José Antonio Gabelas analiza el nuevo pánico moral que supone la adicción a internet.
Artículo de Disidentia:
En los últimos tiempos se han encendido las alarmas sobre el exceso de tiempo que dedicamos a las diferentes pantallas, en particular a Internet, los videojuegos y los dispositivos móviles. Alarmas de los padres, de las empresas, de los colegios, incluso una de las últimas campañas de la Dirección General de Tráfico, en España, lucía el eslogan “Al volante pasa del teléfono móvil.” Como es habitual en estos casos, los titulares y las portadas de los medios amplifican los temores.
El pánico moral es tan antiguo como la humanidad, es incierto y volátil. Se nutre del factor sorpresa y tiene la facultad de aparecer y desaparecer según se mueven las tendencias y las corrientes de opinión, cargadas de intereses opacos. Stanley Cohen y Stuart Hall proponen un análisis de este temor que genera una amenaza. Su análisis se aplicó a las prácticas y consumos de las subculturas juveniles en los años sesenta en Gran Bretaña para entender por qué emerge la percepción de riesgo, muy presente siempre que nos acercamos al territorio de la tecnología y sus lugares virtuales.
Según los datos del Instituto Nacional de Estadística del último trimestre de 2017, el 78,7% de los hogares españoles tiene acceso a la Red, frente al 74,4% del año anterior. El uso de ordenador entre los menores es prácticamente universal (95,1%), mientras que el 93,6% utiliza Internet. El uso de teléfono móvil se incrementa significativamente a partir de los 10 años hasta alcanzar el 90,9% de los que han cumplido los 15. Son cifras que describen los consumos.
El “síndrome” de Internet
Enseguida llegan los “datos preocupantes.” Señala el presidente de la Asociación de Usuarios de Internet, que “el 33 de las consultas de pediatría tiene que ver con temas cibernéticos, con el uso del teléfono móvil”. En esta línea, la Estrategia Nacional de Adicciones aprobada recientemente por el Consejo de Ministros en España, incluye por primera vez las nuevas tecnologías, los juegos online y los videojuegos como adicciones sin sustancia.
El DSM-5, manual publicado por la Asociación Americana de Psiquiatría, no incluye a Internet en su última versión la categoría llamada “trastornos relacionados con sustancias y trastornos adictivos,” en la que sí se encuentran una serie de diagnósticos denominados “trastornos por consumo”, que sí incluyen tabaco, alcohol, estimulantes y otras sustancias. Hasta hoy, la única conducta relacionada con el uso de pantallas considerada como adicción es el juego patológico. Tampoco la CIE-10 (Clasificación Internacional de Enfermedades), manual publicado por la OMS consideran entre sus diagnósticos la adicción a Internet.
Recuerden la larga lista de productos milagro que forman parte de la historia milenaria de la humanidad, desde la célebre piedra filosofal popularizada por Harry Potter que otorgaba la juventud y felicidad, hasta las cremas adelgazantes de la actualidad. La fórmula no falla, se crea la necesidad y se ofrece la solución.
Primero inventan un síndrome, señalan unos indicadores que valoren el trastorno, y finalmente ofrecen una terapia que lo cure. Una actividad fraudulenta, sencilla y frecuente en el ámbito de la salud. Ya existen las primeras clínicas que ofrecen tratamiento para el supuesto síndrome que ha estado debidamente divulgado por famosas investigadoras como Kimberly Young. En España es fácil encontrar centros en las grandes ciudades que atienden estos supuestos trastornos, y en China proliferan los centros de rehabilitación para “adictos a Internet.”
También tenemos la nomofobía, no-mobile-phone, sin telefonía móvil, que incluye la “adicción al teléfono móvil,” una alarma más que incita el pánico social que aparece crónicamente. En 1999 Henry Jenkins intentó convencer al Senado norteamericano de que los dos adolescentes que asesinaron a doce estudiantes y un maestro en Colorado, no habían actuado influidos por la televisión ni los juegos en línea. También de que el caso no formaba parte de una ola de violencia entre la juventud. Por lo que cuenta el propio Jenkins no sirvió para nada su intervención porque no lo creyeron, afortunadamente tuvo mucho más éxito la lista de correo que empezó a enviar a sus seguidores.
Admitir la adicción a internet y al teléfono móvil no tiene fundamentos clínicos, no es una certeza científica. Tampoco sale gratis porque tienes sus consecuencias. Puede provocar debates legales como así ha ocurrido con adicciones confirmadas (tabaco, alcohol), o puede ser un atenuante para comportamientos delictivos. Imaginen ustedes que tras un vandalismo contra la seguridad pública, se decide eximir o atenuar la responsabilidad del acto porque el causante ha dedicado demasiado tiempo a Internet y las redes sociales.
El mal uso y el abuso
Es muy cómodo criminalizar unos usos desde la ignorancia. La búsqueda de chivos expiatorios funciona muy bien para ocultar las raíces de los problemas, y liberarse de responsabilidad. Toda familia tiene su “oveja negra”. Y toda sociedad asigna este rol a determinadas conductas. Unas veces es la policía por su actuación desmedida, otra los inmigrantes que provocan desorden social, o los jóvenes porque son jóvenes, atrevidos y diferentes. Antes de Internet, el peligro estaba en la televisión y los videojuegos.
Por tanto, seguir con el tam-tam del pánico social y moral, sí que llena portadas y titulares pero también provoca importantes confusiones. El uso, el mal uso y abuso forman parte del consumo, de cualquier consumo, y no por eso se trata de un crimen. No olvidemos que cualquier adicción genera tolerancia, Internet provoca una fascinación inicial, como el piso y el coche nuevo, también ocurre con cualquier tecnología, pero con el tiempo desaparece, es una fascinación que a partir del segundo año se reduce un 17%.
Por otro lado, el conjunto de prácticas que permite Internet admite diferentes formas, desde navegar en la búsqueda de información, hasta consultar las redes sociales o ver vídeos en alguna plataforma. Esta diversidad de usos abre un gran abanico de variables que dificulta un análisis objetivo y preciso de las intenciones y consecuencias de estos hábitos.
Ya no son TiCs sino TRICs
Las TIC son ya un término caduco, que no han sabido observar y escuchar lo que ocurre en el ocio digital, en las redes sociales, en los juegos online, en las plataformas colaborativas de entretenimiento y elearning. Diferentes investigadores proponen las TRIC (Tecnologías de la Relación, Información y Comunicación), no con la intención de añadir una sigla más a las sopas de letras que ya tenemos, sino para nombrar lo que realmente ocurre. El discurso y modelo TIC siempre se centró en la tecnología, con las TRIC la relevancia recae en lo humano y su potencial para las relaciones (sociales y sinápticas).
Cuando se genera un miedo aparecen las paradojas. Sociales, porque se criminaliza unos abusos como la desconexión y el aislamiento que produce Internet cuando ocurre todo lo contrario, dado que es la oportunidad para una enorme actividad social desde el cotilleo, hasta el intercambio o la producción colaborativa. Escolares porque cuestionan el teléfono móvil en el aula, cuando el conflicto no está en el dispositivo, sino en el planteamiento que se hace de su uso.
Los padres, además de desorientados, que lo están, se alarman ante la cantidad de horas que sus hijos pasan delante de las pantallas, pero les compran su primer teléfono móvil a los diez años o antes, y apenas están con ellos cuando deben crear los buenos hábitos de consumo digital. Se preocupan mucho de lo que comen sus hijos, pero son inconscientes o se despreocupan de lo que sienten, piensan y respiran en la Red. Y los medios de comunicación, como siempre han hecho, lanzan escandalosos y frívolos titulares sobre las adicciones, y a su vez, critican la alarma social que ellos mismos han creado en la opinión pública.
Las tecnologías no son buenas ni malas, ni dependen solo de su uso. Estamos y somos en la (tecnología). Es un entorno y nuestra manera de pensar, sentir y convivir forma parte de este entorno. Es cierto que la crítica ha precisado siempre distancia, ocurre cuando leemos un libro, vemos una serie, o estamos en el cine. Siempre hubo una distancia mínima entre mirada y espectáculo. Hoy, en este entorno, la distancia ha desaparecido, son necesarios otros indicadores y otros parámetros que propongan otros modelos de análisis donde la inmersión, simulación, interactividad faciliten la mirada crítica.
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