Mónica Mullor analiza cómo Pablo Iglesias y Podemos ha sabido emplear el germen de la indignación en apoyo de su partido.
Una frase que emplea refleja bien este sentir: los argumentos, al votante de Podemos poco le importan. Es un "acto de fe: quiere creer, quiere tener esperanza, quiere soñar. No quiere que le vengan con cálculos complicados ni discursos que huelen a "sangre, sudor y lágrimas". Quiere otro mundo y lo quiere ya, simplemente porque es su deseo. Y por ello se busca un líder que se lo promete, como un niño que busca que los Reyes Magos les cumplan sus deseos."
Una frase que emplea refleja bien este sentir: los argumentos, al votante de Podemos poco le importan. Es un "acto de fe: quiere creer, quiere tener esperanza, quiere soñar. No quiere que le vengan con cálculos complicados ni discursos que huelen a "sangre, sudor y lágrimas". Quiere otro mundo y lo quiere ya, simplemente porque es su deseo. Y por ello se busca un líder que se lo promete, como un niño que busca que los Reyes Magos les cumplan sus deseos."
Artículo de Libertad Digital:
Pablo Iglesias y el núcleo duro de Podemos entendieron que el populismo da réditos y que en la sociedad española había una rabia por organizar.
Sabían, por experiencia propia, que la mejor forma de canalizar el descontento y la frustración de una clase media empobrecida frente a estructuras arcaicas y desprestigiadas de poder pasaba por dotarse de un discurso moral emocional articulado en forma maniquea, es decir, como una lucha entre opuestos absolutos: buenos y malos, los de abajo y los de arriba, la "casta corrupta" y el "pueblo". Lo habían aprendido en Venezuela, donde este método comunicacional, que atonta y siembra la inquina, es la esencia misma del chavismo.
Así, han logrado hacer del germen de la indignación que recorrió las calles desde el 15-M un nuevo movimiento: Podemos. Un movimiento en torno a un líder que lo maneja a su antojo, como sucedió con los fascismos y sucede con los populismos. Por eso Podemos es Iglesias y no es, nunca será, un partido de estructuras democráticas. Eso es incompatible con la figura del líder. El Führer (como gustaba llamarse Hitler), el Conductor (como solía llamarse Perón) o el Comandante (a lo Chávez) deben siempre estar por sobre sus seguidores y no sometidos a sus veleidades.
La forma de lograr su propósito fue apelar y alimentar los instintos más bajos del ser humano –el resentimiento y la frustración–. Lograron penetrar, con consignas y un mensaje de pocas ideas pero repetidas hasta la saciedad, en millones de cabezas desorientadas e insatisfechas, a través del programa de televisión La Tuerka, conducido por Pablo Iglesias, y de tantos otros que se han prestado a ser la plataforma mediática de Iglesias. Esta importancia clave de la televisión y el show también lo habían aprendido de Venezuela. Del Aló Presidente de Chávez al Aló Pablo de los platós españoles no hay ingenio ni inventiva, solo aprendizaje de las técnicas de manipulación de la revolución bolivariana.
Hoy, después de las europeas, sabemos que son 1.200.000 votantes, de toda clase y condición, los que le han otorgado su confianza. Son votantes hambrientos de nuevos referentes que ven en el carisma de su líder una alternativa a nuestros problemas. Sí, en el carisma. Aquí poco importa el programa de Podemos, porque quienes dicen lo obvio están equivocados: que más impuestos es más pobreza para todos; que más gasto público implica una gestión más burocrática e ineficiente de los servicios estatales; que más regulación supone más poder para el Estado sobre los ciudadanos; que los derechos hay que pagarlos… La experiencia ha demostrado que los países se van a la ruina cuando se ha aplicado el credo de Podemos.
Sí, todo ello es evidentemente cierto, pero al votante de Podemos poco le importa. No decidió con argumentos sino mediante un acto de fe: quiere creer, quiere tener esperanza, quiere soñar. No quiere que le vengan con cálculos complicados ni discursos que huelen a "sangre, sudor y lágrimas". Quiere otro mundo y lo quiere ya, simplemente porque es su deseo. Y por ello se busca un líder que se lo promete, como un niño que busca que los Reyes Magos les cumplan sus deseos.
Sí, todo ello es evidentemente cierto, pero al votante de Podemos poco le importa. No decidió con argumentos sino mediante un acto de fe: quiere creer, quiere tener esperanza, quiere soñar. No quiere que le vengan con cálculos complicados ni discursos que huelen a "sangre, sudor y lágrimas". Quiere otro mundo y lo quiere ya, simplemente porque es su deseo. Y por ello se busca un líder que se lo promete, como un niño que busca que los Reyes Magos les cumplan sus deseos.
Esto lo sabe Pablo Iglesias. Sabe que la mayoría de sus votantes están actuando como niños destetados, como imberbes que se ilusionan con cualquier truco de prestidigitación. Y por ello los desprecia. Como cuando los hace callar en las asambleas donde se luce, incluso los riñe por aplaudir en vez de escucharlo embelesados.
Sí, Iglesias se cree de una clase superior. Un Lenin con algo de Gramsci, un intelectual brillante que posee aquella verdad que las masas nunca llegarán a comprender pero de la que pueden disfrutar si alguien las seduce con su carisma. Cuando Iglesias disertaba en La Tuerka sobre el concepto de hegemonía de Gramsci no lo hacía para que lo entendieran, sino para señalar su superioridad, como el cura de pueblo que de tanto en tanto lanza una frase en latín, para que todos sepan que él sabe. Como se lee en publico.es:
Es Iglesias un tipo listo, sabedor de que, aunque no debería ser así, una sociedad que lee a Belén Esteban necesita élites intelectuales carismáticas para engancharla a un proyecto serio. No vale con tener un buen programa, hay que saber venderlo.
En ese sentido, Iglesias no es ni de cerca un Lenin, mucho menos un Gramsci. Es, usando un concepto gramsciano, un intelectual orgánico de la era de la televisión. Su estrella es Chávez y su terreno el del reality. Y por allí seguirá ganando votos, pues no faltan los que quieren vivir de la ilusión.
Fuente: ideasyanalisis.wordpress.com
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