"Está cerrada".
Sartre decía que el hombre, cada hombre, nace libre y sin excusas. No hay excusas, cada vez hay menos si es que alguna vez las hubo, para divulgar las ideas de la libertad. Entre nuestros amigos, familiares... con quienes hemos adquirido el compromiso vital de dejarles como testigos y fideicomisos de nuestros valores e ideas aquí donde vivimos, en la Tierra. No hay excusas para dejar que esa llama se encienda dentro de nosotros, y que prenda, orgullosa y valerosa cada vez más brillante, cada vez más alta. Ésa es la llama que ilumina la Tierra, que ilumina al hombre, a cada hombre dándole un rostro y dignidad individuales y únicos. Y la que ha abandonado casi por completo a Detroit hundida en la negra oscuridad que dejan los últimos rescoldos chispeantes apagados casi ya por el implacable gélido vendaval del colectivismo.Una ciudad ya sin alma, una ciudad sin esperanza, perdida, yerma y sangrante; una ciudad sin libertad. Como el faro que guía al barco, sin la antorcha de la libertad nos quedaríamos como humanos sin más ruta y guía que la muerte a la deriva. Porque la libertad nos hace mucho más que mejores. Nos hace simplemente humanos."

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