Luís I. Gómez escribe una carta abierta a los divulgadores de la "crisis climática" y nuestros jóvenes.
Artículo de Disidentia:
Especialmente entre nuestros coetáneos de la generación más joven, “la crisis climática” y los peligros resultantes se han convertido en uno de los temas dominantes: si no promovemos de inmediato la protección del clima, con todas las herramientas y medios disponibles, nuestra especie no tiene futuro, el conjunto La Tierra no tiene futuro. Todos los demás problemas, según esa lógica, son secundarios.
Dar un vistazo a la prensa, salir los viernes a la calle, comentar el tema en las redes sociales nos permite confirmar que la opinión pública se encuentra realmente presa de un alarmismo inquietante. A primera vista, y si nos fiamos únicamente de los muchos divulgadores de la “crisis climática”, todo esto suena muy consistente. ¿Realmente no existe ninguna duda sobre las previsiones de catástrofes climáticas?
Hablando de dudas: por supuesto que es muy positivo que “los jóvenes” piensen en el futuro y quieran tomarlo en sus propias manos. ¡Es su futuro! “La juventud” debe dudar sobre si nosotros, los “mayores”, lo hemos hecho bien. Pero también debería cuestionarse si las advertencias de desastres climáticos inminentes que escucha de algunos “mayores” están justificadas. En cualquier caso, espero que “los jóvenes” – pero también periodistas y divulgadores- revisen cuidadosamente esta carta y formen su propia opinión.
Vayamos por partes. ¿Qué mensajes se están propagando al calor – nunca mejor dicho- de lo que ya todo el mundo quiere llamar crisis climática?
1. El fin del mundo ya está aquí. Nos pintan un panorama muy sombrío: estamos en medio del colapso del mundo habitable inducido por el CO2. Sólo drásticas medidas de emergencia podrían salvarnos.
Verificación de hechos: lo cierto es que vivimos más tiempo y de forma más saludable que en cualquier época pasada de nuestra historia. Y lo hacemos con más libertad que nunca. Y con infinitamente más prosperidad. Jamás antes la humanidad dispuso de más y mejores tecnologías para enfrentarse a los peligros y las dificultades de cualquier tipo. Es cierto que el hombre pone en peligro la tierra. Podemos discutir sobre la inminencia de las amenazas que de nuestra actividad surgen, pero no hay duda de que los peligros están ahí. El hombre pone en peligro la tierra a través de la guerra y la amenaza de guerra, a través de la expansión incontrolada de sus actividades en áreas cada vez más grandes, a través de monocultivos agrícolas carentes de la tecnologización que les permitiría reducir su impacto sobre el suelo, a través del plástico (en realidad el plástico no es una amenaza en sí mismo, sino el uso que de él hacemos nuestra querencia por tirarlo, en lugar de reutilizarlo), mediante la deforestación de las selvas tropicales… Pero ciertamente no ponemos en peligro el planeta con nuestras emisiones de CO2, al menos no en un margen tiempo calculable. La Tierra – no olvidemos que nuestro paso por ella es apenas un lapsus de tiempo – ha tolerado mucho más CO2 (4.500 ppm de CO2 en el Cámbrico, por ejemplo) y no ha “padecido” por ello. En principio, el CO2 promueve el crecimiento de las plantas e, indirectamente, también el de toda la vida silvestre. Para los humanos, más CO2 supone innegablemente una mejora en nuestra base alimenticia. Volveré más adelante sobre el tema.
2. Búsqueda de la verdad y consenso científico: La inmensa mayoría de los divulgadores de la crisis climática -también de quienes en ellos creen- enfatiza una y otra vez la gran unanimidad de la ciencia en lo que al problema del clima se refiere. Eso es muy fácilmente verificable, nos dicen. Basta con “buscar en Google un minuto” para encontrar la confirmación de cierta opinión basada en “varios artículos científicos”. Quienes así argumentan pasan por alto con avidez el hecho de que ello es solo una prueba de que algunos científicos estarían apoyando esta opinión. Si seguimos buscando más allá de un minuto vemos cómo, en la mayoría de los puntos, también encontramos científicos que representan opiniones distintas. OK, reconozco que pertenezco a una generación diferente. Aprendí en la escuela aquello de “et altera pars audiatur”.
También aprendí que las teorías nunca se pueden probar. En su lugar, tienes que hacer un esfuerzo intenso para falsificarlas. Solo si las falsaciones fallan podemos aceptar una hipótesis como base de trabajo científico hasta que un nuevo avance científico la convierta en obsoleta.
Si usted se pone a investigar un poco más en Internet que lo que el alarmismo le ofrece, se da cuenta inmediatamente de que el consenso sobre el problema del clima es relativamente estrecho, consiste esencialmente solo en tres puntos:
- Desde los comienzos de la Revolución Industrial ha subido la temperatura media del planeta.
- Durante ese tiempo, la concentración de CO2 ha aumentado considerablemente y la actividad humana ha contribuido a ello, y
- Este aumento de CO2 contribuye al llamado efecto invernadero.
Puede parecer éste un enorme consenso, pero no en la cuestión crucial a la hora de evaluar el problema climático antropogénico. La cuantificación del efecto invernadero antropogénico y, por lo tanto, la cuantificación de la influencia antropogénica sobre el clima son sin duda dos temas científicamente masivamente controvertidos.
Es loable, ciertamente, la enorme cantidad de fuentes que suelen manejar los divulgadores de la “crisis climática”. Pero ello no prueba nada. En realidad, prueba tan poco como podría probarse mostrando las publicaciones opuestas de otros científicos. Por otro lado, la frecuencia relativa con que se usan ciertas afirmaciones tampoco prueba nada. La ciencia, simplemente, no es un asunto que se pueda resolver democráticamente. La teoría de la relatividad de Albert Einstein, por ejemplo, fue rechazada inicialmente por casi todos los científicos. Cuando se le preguntó si no estaba impresionado ante tanta oposición, respondió negativamente, argumentando que incluso una sola persona sería suficiente para rebatirle si esta tuviera razón. Al final, Einstein era el que tenía razón. ¡El mismo Einstein que rechazaba masivamente, la teoría cuántica! Hoy sabemos que Einstein estaba equivocado al respecto. Y será el futuro el que dicte quién tiene razón sobre el cambio climático. Los mensajes alarmistas no son de mucha ayuda, pero tal vez impulsen la discusión.
En vista de las posibles consecuencias de los posibles escenarios de cambio climático, por una parte, y del enorme alcance económico y social de las contramedidas requeridas, por otra parte, considero prioritario la aclaración objetiva del funcionamiento del sistema climático. Todo el mundo apunta medidas radicales, costosísimas, pero la tarea principal de aclarar la necesidad de tales medidas sigue sin resolverse.
3. Causas del cambio climático: los divulgadores de la crisis climática nos dicen dice que la concentración de CO2 no habría cambiado antes de la intervención humana durante millones de años. Bueno, “millones de años” no es tanto tiempo como podría parecer, pero la afirmación parece cierta si nos referimos al tiempo transcurrido desde la última era glacial fue así. Sin embargo, el clima ha cambiado significativamente y repetidamente durante este tiempo. ¡Entonces debe haber otras causas para el cambio climático! Presumiblemente. Es altamente probable que las emisiones antrópicas de CO2 han influido en el clima de los últimos 150 años (desde el comienzo de la revolución industrial) y probablemente también influirán en el clima en el futuro. Pero seguimos sin conocer la respuesta a la pregunta crucial: ¿la influencia antrópica provoca que las alteraciones del clima salgan de sus umbrales de variabilidad natural? ¿En cuánto? ¿Principalmente?
Dado que el 100% del aumento de CO2 atmosférico desde la revolución industrial es de origen antrópico, los divulgadores de la crisis climática concluyen que el 100% del calentamiento global observado es también de origen antrópico. Permítanme que les adelante que esta “regla de dos” es perfectamente absurda.
Y sin embargo esa suposición es la que permite afirmar que todos los fenómenos climáticos extremos de nuestros días son debidos a la acción humana. ¡Qué tontería sin sentido! Como si no hubiera habido extremos climáticos en el siglo XIX, o en los siglos anteriores. En opinión de muchos investigadores incluso claramente más de los que hay hoy en día. No olvidemos que, hasta hace dos días, al siglo XX se le conocía como el “siglo de la bonanza meteorológica”.
4. ¿Qué clima es el óptimo? La historia de la humanidad nos enseña que, salvando pequeñas diferencias locales, las épocas más cálidas han supuesto siempre grandes avances evolutivos y civilizatorios. Por ejemplo, el “Óptimo Climático Romano” o el “Óptimo Climático Medieval” fueron épocas de florecimiento cultural y social. Los enfriamientos intermedios contribuyeron significativamente a la aparición de grandes movimientos migratorios y la “Pequeña Edad de Hielo” se caracteriza por las grandes hambrunas de la época. Hoy, con un grado centígrado más que hace 150 años estamos claramente mejor que en el siglo XIX. ¡Por este calentamiento deberíamos estar agradecidos, sea cual sea la causa!
Pero ¿qué pasa cuando la temperatura sigue subiendo medio, incluso un grado centígrado más? ¿Será mejor aún? La respuesta justa es: no lo sabemos. La experiencia nos dice que es probable que fuera mejor. ¿Por qué debería ser repentinamente diferente un aumento de temperatura similar al alcanzado hasta hoy? Sólo los modelos climáticos que manejan los divulgadores de la crisis climática predicen lo contrario. Pero esos modelos son masivamente controvertidos. No solo que, aún habiendo sido capaces de reproducir las temperaturas en el pasado, no han conseguido predecir la evolución de la temperatura global en los últimos 20 años, tampoco muestran evidencia real de que lo que observamos sea, por ejemplo, reversible. En la historia geológica, a menudo el clima era más cálido que hoy, y no tenemos pruebas de un cambio irreversible. Las tácticas de miedo no son infrecuentes en el debate sobre el clima, pero cuando de describir un futuro (eso que no sabemos cómo será) terrorífico e irreversible alcanzan niveles insospechados de ficción, sin ningún argumento nuevo que les confiera un mínimo de fiabilidad.
5. ¿Cuál es la concentración óptima de CO2? En la escuela aprendemos que el CO2 no solo calienta el clima, sino que también es el gas en el que se basa la fotosíntesis. Como resultado, la producción primaria (producción total de biomasa en todo el mundo) ha aumentado considerablemente desde 1950. De esta manera, la mayor concentración de CO2 ha salvado indiscutiblemente a millones de personas de la inanición. Cuantos más humanos habitemos en la Tierra, más importante será este factor. No se trata sólo del Homo sapiens: la biomasa vegetal fotosintética es el sustento, la base, de casi todas las cadenas tróficas planetarias.
6. Sensibilidad climática: el aumento de temperatura que se produce cuando la concentración de CO2 en la atmósfera se duplica se denomina “sensibilidad climática al CO2”. Ese es el parámetro más importante en toda la discusión sobre el clima. Si la sensibilidad del clima es alta, el calentamiento antropogénico es alto, y si es baja, el calentamiento antropogénico será pequeño. El Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático IPCC declara que la sensibilidad climática se sitúa entre “1.5 a 4.5 grados” (nivel de confianza del 95%). Resulta sorprendente que el IPCC no pueda dar un valor más concreto porque “las incertidumbres son demasiado grandes”. La incertidumbre científica es aún mayor, algunos expertos consideran que 1.5 grados son un valor demasiado alto, otros consideran que 4.5 grados son un valor demasiado bajo. Pero incluso con la especificación del IPCC, ¡el rango varía en tres grados!
Imagine que desea reemplazar su automóvil viejo por uno nuevo. El amable vendedor del concesionario le dice que el vehículo que desea puede costar entre 15 mil y 45 mil euros. Supongo que usted, antes de tomar una decisión, solicitaría precios más precisos. ¿No deberíamos hacer eso también en el asunto del clima? No creo que los modelos climáticos para finales de este siglo (entonces se pueda alcanzar el doble de la concentración de CO2) puedan calcularse con la precisión suficiente mientras no se conozca el factor de influencia más importante, la sensibilidad climática del CO2. Quien saca conclusiones (a largo plazo) de los modelos climáticos se mueve sobre un hielo muy delgado.
7. Tiempo de permanencia del CO2 en la atmósfera. Uno de los argumentos más importantes en el asunto de la crisis climática es el de la inmediata descarbonización de nuestra economía. Si no conseguimos llevar a cero nuestras emisiones de CO2 en 12, 20 o 30 años (hay diferentes grupos de alarma con “cuentas” diferentes) la catástrofe climática sería inevitable.
La idea de un “supuesto budget finito de CO2” implica lógicamente que el CO2 liberado antropogénicamente (o al menos una cantidad igual de CO2) se acumula cuantitativamente en la atmósfera y se elimina muy lentamente de ella. Esto contradice la lógica y todas las observaciones. ¡Todo el CO2 liberado en la atmósfera, independientemente de su origen, se comporta de la misma manera, ya que las leyes de la física y la química se aplican por igual a todas las moléculas de CO2! El CO2 liberado antropogénicamente, por lo tanto, se elimina de la atmósfera en la misma medida y se almacena en los reservorios “agua” (especialmente en los océanos) y “biomasa”, exactamente igual que el CO2 liberado naturalmente. Es decir, todas las moléculas de CO2 se envían de un lado a otro de manera equitativa entre los tres reservorios, ninguna de ellas aterriza selectivamente en uno de ellos.
Las observaciones también muestran claramente que no todo el CO2 liberado antropogénicamente en la atmósfera permanece en ella. Por el contrario, aproximadamente la mitad de la cantidad de este CO2 abandona continuamente la atmósfera y se captura en los reservorios “agua” y “biomasa”. Este ha sido el caso hasta ahora, así es hoy, y así seguirá siendo en el futuro, porque las leyes de la física y la química así lo dictan. En cifras: en la actualidad, cada año se liberan antropogénicamente de 35 a 40 mil millones de toneladas de CO2 y desde la atmósfera se capturan de 15 a 20 mil millones de toneladas de CO2. Por lo tanto, la concentración de CO2 en la atmósfera no aumenta en 4 ppm por año, sino únicamente en 2 ppm. Lo mínimo que podemos aprender de esto es que tenemos mucho, muchísimo más tiempo disponible para adoptar medidas de protección del clima, si al final llegamos a considerar que son necesarias.
8. Eventos climáticos extremos: en el punto 3 ya les había comentado que, según los divulgadores de la crisis climática, todos los fenómenos climáticos extremos de nuestros días son debidos a la acción humana ya que todos ellos son debidos al cambio climático antropogénico. Esta afirmación es más que dudosa. Aunque los programas informáticos sobre el clima han pronosticado tal aumento durante décadas, incluso el IPCC tuvo que admitir en el último informe (AR5) que estadísticamente no se percibe ningún aumento de eventos climáticos extremos. La literatura especializada que cita tal declaración es abundantísima, pero ciertos divulgadores, obviamente, no quieren tenerla en cuenta.
Epílogo
Hay que recordar también que los divulgadores de la crisis climática condenan y pretenden amordazar a cualquier otro científico que muestre escepticismo sobre la investigación del clima y definen el estado actual del conocimiento como sacrosanto e indiscutible. Cometen el gravísimo error de proclamar que “el conocimiento científico como base del discurso social no es negociable”, incluso siendo conscientes de que el conocimiento científico es limitado y debe ser falsable. Es un error porque el conocimiento científico nunca puede sustituir los intereses de las personas como base de la política, simplemente y entre otras razones, porque lo que hoy creemos como “cierto”, mañana será revisado, limitado o refutado. La ciencia debe aportar argumentos en la disputa política, pero desde la humildad de quien sabe que lo que postula hoy – soy consciente, lo repito – será mejorado, falsado o rebatido por otros mañana. Una política que reclama para sí la posesión universal de la verdad, porque se basa en la evidencia científica del momento, desemboca automáticamente en una dictadura.
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