J.M. Blanco analiza la manipulación de la opinión pública que hay detrás de muchas encuestas y cómo funciona dicho mecanismo.
Artículo de Disidentia:
Los medios nos bombardean hoy día con los resultados de multitud de encuestas de opinión, que abarcan los más diversos aspectos. Desde la “brecha salarial”, la disposición a pagar impuestos, el Estado de Bienestar, la intención de voto en unas elecciones etc. Pero no toda esa demoscopia es inocente: algunas encuestas no pretenden pulsar su opinión sino transformarla, manipularla.
Eso ocurre en España con ciertos sondeos de intención de voto que, insistentemente, vienen mostrando un ascenso del partido Ciudadanos en detrimento del Partido Popular (PP). Naturalmente, parte del descenso del PP se debe a la pobre política de Mariano Rajoy, a su pasividad, a su cortoplacista gestión de la crisis en Cataluña y a los escándalos de corrupción. Todo es cierto, pero hay algo más: un planificado relevo en el poder que impulsarían determinados poderes fácticos y secundarían periodistas y medios de comunicación, siempre atentos al futuro reparto de la tarta. Y esa estrategia pasa por manipular algunos sondeos de intención de voto, inflando las expectativas electorales de Ciudadanos, como vía para afectar al resultado.
Las emociones, la puerta de entrada de la manipulación
El objetivo de una parte de las encuestas no es tanto ilustrar sobre la sensibilidad social como modificar los criterios del público, practicar una ingeniería social que transforme la opinión de la gente. Constituyen una vía eficaz para modelar el pensamiento, especialmente el de aquellos que carecen de principios y criterios firmes. Estos sondeos aprovechan las inseguridades, las debilidades humanas y los flancos vulnerables en el proceso de formación de las opiniones. Y existe una regla fundamental para estos ingenieros sociales: es mucho más fácil manipular a la gente aprovechando sus emociones que convencerla con argumentos racionales.
La parte racional de nuestro cerebro no es el flanco más vulnerable. Aunque utilizar argumentos y evidencias sea la vía honesta, íntegra y cabal de convencer a la gente, este proceso es lento, largo y costoso. En Knowledge and Attitudes (2008) P. Visser, A, Holbrook y Jon Krosnick describen experimentos en los que, tras aportar un gran volumen de información, estudios y explicaciones sobre diversos asuntos sociales, los sujetos apenas cambian sus opiniones, aun en contra de abrumadora evidencia. Su interpretación es que el conocimiento es importante pero la formación de juicios o actitudes requiere, además, niveles suficientes de motivación. Es decir, para que surta efecto, la información debe conectar debidamente con la parte afectiva o sentimental.
Los sentimientos, las emociones, los impulsos generan cambios de opinión mucho más rápidos que la asimilación de conocimientos. En su autobiografía, el escritor húngaro Arthur Koestler, describe brillantemente esta asimetría comparando su conversión al credo comunista, a los 26 años, con su abandono, a los 33. En 1931, Koestler creyó descubrir súbitamente la luz: “algo detonó en mi cerebro y una explosión mental me conmovió… de pronto el universo se ordenó y toda pregunta tuvo respuesta”. “Pero este sistema cerrado era un invernáculo emocional, donde la falta de objetividad era ampliamente compensada con el fervor“. Sin embargo, su ruptura racional con las ideas comunistas fue mucho más larga y pausada, a pesar de la gran cantidad de información que iba recibiendo sobre las políticas de Stalin: “Un credo nace en un acto aparentemente espontáneo… pero su muerte es lenta y gradual… por el horror al vacío que siente la esfera espiritual“.
Una regla heurística: opinar lo mismo que el resto
Ciertas encuestas se aprovechan de que el ciudadano común no establece sus criterios buscando toda la información disponible, procesándola exhaustivamente y considerando cada una de las opciones. La gente descarta este método por el elevado tiempo, esfuerzo y preparación que requiere. De hecho, casi nadie conoce con profundidad todos los asuntos sociales sobre los que establece una opinión. Por ello, a la hora de fijar su postura, las personas recurren a reglas heurísticas, procedimientos prácticos de carácter intuitivo, puros atajos capaces de alcanzar una conclusión con muy poca información.
El problema es que, en la formación de opiniones, estas reglas pueden conducir a sesgos de apreciación y, lo que es peor, hacer al sujeto vulnerable ante la manipulación desde el poder. Una de las reglas heurísticas más interesantes es la que los latinos denominaron el Argumentum ad Populum o Efecto Arrastre (Bandwagon Effect, en inglés). Se trata del mecanismo que impulsa a muchas personas a adherirse a lo que piensa la mayoría, sea por temor, por necesitar la aceptación del grupo o por una ausencia de criterio que conduce a confiar en la sabiduría de las masas: si los demás creen algo… alguna razón tendrán
Las encuestas como profecía autocumplida
En su artículo Are Polls and Probabilities Self-Fulfilling Prophecies?, David Rothschild y Neil Malhotra muestran que las encuestas influyen de manera determinante en la opinión. Son, sobre todo, eficaces para suprimir un determinad criterio o forma de pensar, simplemente mostrando que muy poca gente lo apoya. Los sujetos experimentarían temor a sostener opiniones muy minoritarios, a ser objeto de desprecio o mofa por la mayoría. Así, las encuestas se convierten en profecías que se cumplen a sí mismas porque generan cascadas de opinión que se van retroalimentando.
Esto no quiere decir, ni mucho menos, que todos los profesionales de la demoscopia tengan como objetivo manipular al público. Pero basta con que exista un determinado porcentaje con intenciones retorcidas, que logre modificar la opinión pública, para que el resto de bienintencionados refleje estos cambios en estudios ulteriores e, inocentemente, refuerce la labor de los primeros. Las encuestas no interesadas confirmarían así el cambio de tendencia y, a su vez, generarían un mayor deslizamiento en la opinión. Lo mismo ocurre a quienes realizan análisis utilizando todas las encuestas: con varias falseadas en el mismo sentido, la media queda inevitablemente sesgada.
Convencer de la mayor aberración
Así, las encuestas poseen una enorme capacidad manipuladora: pueden persuadir a mucha gente de sinsentidos simplemente haciéndolos creer que es lo que piensa la mayoría. Cualquier idea, por falsa y perniciosa que sea, la más enorme insensatez, la más colosal aberración, pueden convertirse en dogma de general aceptación tras ser pregonadas como opiniones mayoritarias.
No se explica de otro modo que se indujera a muchísima gente a aceptar ciertas normas de la corrección política como la censura del lenguaje, los criterios de discriminación o el sentimiento de culpa por pertenecer a algún colectivo. En realidad, este es el instrumento que utilizan los gobernantes para justificar leyes injustas, alegando que las promulgan porque existe una supuesta “demanda social“.
Y afectar al resultado electoral
Inducir el voto resulta más complejo que influir sobre la opinión en un asunto concreto. Los ingenieros sociales deben tener aquí en cuenta los anclajes, las simpatías del público en un hipotético eje izquierda-derecha. Y también el comportamiento estratégico: la gente vota en ocasiones a un partido que no es su preferido con tal de perjudicar su partido enemigo.
Ahora bien, ante dos opciones políticas que se presentan como intercambiables, una parte de los votantes tiende a decantarse por aquella que las encuestas dan como vencedora. Es un caso de efecto arrastre, que explicaría parte del crecimiento de Ciudadanos en España.
Moraleja: sea escéptico, desconfíe de las encuestas pues no todas ellas son bienintencionadas. Y pierda el temor: continúe manteniendo su postura si la considera razonable, aun cuando ciertos sondeos la señalen como minoritaria. Una sociedad progresa si sus ciudadanos persiguen la razón… no la moda.
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