Juan M. Blanco analiza la cuestión de la brecha salarial y su tratamiento.
Artículo de Disidentia:
El 8 de marzo se ha convocado una huelga para protestar contra la situación de la mujer, entre otras cosas contra la supuesta diferencia de sueldos, la llamada brecha salarial, uno de esos fantasmas que todo el mundo persigue pero nadie acaba de atrapar. Pero el montaje proporciona suculentos beneficios y ventajas a una verdadera legión de cazafantasmas.
Los medios suelen informar de la brecha salarial con poco rigor, a veces por desconocimiento pero otras porque una historia de buenos y malos, de víctimas y verdugos… vende mucho más. Así, se trataría de una flagrante injusticia contra las mujeres con un evidente culpable: el “heteropatriarcado“, el machismo imperante. “Las mujeres ganan menos que los hombres” constituye una cabecera tan impactante, que no puede permitirse a las matizaciones de la realidad fastidiar un buen titular.
Si se compara la media del salario por hora, las mujeres cobran típicamente entre un 80% y un 90% del salario de los hombres, dependiendo del país y del estudio. En España, esta cifra podría estar aproximadamente en un 85%. Hasta aquí el titular, el agravio, la denuncia de la brecha salarial, de la intolerable discriminación. Pero las cosas cambian cuando se cae en la cuenta de que no es posible comparar directamente dos colectivos heterogéneos, que poseen, en promedio, distintos niveles de educación, formación, experiencia laboral etc. Es necesario considerar estas diferencias para realizar una buena comparación.
La comparación correcta exige confrontar los salarios de un hombre y una mujer que tengan las mismas cualidades y desarrollen un trabajo similar. Que sean iguales en todo menos en el sexo. Y al eliminar las diferencias observables de educación, formación o experiencia, la diferencia salarial se reduce considerablemente hasta situarse típicamente entre un 3% y un 5%. Es el punto del que hay que partir para analizar el problema.
¿Discriminación o preferencias distintas?
¿A qué se debe la diferencia restante? Existen dos respuestas: o hay discriminación o las mujeres tienen, en promedio, gustos y preferencias distintas, que conducirían a elegir profesiones y puestos diferentes a los hombres. Tan sólo con que las mujeres tengan mayor inclinación hacia la vida familiar, prefieran puestos o profesiones con más fácil conciliación o, simplemente, muestren una menor propensión a empleos más peligrosos… se explicaría esta diferencia salarial sin necesidad de recurrir a la discriminación.
El problema de fondo es que, ni la discriminación ni las preferencias heterogéneas son fácilmente observables en los estudios. De ahí la dificultad para asignar la causa.
Sin embargo, si hubiera discriminación, debería detectarse en casos concretos. En una empresa cuando un hombre y una mujer, con las mismas características, realicen un trabajo equivalente pero el hombre reciba un salario superior. O cuando, existiendo dos candidatos de distinto sexo, y teniendo la mujer mejores cualidades, se ofrece el puesto al varón. Estos casos concretos, hasta el momento muy desconocidos, deberían ser denunciados por los sindicatos; al menos para que los clientes de la empresa tuvieran constancia de ello.
Pero la hipótesis de la discriminación tiene otra dificultad: discriminar perjudica seriamente los beneficios de la empresa. Si fuera más barato contratar mujeres por el mismo rendimiento, resultaría antieconómico mantener en nómina a hombres a un coste superior. Y, si la candidata está mejor cualificada que el candidato, elegir al segundo perjudica seriamente la eficiencia de la empresa.
Al final, los empresarios no discriminadores producirían con unos costes inferiores y acabarían expulsando del mercado a los discriminadores. Quizá existan personas con prejuicios irracionales contra ciertos colectivos pero, cuando los beneficios o el futuro de la empresa están en juego, hay motivos de peso para no llevar estos prejuicios a la práctica.
Ello hace que las diferencias de preferencias, la elección voluntaria de puestos y condiciones de trabajo distintos, gane enteros como explicación de las diferencias salariales. Aun así, los partidarios de la hipótesis de la discriminación llegan incluso a rizar el rizo, a afirmar que las diferencias de gustos son otra forma de discriminación al ser producto de una cultura machista que inculca a las mujeres una determinada forma de pensar. En consecuencia, proponen políticas que cambien la mentalidad de las mujeres.
Aunque no se puede descartar el papel de la educación en la formación de las preferencias, este enfoque tan determinista presupone que las personas carecen de libre albedrío, que se encuentran encadenadas a la cultura recibida. Pero la mentalidad y la forma de pensar evolucionan con el tiempo, de forma espontánea, y de una generación a otra. Afirmar que una mayor tendencia de las mujeres hacia la vida familiar es incorrecta, y debe ser erradicada mediante la ingeniería social, denota un enfoque profundamente totalitario: implica que sólo los activistas, los expertos o los gobernantes conocen la manera correcta de pensar.
Otras brechas salariales: feos, bajitos, gorditos
Pero, no crean, los economistas son, o somos, todavía más curiosos. Algunos se tomaron la molestia de averiguar si existían otras brechas salariales además de las típicas, asociadas al victimismo del sexo o la raza. Así, Daniel Hamermesh, de la Universidad de Texas, se dedicó a analizar las diferencias salariales entre guapos y feos. Sus resultados, compilados en el libro Beauty Pays: Why Attractive People Are More Successful (2011) son bastante reveladores: en efecto, aquí también hay brecha salarial.
Con datos de Estados Unidos y Canadá, Hamermesh concluye que los hombres muy guapos ganan un 5% más que la media, mientras los muy feos reciben un 9% por debajo de la media. Y, lo que resulta todavía más sorprendente: aunque tal brecha existe también entre las mujeres, en contra de los cánones del pensamiento políticamente correcto ¡es inferior a la de los hombres! Las muy guapas ganan un 4% más que la media y las muy feas un 6% menos que la media. ¡Recórcholis!, nos engañaron: la belleza es más rentable en los hombres que en las mujeres. Todos, sin perder un minuto, a comprar cremas antiarrugas, lociones o cualquier cosmético que nos permita ganar algún dinerillo adicional.
Todavía más retorcido fue un grupo de investigadores de varias universidades (Harvard, MIT, Exeter) que analizó si la estatura y el peso afectaban a los salarios. Pues también hay brecha salarial: es más rentable ser hombre alto o mujer delgada. En los varones, 6,3 centímetros adicionales permiten ganar, de media, unos 1.611 dólares más al año. Por el contrario, un incremento de 4,6 puntos en el Índice de Masa Corporal de las mujeres, reduce sus ingresos anuales en 4.200 dólares.
No es necesario citar más artículos que identifican diferencias salariales entre distintos grupos. En conclusión, si comparamos dos colectivos diferentes cualesquiera, es probable que encontremos una brecha salarial. Pero la sociedad no está compuesta por colectivos sino por personas. Lo fundamental no es que todos los grupos tengan, en media, los mismos ingresos sino que cualquier persona, con independencia de sus circunstancias, disponga de las mismas oportunidades de formación y trabajo para prosperar en la vida, según sus propias y libres decisiones.
Y esto no se logra a través de una ingeniería social impuesta desde arriba, que solo establece restricciones. Tampoco por la exigencia de igualdad como representación, que únicamente beneficia a las mujeres ya privilegiadas. Mucho menos con un supuesto espectáculo de intenciones políticas, al que intentan llamar paro.
Porque, si está justificada una huelga de mujeres, también lo estaría otra de feos, bajitos o rellenitas: todos tienen el mismo derecho a protestar contra su brecha salarial. Pero, en la práctica, los casos son muy distintos porque la corrección política identificó al sexo femenino como uno de sus grupos víctima. Así, ingenieros sociales, activistas, expertos y políticos han hecho del cambio forzoso de la mujer su bandera y, sobre todo, su principal fuente de poder e ingresos. Así que ya pueden olvidarse los feos o bajitos de que su brecha salarial sea considerada un asunto de emergencia nacional.
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