martes, 18 de junio de 2019

Chernóbil o la imposibilidad del socialismo

Fernando Herrera analiza a través del ejemplo del accidente de Chernóbil la imposibilidad del socialismo y tres de sus motivos, que se evidencian en la propia serie de reciente éxito. 

Chernóbil es un pueblo ucraniano al norte de Kiev, cuyo nombre se hizo internacionalmente famoso en abril de 1986, para desgracia de sus habitantes y de muchos más soviéticos. Su nombre ha vuelto a titulares durante este mes gracias a la excelente serie homónima que se ha podido ver en el canal HBO.
La serie es de una gran calidad, y todos los críticos coinciden en que es una de las mejores de la historia, sino la mejor. Eso, unido a la magnitud del acontecimiento que describe, la ha transformado en un verdadero fenómeno de masas, y rara será la oficina, grupo de amigos o familia en que no se haya hablado del tema. En suma, un fenómeno de masas que deja muy claro cómo funcionaba el comunismo y, también, de forma más sutil, los problemas del socialismo como sistema económico.
Lógicamente, algunos líderes comunistas (yo creo que, en los países civilizados, solo quedan de esta especie en España) han pretendido que esta clase de problemas son consecuencia del autoritarismo, no del socialismo como sistema. Así se ha manifestado el señor Errejón en su cuenta de Twitter, por ejemplo.
Es difícil saber a qué se refiere Errejón con autoritarismo. Quizá a que las decisiones se tomaban sin el consenso del pueblo, y tratando de ocultarle los hechos. Sin embargo, el problema no es que se mantuviera la tragedia oculta de la opinión pública, intento que queda reflejado con toda su crudeza sobre todo en la intervención de un oscuro personaje al final del primer capítulo. Esto a mí no me parece demasiado distintivo, y me puedo imaginar perfectamente a muchos Gobiernos democráticos haciendo o tratando de hacer lo mismo. Ejemplos hay a montones y algunos muy cercanos.
Lo que sí es distinto, sin embargo, es la forma en la que en la URSS se tomaban las decisiones de inversión y de gestión. Y eso sí que es consecuencia del sistema socialista que tenían implantado para su economía. La característica más definitoria de dicho sistema es la corrupción de los precios, en el sentido de que estos ya no vienen fijados por las preferencias de los individuos, sino de alguna otra forma que nada tiene que ver. En estas condiciones, las señales fundamentales que regulan las transferencias de recursos entre sectores son inútiles, por lo que todos los bienes terminan en los lugares en que no se necesitan. Es famoso, aunque no sé si real, el caso de la fabricación en gran número de zapatos izquierdos, sin haber hecho otro tanto con los complementarios derechos.
En la serie se aprecian al menos tres manifestaciones claras de esta imposibilidad de cálculo económico que caracteriza al sistema socialista, algunas con graves repercusiones, sino directamente causantes de la catástrofe. Voy con ellos, no sin antes advertir de que entramos en territorio de spoilers.
La primera manifestación es quizá el aspecto más llamativo del primer capítulo. Los protagonistas están todo el rato preguntando por el nivel de radiación en la central, y la respuesta es siempre la misma, 3.6 Roentgen. Ante esta cifra, la mayoría de los expertos se tranquilizan, pues no es una radiación excesivamente alta. El problema es, por supuesto, que los dosímetros de que disponían en la central tenían ese valor como máximo en su escala. Dicho de otra forma, para cualquier radiación superior a 3.6 R, el dosímetro daría ese mismo número.
Es divertido tratar de pensar sobre cuáles pudieron ser las razones para dotar a la central de Chernóbil de unos dosímetros completamente inútiles salvo en circunstancias normales (por ejemplo, con radiación por debajo de 3.6 R), que es cuando menos necesarios son. ¿Quizá es por qué la fábrica encargada de fabricar los paneles de escalas los tenía en stock y no sabía qué hacer con ellos?
El problema se compone cuando, al poner por fin en funcionamiento el único dosímetro que podía medir radiaciones superiores, debidamente guardado bajo llave, se funde. ¿Cuál es el problema ahora? No que haya radiación excesiva, sino simplemente que los fabricantes de dosímetros son unos chapuceros. Claro, todos son conscientes de que el sistema socialista no tiene por objeto conseguir los bienes que los individuos desean, sino simplemente cumplir unos objetivos políticos. Por eso, no es de extrañar que ninguno de los dosímetros con que se dotó a la central nuclear sean útiles para su propósito. Es más, aunque el segundo realmente lo fuera, nadie tiene la certeza de que lo sea: esto es, el mal funcionamiento puede ser por el exceso de radiación, pero también por su fabricación deficiente, algo que consideraríamos muy improbable en una economía de mercado (puesto que el fabricante negligente hubiera sido expulsado del mercado por sus competidores).
La segunda de las manifestaciones tiene consecuencias más serias. En efecto, ya en el juicio, nos enteraremos de que la central se ha puesto en marcha sin pasar por todas las pruebas de seguridad exigidas. Y desde ese mismo momento, los responsables están tratando de cumplir con una de las “ahorradas”, aunque no han tenido de oportunidad de llevarla a cabo. La tragedia tendrá su origen en el intento de correr esta prueba.
¿Cómo es posible que se pusiera en marcha la central nuclear sin haber pasado todas las pruebas de protocolo? La razón es la planificación anual de objetivos. El responsable, un tal Bryukhanov, no va a obtener beneficios del correcto funcionamiento de la central. En el sistema socialista, las señales de pérdidas y beneficios han desaparecido, al corromperse las de precios. Bryukhanov solo puede obtener beneficios, en forma de prestigio, y de evitar el gulag, si cumple el plan anual, que supone que la central tiene que estar en marcha el 31 de diciembre de 1983.
Si Bryukhanov pudiera obtener beneficios o, en otras palabras, fuera el dueño de la central o su puesto de trabajo dependiera de ella, habría confrontado un balance de riesgos completamente diferente: la posible destrucción de la central y la pérdida de una inversión de tal magnitud, a cambio de esperar unos días para ponerla en funcionamiento; ello, en un activo con una duración prevista de varias décadas. No creo que ningún empresario hubiera tenido demasiadas dudas sobre la decisión.
Desgraciadamente, el sistema socialista, al eliminar derechos de propiedad y señales de precios y beneficios, canaliza las motivaciones de los decisores hacia criterios que nada tienen que ver con el bienestar de los individuos a que dicen servir. Y esto los lleva a decisiones absurdas como la descrita.
La tercera manifestación a que me voy a referir es la construcción de las famosas varas de boro, que constituyen el elemento decisivo para la explosión. Como también se cuenta con excelente claridad en el juicio del último capítulo, las varas de boro permiten reducir la velocidad de generación del reactor y son uno elemento fundamental para su control. Sin embargo, las varas de boro utilizadas en Chernóbil (y en todas las centrales nucleares soviéticas) tenían la punta de grafito, que causa precisamente el efecto contrario, esto es, acelera la reacción.
En condiciones normales ello no es un problema, pues la vara entra de golpe, y la aportación del grafito es despreciable frente a la del boro. Desgraciadamente, el cúmulo de circunstancias ocurridas en el accidente hizo que las varas se atascaran y el boro no llegó a entrar, pero sí el grafito, causando la multiplicación de la reacción que culmina con la explosión del reactor.
Aterra pensar en las razones que llevaron a los diseñadores soviéticos a sustituir el boro de las puntas por grafito. Pero sólo se me ocurre una explicación: ahorro de costes. Estamos una vez más ante el problema antes descrito: en ausencia de posibles beneficios, el único criterio que le queda al decisor es reducir los costes… a cualquier precio. Algún ingeniero debió de darse cuenta de que se podía ahorrar un poquito de boro en cada vara con este sistema, sin demasiados problemas de funcionamiento y, tachán, grafito en todas las puntas de boro. ¿Cuánto ahorraron en la fabricación? Supongo que será fácil saberlo.
Como sabemos ex post, todos estos ahorros eran ridículos en comparación con el riesgo que se estaba corriendo. La magnitud de recursos que tuvo que poner en movimiento la URSS para tratar de acotar el problema no tienen parangón. En la serie se dan pistas: movilización de 600000 efectivos y agotamiento de las reservas de nitrógeno líquido para el refrigerador que construyen en el tercer capítulo. Pero también vemos cómo hay que realojar a miles de personas, cómo se pierden vidas de plantas y animales, cómo van los helicópteros de aquí para allá… En fin, una movilización de recursos inabordable para empresa alguna, y posiblemente para la mayor parte de Estados del mundo.
Como tampoco seguramente lo fuera para la URSS, tal y como señaló Gorbachov al afirmar que Chernóbil fue posiblemente la causa del colapso y desaparición del régimen comunista. Una vez más, esta quiebra nos muestra los males del socialismo: en ausencia de beneficios y pérdidas, el único criterio pasa a ser político. En este caso, el prestigio internacional de la URSS es lo que hace que se movilicen todos estos recursos, sin expectativa de beneficio que permita recuperar la inversión. Y la dimensión del consumo fue tal que la URSS quebró y desapareció.
Seguro estoy de que otras hubieran sido las decisiones de diseño si los responsables hubieran sabido que su ahorro en boro iba a llevar a la quiebra de la URSS. ¿O no?

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